27. Ciclo de dolor

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La noche se convierte en día, y el demonio se convierte en Sol.

Bola ardiente que se consume e ilumina, fuego quemante que destruye todo a su paso, los campos de arroz se vuelven tan dorados como en época de cosecha, a pesar de que aún los granos no han brotado y los tallos son de un verde vibrante y joven. Ayaka se pregunta qué comerá la gente del pueblo ahora que su preciado sustento está siendo destruido hasta las cenizas.

Esto era lo que ella había provocado, esto era lo que su ira había arrasado y esto sería lo sacrificado con las rocas que caen del acantilado por culpa de su determinación flaqueante.

Hacía años que Ayaka no dependía de los campos de arroz para comer, la vista de los mismos quemándose hace que los ojos se le llenen de lágrimas de igual manera.

—Aniki —murmura, sintiendo los rastros demoníacos en su sangre. Sus huesos duelen, vibrando y palpitando, en su intento de soportar una carne que deja de ser humana cuanto más tiempo pasa. ¿Era esto lo que Genya sentía? ¿Dolía cada vez que utilizaba sus poderes? Este temblor doliente en los huesos y en la sangre, ¿lo sentiría Nezuko también todo el tiempo?

Kanao la mira y en su cara no hay preocupación pintada, Ayaka a veces se pregunta también si, cuando los dioses hicieron a la muñeca que era Kanao Tsuyuri, se olvidaron de pintar sus expresiones. O a lo mejor simplemente pintaron las que eran de Kanao en Ayaka y por eso dolía tanto la vista de su pueblo ardiendo, aunque eso era lo que ella había deseado, con tanta fuerza que estuvo a punto de volver su lista de pecados más larga.

Habría sido fácil, habría sido sencillo dejar que el demonio, ahora que sabía que iban tras ella, enloqueciese aquella noche por miedo a que la decapitasen y se hubiese comido a todo aquel pueblo.

Luego, cuando hubiese terminado, cortarle la cabeza y decir que Ayaka simplemente había llegado demasiado tarde, explicarle al patrón por cuervo que fue noqueada toda la noche y que no había podido acabar con el demonio antes de que se comiese a toda aquella gente, no era algo poco común y no era algo extraño que decenas de personas pereciesen, y el pueblo de Ayaka solo habría sido una desgracia más, de la que ella habría podido disfrutar tras las sombras sin ninguna culpa lanzada hacia ella.

Pero los ojos purpúreos de Kanao estaban allí, impasibles y poderosos y que no flaqueaban, y Ayaka recordó la razón por la que se había pasado toda la Selección mirándola. Kanao Tsuyuri era una verdadera cazadora de demonios. Ayaka, dejando tambalear su determinación por su propia ira, no lo era.

Eso era lo que conllevaba cumplir con tu obligación, y aquellos con motivos viles no sobrevivían demasiado en el cuerpo, Himejima-san lo había dicho incontables veces.

Es por eso por lo que el demonio había podido atacarla a ella sola y por lo que Ayaka ahora estaba sucumbiendo al veneno, ya fuese el de la ira o el del propio demonio, y para probarlo tenía brillantes colmillos bajo los labios y sangre en los ojos.

—Aniki —repite Ayaka una vez más, porque si moría allí no podría disculparse con su hermano.

A lo mejor Kanao sabría lo que hacer, a lo mejor la inquebrantable tsuguko tendría la respuesta a por qué dolía tanto ser demonio y cómo parar de sentirlo, pero incluso si Ayaka la mira suplicante mientras se aferra a su hombro, porque duele tanto que cuesta mantenerse en pie, Kanao la mira de vuelta y no parece haber nada en sus ojos.

Todo aquel tiempo que Ayaka había creído a Kanao portadora de la respuesta, Kanao no había sido portadora de nada, y aquello es tan extraño que Ayaka incluso se pregunta si Himejima-san no es portador de la respuesta tampoco.

El demonio al otro lado del pueblo continúa arrastrándose hacia ellas, y a su paso, como el Sol en el que se había convertido a mitad de la noche, echa a arder todo.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora