13. Tu verdadera resolución

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La oscuridad de la noche no era problema para los ojos de Ayaka, que seguían con avidez la figura del demonio entre las copas de los árboles y la negrura del bosque.

Había algo en el demonio, algo oscuro y abismal que salía de él como niebla mortífera, empapado en antigüedad. Ayaka sabía que el demonio era viejo, aquellos como él, que llevaban décadas o incluso cientos de años viviendo en aquel mundo como criaturas antinaturales, emiten un tipo de aura muy específico, y Ayaka solo podía ver oscuridad negra y burbujeante en el lugar en el que debería estar su corazón.

No había luz en ninguna parte, aquel demonio era la encarnación misma de una parte del infierno, con sus llamas oscuras como el crepúsculo y la maldad que viajaba libre por allí. Todo aquello, al menos una pequeña parte, se concentraban en el cuerpo del demonio, que no parecía apenas un niño de 12 años. Pero ella podía verlo, sus pecados sobrepasaban el peso de su alma. Él no era como Nezuko, no tenía salvación.

―Eres muy insistente, ¿no te parece? ― El demonio la miró desde arriba, apoyado en hilos a la altura de las copas de los árboles. Se había cansado de jugar al gato y al ratón, Ayaka lo notaba por la molestia en su voz, ella también se había cansado. Podrían haber llevado así bastante tiempo, Ayaka no estaba segura, no llevaba la cuenta, pero de lo que sí tenía certeza era de que para entonces Tanjirou, Inosuke y Murata (¿era ese su nombre?) habrían derrotado al demonio de los hilos y estarían en su camino para bajar la ladera del monte.

Así que todo ese tiempo, ella lo había dedicado a perseguir al demonio, era escurridizo y Ayaka podría suponer que su estrategia era la de una sabandija, deslizándose entre las sombras y no mostrándose lo suficiente como para que no le prestasen atención. Había intentado escabullirse de ella varias veces en lo que llevaban de aquel juego estúpido de pilla-pilla, pero no contaba con los ojos de Ayaka, que por mucha distancia que pusiese entre ellos, siempre se quedaban en su área de alcance.

Esa vez no era como con el demonio de los hilos, que había puesto cientos de metros entre ellos. El demonio no contaba con que ella podía ver más y creía que con setenta, ochenta metros lejos de ella le proporcionarían hacer que le perdiese.

Una pena que no funcionase, los dos estaban hartos de jugar y el demonio por fin habían decidido salir de las sombras. Se decidiría allí y entonces, no más juegos de niños, tendrían una batalla que no terminaría hasta que, o uno de los dos muriese, o el Sol se asomase por el horizonte. Y faltaban varias horas para eso, por lo que estaba asegurado que uno de los dos moriría aquella noche, con la Luna llena como testigo. Y Ayaka no tenía pensado morir, no todavía, al menos, no sin tener un motivo para ello.

―Y tú eres muy escurridizo, ¿no te parece? ―le respondió Ayaka en tono burlón, paralelando las mismas palabras del demonio.

Sacó la espada de su vaina, sacando también un pañuelo de tela y limpiando brevemente la hoja de un reluciente gris.

Cuando hubo terminado, tiró el pañuelo por encima de su hombro como si nada.

―Ahora que has decidido aparecer, por fin puedo decapitarte ―dijo Ayaka, ojos fijos en el demonio y una sonrisa sin preocupación pintada en su cara―. Gracias por salir y no hacer que pierda más mi tiempo, estaba empezando a ser una molestia tener que perseguirte.

El demonio le lanzó una mirada matadora, que era lo menos que se podía decir de ella. Refulgía brillante, llena de veneno. Aquel tipo de mirada le recordó a Ayaka aquella a la de una araña mortífera. Con sus colmillos y mandíbulas abiertos, listos para morder e inyectar el tóxico final que acabaría con la vida de su presa.

Pero ella no era ni su presa ni un insecto que había quedado atrapado en una red, ella era la montaña que aplastaría a la araña bajo el peso arrollador del invierno y sus gélidos vientos.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora