Philtatos

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Inspirado en: La canción de Aquiles—Madeline Miller

Hace varias vidas atrás.

Un par de ojos castaños le devolvían la mirada desde el lateral de la mesa en donde se sentaba, a tres mesas de la suya; su cabello rizado, castaño y largo hasta sus hombros, enmarcaban su rostro angelical, pero su expresión dura y triste le decían que había pasado por mucho a su corta edad.
Estaba roto, él podía verlo a simple vista, pero, su desdicha fue confirmada cuando rechazó bruscamente a unos niños que se acercaron a jugar con él. Su corazón dolió por él, por lo solo que se encontraba, entonces, un día, se sentó a su lado a la hora del almuerzo.
En un principio fue difícil, casi imposible conquistar su corazón, pero, aquel casto beso que él le regalo en la playa, lo hizo el muchacho más feliz del mundo, nada le hizo más feliz que sentir sus dulces labios rojos, ni siquiera la profecía que pendía sobre su cabeza.
"Dime el nombre de algún héroe que haya sido feliz—al ver que su tan inteligente mente buscaba una respuesta y no la hallaba, le respondió— yo lo seré" juntó su frente con la de él.
Lo amaba, no tenía la menor duda de ello. No importaba cuantas veces su madre se interpusiera entre ellos, siempre buscarían la manera de estar juntos. No importaba las trampas, no importaba la traición carnal que él había cometido en su contra, no importaba la estúpida guerra a la cual se vieron arrastrados. Nada importaba, solo estar junto a su hermoso castaño de ojos oscuros.
Entonces, los años, la promesa de la gloria y las injurias cometidas hacia su persona por un ser repugnante y sin una pisca de humanidad que se hacía llamar rey, lo cambiaron, su carácter cambio, incluso cambió con su amado, pero él siempre se mantuvo fiel a su lado, incluso cuando cambio su honor por el bienestar de una esclava a la que catalogaba como amiga, la misma que se lo quería arrebatar. Aun así, nunca pudo enojarse con él, nunca aprendieron a hacerlo.
Entonces, cuando su gente, con la cual habían convivido casi diez años, se encontraban muriendo en el campo de batalla, él se ofreció a suplantarlo, simplemente para causar terror a sus enemigos. De antemano se negó, conocedor de su falta de habilidad en batalla, su amado era un buen luchador, pero, nunca como él. Tanto le rogó y le suplicó entre lágrimas, que, tuvo que acceder, su amor siempre había sido así, siempre ponía el bienestar de los demás por delante de si mismo.
Él mismo lo armó con su armadura y sus armas, lo ayudó a subir a la carroza, no sin antes darle un beso en los labios frente a todos, no sin antes arrancarle la promesa de que no lucharía.
—Tráiganmelo de vuelta.—Ordenó a sus hombres, obteniendo un rugido de guerra en aprobación, asegurándole que lo traerían de vuelta, su muchacho era muy amado por todos, cosa que siempre lo sacó de quicio, pero, en este momento, lo llenaba de alivio, ya que veía que todos ellos darían la vida por protegerlo.
La mitad de su alma se fue con él, mientras lo veía alejarse con el sol de la mañana, rogando por tenerlo sano y salvo entre sus brazos para cuando el sol se haya puesto. Las horas pasaron, y las noticias de que habían ganado la batalla de aquel día no se hicieron esperar. El mejor guerrero de todos los tiempos corrió hacia el campamento principal para recibir a su amado, más no lo encontró, en su lugar, uno de los generales de la armada, cargaba entre sus brazos un cuerpo, cubierto con una sabana blanca dirigiéndose hacia él con el rostro surcado en lágrimas.
—Lo siento
Él no se lo pensó ni dos veces y lo hizo a un lado, arrebatándole con violencia el cuerpo de sus brazos, con manos temblorosas descubrió su rostro, era él. El más amado.
No importa cuanto lloró, ni cuanto suplicó a los dioses por traerlo de vuelta, estaba dispuesto a vender su alma por conseguirlo, pero, nada pasó, lo había perdido para siempre sin poder decirle que lo amaba más que a nada...
Steve Rogers abrió los ojos sobresaltado, con el rostro bañado en lágrimas, con un nudo en la garganta y el corazón hecho pedazos. Sabía que aquello no había sido un sueño, era un recuerdo de su vida pasada, un recuerdo que, aún en esta vida dolía demasiado.
Hace unos años, se había reencontrado con su alma gemela, aquella que perdió de forma tan abrupta en su última encarnación. Cuando lo vio por primera vez y supo que era él, se sintió el ser más feliz del mundo, sus recuerdos perdidos fueron volviendo a él gradualmente mientras creaba nuevos recuerdos con esta encarnación. La cual no había cambiado casi nada, salvo por la arrogancia y altanería que lo caracterizaba. Pero, no Importaba, él lo amaba con todo su ser.
Entonces, él lo volvió a traicionar, pero no como aquella vez, le ocultó información y esto causó su separación, él estaba dispuesto a hacer de todo por volver a su lado, pero, aquel recuerdo vino a él, aquel en donde su amado moría si se quedaba a su lado, él moría por salvar a los suyos debido a su egoísmo y arrogancia. Él lo perdía y en el camino, se perdía a si mismo.
Steve no lo permitiría, por lo tanto y gracias a la promesa de cierto Dios, mantuvo su distancia de él, alejándolo de su vida, de su alma, de su cuerpo, teniendo como único nexo el hijo que en esta vida si le pudo dar, al cual amaba con el alma, pero que, también les habían arrebatado. Tras una noche de flaqueza por su parte, había caído en la desesperación de haberlo sentido perdido junto a su hijo y se dejó llevar, tomándolo con amor y pasión. Arrepentido de su arrebato lo alejó nuevamente, sin saber que había engendrado a su hija, a la cual amó desde que la vio colgada del cuello de su papi. Pero, a pesar de todo eso, se mantuvo lejos, sabía que si permanecía por más tiempo juntos, él moriría.
Por eso, cuando su pequeño castaño de ojos oscuros apareció frente a él con un plan concretado, sintió terror.
—Quisiera salir vivo de esta.—dijo con una sonrisa pesada.
Él no tenía conocimiento de cuanto lo afectaron sus palabras; como parte de su castigo por sus actos pasados, Steve era el único que recordaba sus vidas pasadas. En un arrebato, lo abrazó y suplicó a los dioses que aún lo quisieran escuchar para que no se lo arrebataran, ya que, con lo que tenía pensado hacer, con quienes tenían pensado enfrentarse, no sería nada fácil y muy probablemente perderían más que sus vidas.
[•••]
Estaban en otra guerra, pero, esta vez él y su amado se encontraban peleando hombro con hombro. Estaban rodeados, no tenían posibilidad alguna de salir de ésta, Steve intentaba hallar una manera de salvar a su Tony, pero, este, simplemente lo miró a los ojos.
—No importa, tu y yo, juntos hasta el final, en el cielo, o en el infierno.
Su corazón dolió, él no quería esta vida para Tony, demasiadas pérdidas, demasiadas muertes, demasiada sangre en el transcurso de sus vidas, pero, al menos, esta vez morirían juntos.
Entonces, sucedió el milagro por el que había rogado, el chasquido había funcionado y había traído de vuelta a su equipo y con ellos, a varios aliados más que dispuesto a enfrentar la amenaza. A penas y tuvo tiempo de abrazar a su hijo y darle un beso a su esposo, ya tendría tiempo de mimarlos después, sentía que lo podía todo con ellos a su lado.
Pero, la pelea se puso más cruda y estuvieron a punto de vencerlos; entonces, en un giro del destino, Steve pudo ver como sus enemigos desaparecían convertidos en cenizas, maravillado ante tal acontecimiento, estuvo apuntó de soltar una carcajada, más no fue así.
Frente a él, Tony se acercaba de forma tambaleante hacia lo que quedaba en pie de una pared, en cuanto llegó, se deslizó maltrecho por la misma hasta caer al suelo, mientras respiraba con mucha dificultad.
"No, por favor, otra vez no"—imploró Steve con los ojos llenos de lágrimas y el corazón roto, avanzando lentamente hacia él.
—Papá, vencimos... Venciste... Papi... —sollozaba Peter arrodillado frente a Tony, quien evitaba por todos los medios mirarlo o contestar a su llamado, no quería que lo viera en ese estado tan deplorable ni que viera cuento le dolía dejarlo a él y a su hermana.
—Viernes, signos vitales—pidió Pepper evitando llorar, se quería mantener fuerte para su amigo y hermano.
—Signos vitales críticos y cayendo—Respondió la I.A, en su hoz metálica se escucho la tristeza, algo que si se hubieran puesto a pensar, sería realmente imposible.
El primero en arrodillarse ante tal escena fue Clint, destrozado por perder a uno de sus amigos y fiel compañero, luego le siguieron los demás, Steve fue el último en caer de rodillas, justo frente a El más Amado.
—Por favor... Por favor... No me dejes... No me dejes... Mi amor... —Le imploró de rodillas, posando su mano sobre la titilante luz del reactor de nano partículas. Su amado lo miró, sus ojos entre tristes y dichosos porque sus amores estaban a salvo. No quería dejarlos, pero, el destino ya lo había descrito así.
—Steve, debemos dejarlo ir. —Pepper tomó su hombro para reconfortarlo, pero nada podría hacerlo.
—No... Él no puede dejarme... Él no puede dejarnos... Él no...
Aquiles— susurró Tony con su último aliento, mirando con inmenso amor a su alma gemela. Tras un último suspiro, su reactor se apagó bajo la mano del soldado de otro tiempo herido.
—Patroclo... Patroclo... Patroclo... —Era lo único que repetía Steve mientras caía sobre su pecho metálico, empapándolo con sus lágrimas.—¡APOLO!
Un destello dorado iluminó todo el lugar, dejándolo libre de sombras; tras aquel resplandor, un hombre de tez bronceada, ojos dorados, cabello largo y ondulado de color negro azabache, alto, muy alto, vestido con un traje blanco, camisa color crema, corbata y chaleco dorado. Los zapatos dorados complementaban su atuendo estrafalario.
—Pélida*, me gustaría decirte que es un gusto verte, pero, sabes que no es así. — La voz de aquel hombre sonaba dulce, pero sus palabras cortaban como un espada de doble filo.
—Tu...me lo prometiste...me prometiste que si me alejaba de él...viviría... —soltó amargamente Steve, con el llanto hiriendo su garganta, pero no le importaba, lo único que quería era morirse con Tony.
—Si, lo prometí, pero tu no cumpliste, no te alejaste de él y, no contento con eso, engendraste a esa hija tuya, que, por cierto, debería llevarla conmigo, ya que representa tu ofensa contra mi.—Sonrió el cruel Dios.
Steve se levantó de inmediato y no le tembló ni un poco el cuerpo para decirle al Dios lo que tenía atravesado.
—Tu, te atreves a tocar a mi hija, o a mi hijo, y te juro por mi Dios que, no habrá nada en el mundo que me impida acabar con tu vida, sabes que puedo hacerlo, sabes que sé cómo hacerlo, ¡y no me va a importar si el puto mundo se sumerge en las tinieblas porque el maldito Dios del sol se pudre en el Hades!
Las fosas nasales del Dios se dilataron en furia.
—Me ofendiste aquella vez, creyéndote demasiado para tu pequeña y mortal existencia, me ofendiste ahora, aquel día, te permití que dieras sepultura a tu amante, hoy, no seré tan benevolente.
El Dios desapareció en un destello, llevándose el cuerpo inerte de Tony. Steve giró aterrado ante el resplandor que se suscitó detrás de él.
—¡NO!—Comenzó a gritar Steve—¡APOLO! ¡APOLO! ¡DEVUELMELO, DEVUELVEME A TONY!
Steve cayó de rodillas sobre el suelo donde yacía Tony solo hace unos momentos, dejando libres sus lágrimas y jurando que le arrancaría la vida a aquel Dios prepotente y malévolo, antes de que la oscuridad lo reclamara.
[•••]
Era el cuarto día de los funerales en honor al gran Anthony Stark, al no tener un cuerpo, Pepper ofreció el regalo que había preparado para él una vez dejó su primer reactor ARC.
Steve se había encerrado en la habitación que había sido de ambos, luego de asegurarle a sus hijos que estaría bien. No podía decirles que se encaminaría a un viaje que muy probablemente no tendría retorno, aquel Dios le había arrebatado por última vez lo que más amaba, y, lo pagaría con su sangre.
—Te dije que confiar en los Dioses Griegos, no era una buena cosa de hacer.—Escuchó a su espalda.
—Lo sé, fui estúpidamente crédulo.
—¿A donde vas? —Le preguntó la conocida voz .
—A Grecia—contestó escueto, mientras seguía abrochando correas, cerrando cierres, se estaba armando hasta los dientes, sabía que Apolo no jugaba limpio, pero él, tampoco—Necesito recoger un encargo si quiero la cabeza de Apolo, necesito entregársela en ofrenda a Tony para que su alma descanse. Ese maldito no me lo entregará, su alma necesita entrar al más allá, de lo contrario, vagará pérdida por la eternidad y no nos podremos encontrar.
