Hay días en los que el dolor es soportable.
Esos días Ayaka se sienta con Himejima-san a tomar el té y ambos comentan su recuperación. Su maestro la deja entrenando cuando se va a alguna misión y ella pasa la mañana practicando el patrón de repetición y la tarde en el jardín de Genya, con algún que otro gato de montaña como compañía.
Hay días en los que no lo es.
En esos días Himejima-san no intenta sacarla de la cama, le deja comida en la puerta y está agradecido cuando vuelve y los platos están vacíos. Único indicio de que el cadáver de su discípula no se está pudriendo entre aquellas cuatro paredes.
La luz del amanecer pintan la casa cuando Himejima-san vuelve un día de una misión y se encuentra a Ayaka en el porche.
Aunque estuviese en la cúspide de su recuperación el cuervo todavía no le asigna ninguna misión. Puede que el patrón esté esperando a que ella haga algo.
Ayaka se aferra con fuerza al marco de la puerta, aunque pies fuera, no se atreve a salir.
Cuando Himejima posa una mano sobre su mejilla está fría. Le pregunta si ha pasado la noche fuera, uniforme puesto sin haori que la cubra y lazo rosado manteniendo la trenza en su sitio.
En vez de una respuesta, lo que recibe es una pregunta.
—Himejima-san... —empieza temblorosa—. ¿Crees que puedo... redimir mis pecados?
Los naranjas del amanecer inundan todo, naranjas que bien podrían haber sido del amanecer o de un fuego que lo quema todo a su paso. ¿Cuál es, Ayaka? ¿Cuál decides tú que será?
—Todos podemos redimir nuestros pecados y volver al sendero de las enseñanzas de Buda —. Aquella respuesta podría ser una que cualquier sacerdote o monje le diese. Es solo ahora cuando Ayaka se da cuenta de ello.
—¿Cree usted que hay pecados que no se pueden redimir? —pregunta ella—. ¿Cree usted que hay pecados tan grandes que su peso, sin importar las buenas obras que se hagan, arrastrará a uno al infierno?
—Tú no vas a ir al infierno, Ayaka —le dice Himejima-san con un ceño fruncido.
—¿Y eso usted cómo lo sabe? —susurra ella ácidamente—. ¿Conoce usted mis pecados? ¿Sabe lo que he hecho? ¿Es usted capaz de ver tanto como Buda? ¿Es usted capaz de ver lo suficiente como para juzgarme?
Todos esos consejos, todas esas palabras que solo podían haber venido de su sabio maestro y de nadie más, como portador de la clave al camino de la fuerza que era. Los ojos purpúreos y de muñeca de Kanao Tsuyuri le susurran que eso no es así, los fuertes y marrones de Zenitsu le gritan que aprenda a ver, y los rosados de Nezuko le dicen que su juicio se ha visto erróneo muchas veces.
—Vivo mi vida acorde a las enseñanzas de Buda, eso es lo que importa —dice Himejima-san—. Es la única manera de llevar una vida virtuosa. Redime tus pecados y podrás llevar una vida virtuosa tú también.
El naranja inunda la vista de Ayaka. Ella gruñe.
—Yo no merezco vivir una vida pacífica —dice apretando los dientes—. Yo no merezco unirme al Buda Amida en el cielo.
—¿Por qué no? —pregunta Himejima-san sin pestañear. Las manos de Ayaka se aferran más a la puerta.
—¡Le deseé la muerte a un pueblo entero, Himejima-san! —. Su maestro abre mucho los ojos lechosos que no ven. La nieve derretida arrastra con ella todo a su paso, ya no puede parar—. ¿¡Sigue creyendo que podré redimirme!? ¿¡Que podré unirme a mi padre en el cielo una vez muera!?
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Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)
Fanfiction❝Lo primero que se le venía a uno a la mente cuando pensaba en Ayaka Iwamoto era dedos congelados y vientos fuertes, en un camino hacia arriba de una montaña en la que solo moriría. Y esa era probablemente la forma más precisa que alguien pudiese te...