19.5. Sin nombre ni apellido

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Kanao sigue órdenes, las sigue sin cuestionarlas y las sigue sin expresión en la cara, y es por eso por lo que se encuentra arrodillada frente a la cara de Ayaka, cerca del crepúsculo y con un demonio muerto al que sumar a su lista.

Su nombre había sido llamado en un susurro desde el suelo, donde Kanao se encontró a una Ayaka pequeña, hecha una bola con ojos cerrados en la esquina de la puerta de la habitación de algún paciente que ella no conoce, cuando debería haber estado en su cama hacía horas.

La placa en la puerta reza "Shinazugawa, Genya. Rango 10. Tratamiento: No necesario". Nunca había oído de alguien que ingresase en la Mansión Mariposa sin heridas graves, ¿pero quién es Kanao para cuestionarlo?

—No lo hago —susurra contra sus labios, las palabras se pegan a su lengua como si no debiesen ser capaces de salir, y eso es lo último que escucha antes de que dé un bote y se choque con su frente.

Ella se echa hacia atrás del golpe pero no se lleva una mano a la cara ni suelta una fuerte maldición, Ayaka sí lo hace, y tiene certeza de que si ella hiciera algo así, Shinobu se lo reprocharía. Puede que Shinobu reprima a Ayaka por soltar malas palabras, lo que sí sabe es que se lo reprocha a su abuela, y eso por alguna razón hace que lo haga con menos frecuencia.

Soltando un jadeo levanta la cabeza y se fija por fin en Kanao, y ella puede ver el brillo que Ayaka parece desprender por sí sola, pero también uno en sus mejillas, uno distinto al que suele ver.

Ayaka es guapa, guapa como lo eran chicas en el pueblo en las que Kanao posa demasiado los ojos y guapa como Aoi la describe a ella, pero no es atractiva como lo era Mitsuri Kanroji o lo había sido en ocasiones Kanae, cuando se arreglaba y cambiaba su uniforme por un kimono común para ir a los festivales locales. Aquel tipo de belleza era maduro, impresionante y lleno, para adultos, pero la de Ayaka es simple e inocente, como una manzana verde que ha brotado de la flor temprana del árbol y se puede presenciar apaciblemente sin tener que morder, porque sino sería demasiado ácido y no está preparada aún, aunque tenga dulzura en sus jugos.

—Kanao —dice Ayaka en un suspiro que sale de lo más profundo de su pecho, pasando la palma de la mano por su frente, que está sorprendentemente sudorosa—. Flequillitos —se corrige un momento después. Nunca la ha llamado por su nombre, como nunca llama a su maestro por algo que no vaya acompañado de honoríficos o como nunca dice Yuu en vez de Kobayashi incluso si todos le llaman así.

—Estás llorando —dice Kanao, sin que signifique realmente nada, una mera observación, algo que puede notar que está en sus mejillas y que ella debía saber también, aun así se toca los bordes de los ojos extrañada, que se mojan con el agua salada, y luego la aparta bruscamente frotando con la manga de su brazo izquierdo.

—¿No tienes otra cosa mejor que hacer? —responde de vuelta, entremetiéndose más en la esquina de la puerta.

—Pero tú me llamaste, solo pretendía escuchar tus órdenes más claramente.

Ayaka entrecierra los ojos como si estuviera mirando de cara al sol, arrugando la cara y haciendo una mueca que no le sienta bien a su bonita piel blanca, mientras observa como Kanao saca la moneda de su bolsillo y la gira, esta vez le hace caso a lo que sale.

—¿Por qué haces eso? —murmura con lentitud, como está acostumbrada a hacer las cosas, después de pensarlas mucho y con cautela, aunque cueste solo pensarlas. No había querido enfadar a aquellos que le proporcionaron carne y sangre y que podrían arrebatarsela si quisieran.

—Así que no tienes nada que hacer —. Ayaka alza las cejas y habla con tono vago—. Genial, me encanta oír lo que tienen que decir los "tsugukos", ¿qué es eso que hago tanto? Vamos, flequillitos, suéltalo, insúltame a la cara.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora