3. El dulce abrazo del hogar

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—¿Pero qué haces, Tanjirou? —cuestionó Ayaka, viendo delante de él a uno de los demonios, aún vivo. Estaba sentado contra la pared y sus brazos habían desaparecido.

Ayaka miró por encima del hombro de Tanjirou en dirección al demonio. Parecía estar asustado, pues se revolvía en su sitio intentando alejarse sin éxito de Tanjirou.

El mencionado pegó un pequeño salto, obviamente no esperando que Ayaka apareciese tan repentinamente.

—¡Aya-san! —carraspeó, girando la cabeza levemente para mirarla.

Ella ya había terminado con el demonio que le tocaba. Era un paseo por el campo comparado con el entrenamiento de Himejima-san, así que no tuvo ningún problema.

Lo único que la obligaba a seguir allí era que Tanjirou aún tenía que contarle el por qué de aquella anomalía tan extraña. Un demonio que no come humanos.

Eso, y que todavía quedaba un demonio al que vencer. Como Tanjirou tardaba demasiado, Ayaka decidió ir a ver qué estaba haciendo, solo para encontrarse aquella escena.

—Nuestras órdenes son que matemos a los demonios a la mínima oportunidad, ¿por qué sigue vivo? —preguntó Ayaka, apuntando al demonio con el dedo—. Si no lo matas pronto sus brazos volverán a crecer y te atacará.

Como había predicho, de los dos muñones que el demonio tenía por brazos volvieron a salir rápidamente sus garras. Éste saltó para atacar, pero rápidamente Tanjirou pasó el filo de su espada por su cuello. En un segundo, la cabeza del demonio calló al suelo.

Su cadáver empezó a desintegrarse como arena y desapareció en el viento, sin dejar ni rastro de que alguna vez estuvo allí excepto por un pequeño trozo de tela.

Ayaka lo recogió del suelo y lo abrió, observando los distintos accesorios del pelo que el demonio había guardado allí. Todos habían pertenecido a una chica humana que solo tuvo mala suerte.

Incluso si el viento se llevaba los polvos que una vez formaron el cuerpo del demonio a la otra parte del mundo, nunca sería capaz de llevarse el dolor de todas las muertes que había dejado a su paso.

Las heridas que había hecho el demonio permanecerían allí durante años, nunca sanarían, pero algún día puede que cicatrizasen. Ayaka recordó los ojos del hombre del puesto de la noche anterior, preguntándose si el demonio se había llevado a alguien querido para él. Incluso si no debería importarle.

La mano de Tanjirou apareció en su visión, posándose en el trozo de tela con los accesorios que Ayaka sostenía en sus manos. No necesitaba hablar para que Ayaka le entendiese.

Miró detrás de él, donde el chico que había llevado consigo estaba paralizado en el suelo.

Un suspiro salió de la boca de Ayaka y asintió, dándole a Tanjirou la confirmación de que podía coger aquel destrozado trozo de tela.

Tanjirou le dedicó una última sonrisa y se dirigió hacia aquel pobre chico. Intercambiaron unas cuantas palabras que Ayaka no pudo oír ya que se mantuvo donde estaba. Lo que menos quería era tener que consolar a alguien.

Su cuervo apareció por el horizonte, posándose en su hombro. Por fin había vuelto de la montaña de Himejima-san. Tenía un papel enrollado en la pata y Ayaka lo quitó con cuidado, guardándolo en su bolsillo.

Para aquel entonces Tanjirou había vuelto a su lado, con la caja de madera a sus hombros.

Ayaka apenas le lanzó una mirada, empezando a andar sin previo aviso.

—¿¡Espera Aya-san, a dónde vamos!? —gritó a sus espaldas, intentando alcanzarla. La nariz de Ayaka se arrugó ante el honorífico.

—No me llames así, tengo la misma edad que tú, ¿sabes? —dijo, cuando Tanjirou alcanzó su lado. Él solo sonrió, rascando su cabeza con vergüenza.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora