O. Nada puede salir mal en un festival de verano pt 2

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Caramelos, Nezuko olía a caramelos de fresa y azúcar y todas las cosas buenas y dulces en el mundo.

Pero los caramelos se habían desvanecido y solo había quedado el olor a ceniza, como recordatorio de que Nezuko es un demonio, y de que podría desvanecerse quemada por el Sol como se había ido su olor a caramelos con su condición de humana.

La pólvora de los fuegos artificiales cercanos se lo recordaban, más pura que las cenizas de Nezuko, aunque sus cenizas ya fuesen las más limpias que se pudiesen encontrar en un demonio.

Los demonios olían a aceite, sucio, agrio y negro, dejado delante del Sol varios días para que cultivase una peste horrible que había hecho a Tanjirou aguantar las nauseas la primera vez que dejó que inundase su nariz.

Pero aunque sean las cenizas más limpias que se puedan encontrar, siguen sin ser comparables al dulce suave de los caramelos, y no puede dejar de añorarles por mucho que lo intente, sabiendo que algún día, Tanjirou encontrará la manera de volver a oler los caramelos.

En aquel momento, sin embargo, lo único que podía hacer era darle unas monedas al encargado del puesto de manzanas de caramelo y resignarse a algo que nunca será como la dulzura que él desea.

No es demasiado, pero Tanjirou registra entonces esencia a vainilla.

La blanca cara de Ayaka aparece por su lado, enmarcado en la esquina con el lunar que bien podria haber sido el de Takeo (a veces pensaba demasiado en ello).

Aya olía a glicinias, y esa es una verdad, pero las glicinias también son dulces, edulcoradas con intensidad y evocadoras a la vainilla y a la crema.

Plantó entonces delante de la cara de Tanjirou lo que podría ser el trigésimo pez que ganaba.

—Enserio eres buena en este juego —. Fue lo primero que se le vino a la cabeza a Tanjirou. Todo se sentía ligeramente borroso, tan borroso que parecía estar en llamas por dentro y aun así mantenía los pies en la tierra, aferrándose a la manzana de caramelo en sus manos.

—Creo que me han prohibido volver a jugar —respondió ella, sonriéndole a través de la bolsa llena de agua que separaba sus caras—. Algo sobre arruinarle el negocio.

Tanjirou apoyó un codo en la mesa—. ¿Tiene Himejima-san tanto espacio como para mantener todos los peces que has ganado?

Aya se rió, y después procedió a hacer gestos vagos con las manos como si pretendiese echar a un lado sus preocupaciones físicamente.

—He cogido muchos para regalarlos a todo el mundo —. Señaló vagamente a la cantidad de peces que había tenido que dejar con Zenitsu en el puesto enfrente de ellos y empezó a contar con los dedos—. Hay uno para mamá, otro para papá, Genya, Yuu, la abuela, Zenitsu, Inosuke, Nezuko, la señora de la casa de las glicinias —alzó la bolsa de su más reciente premio y lo dejó en su regazo—. Y este es para ti.

Se veía tan feliz que era extraño imaginarla así todo el tiempo, como se ven las flores resplandecer en primavera y no se las puede imaginar uno en invierno.

Tanjirou se encontró, al igual que queriendo que las flores resplandeciesen incluso entre la nieve como queriendo que Aya fuese feliz incluso en la más horrible desgracia.

Pero aun así... no se sentía bien, Tanjirou no se sentía bien. porque esa no era Aya, no la que él había llegado a conocer.

Aya debió haber notado su extraña expresión porque cuando Tanjirou volvió en sí su mano estaba posada sobre su brazo apretando con tierna preocupación.

—Tanjirou, ¿tú querías siquiera- —. Fue interrumpida por fuertes gritos a sus espaldas. Ambos se vieron obligados a darse la vuelta, encontrándose entonces con la imagen de Inosuke y sus brillantes espadas serradas retando a un duelo a un desconocido que se parecía demasiado a Giyuu Tomioka.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora