28. A quienes dejas atrás y quienes deben verte arder

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—Tanjirou —susurra alguien contra su mejilla, tan cerca que su aliento chocó allí, aliento caliente y reconfortante que él había añorado.

El suave toque de algo frío jugando con su pelo hizo que Tanjirou se despertase aunque fuese un poco.

—Tanjirou, despierta —. La mano fría se desliza desde su pelo hasta su barbilla, con tanta suavidad que sabía que solo podía venir de una persona.

Aya le mira sonriendo, arrodillada ante su cama con una mano acariciando su mejilla igual que había hecho después de que Rui hubiese muerto en aquel entonces, en el monte Natagumo.

El marrón oscuro que habían sido alguna vez pozos como lo era el azul de los océanos interminables de Tomioka ya no estaba, en cambio, las pequeñas ascuas de determinación volvían con fuerza y la montaña volvía a florecer con toda su fuerza. La primavera, Tanjirou piensa, es hermosa, y más lo es Aya que la lleva con ella.

—Ya he vuelto a casa.

Un fuerte estruendo sonó por toda el ala de enfermería cuando Tanjirou se lanzó a abrazarla y los dos cayeron hacia atrás, chocando con el suelo.

Glicinias, eso es lo que huele cuando entierra su nariz en el hueco entre su cuello y su hombro. Ni resentimiento ni miedo ni ira, no hay ni una pizca de odio, ni por ella misma ni por nadie. Y él está tan feliz de que sea así.

—¿Por qué no me dijiste que te ibas? —murmura Tanjirou contra su uniforme. Los brazos de Aya se envuelven a su alrededor, abrazándolo—. Desapareciste tan de repente que yo no-

Aya le abraza solo una pizca más fuerte, una mano jugando suavemente con sus rizos.

—Lo siento —dice, sin ofrecer ninguna excusa o echarle la culpa a alguien más—. Fue una misión de imprevisto, era temprano y estabas durmiendo, no quería despertarte.

—Me habría dado igual que me hubieses despertado, —murmura Tanjirou, el rojo oscuro del haori de Aya siendo lo único que ve, se siente bien estar allí, tan cerca de Aya y de su frío que disipa el calor que a veces se vuelve asfixiante, no cree que quiera separarse pronto de ella—. Solo quería que me dijeses que te ibas, no habría importado que-

—Tanjirou —. Aya le corta de repente. Apoya sus codos en el suelo para echarse hacia atrás y mirarle, aún con él encima de su regazo—. No voy a irme.

Tiene que parpadear para que las palabras realmente se graben en su cabeza como verdaderas.

—Ah, ¿no?

Aya niega con la cabeza sonriente, el lazo rojo en su pelo girando con ella.

—No voy a irme con Himejima-san, no tengo por qué entrenar con él aunque sea su tsuguko. Le mandé un cuervo antes de despertarte rechazando su oferta.

—Así que... no te vas —. Tanjirou lo repite en voz baja, reclinándose hacia atrás en su propio abrumo.

Ella suspira con una alegría pocas veces vista en ella. No para de sonreír y Tanjirou solo puede oler la vainilla característica de las glicinias que florecen con su amabilidad.

Aya avanza hasta él lentamente y agarra su mano, Tanjirou retrocede para que no vea su sonrojo.

—¿Quieres que te cuente una cosa?

Se acerca a él aún más, susurrando con entusiasmo infantil como si fuese un secreto que una niña le cuenta a su amigo convencida de que es lo más preciado del mundo, y confiando en él lo suficiente como para contarlo.

—Voy a quedarme aquí, contigo y con los demás, le mandaré una carta a aniki, me disculparé con Zenitsu en cuanto despierte y hablaré con mis padres, porque les quiero. Quiero a mi familia, quiero a aniki, quiero a Himejima-san, les quiero más que a nada, más que ser pilar —. Tanjirou no es capaz de recordar en qué momento Aya se ha acercado tanto a él como para que sus narices se choquen, tampoco cuándo ha posado una mano sobre su mejilla o siquiera cuándo él la ha envuelto de nuevo con sus brazos—. Y también te quiero a ti,Tanjirou.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora