Lo que más había anhelado en aquel entonces había sido ser fuerte.
Las manos rígidas de Ayaka se agarraban desesperadamente al gran pedrusco que la dejaba como a una pequeña muñeca de trapo en comparación a su enorme tamaño. Empujó de nuevo contra él, empapada en sudor y temblando, intentó hacer que el pedrusco se moviese. Era innecesario decir que éste no se movió de su sitio.
Exhalando en pequeñas bocanadas, Ayaka lo intentó de nuevo, esa vez apoyando sus piernas en el suelo en un intento de impulsar la gran piedra, pero solo consiguió que sus rodillas se sacudiesen aún más bajo su peso, resbalando en la tierra blanda de la montaña de Himejima-san y haciendo que cayera.
Incluso si había estado la última semana intentando hacer que se moviese, aunque fuese un poco, su esfuerzo había sido en vano.
Se tomó un momento para respirar profundamente, olvidando toda la mezcla de sentimientos que dominaban su cuerpo y no sabía distinguir, como Himejima-san le había enseñado, e intentó levantarse. Podía sentir como todo su cuerpo daba espasmos mientras se apoyaba en la roca con sus dos callosas manos y lentamente volvía a estar de pie. Poco a poco, primero enderezar las rodillas, luego la cadera y por fin erguirse para volver a sus inútiles intentos.
Su visión a veces se volvía borrosa, desvaneciéndose por momentos en completa oscuridad para unos momentos después recuperarla.
No sabía en qué momento había perdido su lazo del pelo, pero ahora su melena negra enmarcaba su cara, pegándose a su piel como mechones pegajosos y mojados. En circunstancias normales aquello habría hecho que su cuerpo se estremeciese (más de lo que ya lo estaba haciendo, si eso era posible), sin embargo no le importaba.
No cuando tenía que seguir esforzándose, no cuando todavía no había sido capaz de mover el pedrusco, ni siquiera un poco.
Los pulmones de Ayaka habían empezado a doler, más de lo normal a lo que solían hacerlo cuando entrenaba. Por supuesto, llevaba demasiado tiempo utilizando la respiración de la roca, casi varias horas, cuando lo máximo que había hecho había sido una hora seguida, pero había otras cosas de las que preocuparse.
Estaba tan concentrada en su entrenamiento, que ni la voz de Himejima-san podía hacerla dejar su tarea.
—Ya es muy tarde —dijo, como si el hecho de que el Sol ya se había puesto no le hubiese pasado a Ayaka por la cabeza más de un millón de veces.
Ayaka tensó la mandíbula, flexionando cada músculo de su cuerpo para intentarlo, una vez más.
Al ver como su discípulo le ignoraba con éxito, Himejima simplemente decidió seguir hablando.
—Si no haces el patrón de repetición es imposible que muevas esa roca aunque sea un poco, Ayaka —la reprimió, pero su tono era aquel de alguien tranquilo, ni autoritario ni muy suave, solo el de alguien que decía algo como si no le importase en lo absoluto. Solo era el tono de Himejima-san.
—Usted ya sabe —una exhalación pesada salió de Ayaka a mitad de la frase, sin parar de empujar (esta vez todo su cuerpo) contra la roca—. Que yo no soy capaz de utilizar el patrón de repetición.
En el instante en el que Ayaka terminó de hablar, se desplomó de cansancio con un quejido doloroso. Cayó al suelo por segunda vez, sin encontrar las fuerzas suficientes como para mantenerse de rodillas, e incluso entonces, escalofríos seguían recorriendo su cuerpo como electricidad.
Por fin se dignó a dirigir la vista a su maestro, que se había arrodillado junto a ella al oír como caía al suelo.
Incluso arrodillado, la gran roca no podía ni compararse con el tamaño de Himejima-san, e hizo a Ayaka desear poder ser más alta.
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Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)
Fanfiction❝Lo primero que se le venía a uno a la mente cuando pensaba en Ayaka Iwamoto era dedos congelados y vientos fuertes, en un camino hacia arriba de una montaña en la que solo moriría. Y esa era probablemente la forma más precisa que alguien pudiese te...