Cada palabra era dicha con un dolor inimaginable.
—Me sé esa parte del cuento, es la misma para todas las culturas, deberías parar esto, piensa en tus hijos, sus hijos.
—Es por ellos que lo hago, Apolo se ensañó conmigo, con mi descendencia, si no le pongo un alto, él seguirá cobrando su estúpida e insana venganza. Mis hijos merecen vivir libres de tanta sangre derramada.
—Ellos temen por ti, no soportarán si te pierden también.
—¿Entonces que?, ¿permito que me pisoteen y que me arrebaten la vida sin más?, no lo haré, Loki, no más.— Steve giró para dar por terminada su conversación, pero la apariencia desarreglada del Dios de las mentiras lo sorprendió, hasta podía vislumbrar un poco de sangre en su mejilla y manchando su ropa siempre impecable—¿Que te pasó?
—Fui a cobrar una deuda que padre dejó pendiente—Suspiró Loki, cansado, de repente, viéndose ancestral — Thor fue conmigo, pero él, debido a su falta de práctica, terminó más dañado.
—¿Esta bien?
—Lo estará, pero, Apolo, no. —sentenció Loki, de pronto, viéndose mortífero.
—¿Que hiciste?
—Apolo nos la debía, desde hace varios siglos estaba interviniendo en el destino de tu alma y la de Tony, lo de Thanos fue provocado debido a sus acciones, además, manipuló a Odín para que me sacara de Jothuneim y quisiera utilizarme para unir los reinos, claro, todo esto desde las sombras, el muy hijo de perra, pero, lo que no pensó, fue que me devolverían la vida y que me las cobraría.
Loki tronó los dedos, y la cabeza de Apolo apareció en una bandeja de plata.
—Muy bíblico, ¿verdad?— sonrió Loki con ironía.
Steve cerró los ojos, de pronto, sintiendo el peso de los años caer sobre sus hombros de golpe.
—Desataron el Apocalipsis.
—¿Acaso no lo ibas a hacer tu?, además, esos son cuentos baratos, inventados para asustar a los mortales, para hacerlos venerarnos y que nuestro nombre no muera, nada más, además, siempre habrá otro Dios que lo reemplace, éste lleva cuatro días muerto y no ha pasado nada y su reemplazo se encuentra tranquilamente en su tronó comiendo uvas.
—¿Mis hijos podrán vivir en paz?—preguntó de pronto esperanzado.
—Si, la maldición se ha roto, Zeus en persona lo confirmó.
Steve suspiró de alivio, era el momento.
—Entonces, no tengo más que hacer en este mundo. Cuida de mis hijos, por favor. —era una decisión cobarde, pero ya no tenía fuerzas para seguir, sentía que si se quedaba, solo haría sufrir a sus hijos con su existencia vacía.
Un destello dorado se hizo presente en la habitación, seguido de unos relámpagos furiosos.
—¿¡TE VOLVISTE LOCO?!, por Einstein, aun no entiendo como después de tanto tiempo sigues teniendo el cerebro congelado.
Esa voz, aquella voz amada desde hacía varias vidas retumbaba furiosa por toda la habitación.
—Eso quería decirte, Zeus, en compensación por los actos de su hijo, le dio el soplo de vida al cuerpo de Tony, bueno, los dejo, necesito ver a mi propia alma gemela. —Sin más, Loki desapareció en un destello.
Tony se acercó lentamente a él, aun con la luz dorada rodeándole el cuerpo, el destello fue menguando poco a poco, hasta que pudo verlo con claridad.
Su piel canela refulgía con vitalidad, no tenía las quemaduras producto de haber usado el guantelete con las gemas del infinito, sus pies, enfundados en unas sandalias doradas al estilo griego se le antojaron lo más dulce de ver, llevaba puesta una túnica corta de color blanco, atada en la cintura con un cinturón de cuero trenzado.
Su cabeza, estaba adornada con una corona de hojas de laurel bañadas en oro, su cabello, estaba más largo de lo que lo había visto alguna vez.
Pero, lo que más lo impactó, fueron sus ojos, aquellos que había amado primero desde hacía varias vidas atrás, brillaban cual diamantes de color chocolate.
—Oye, no vas a decir na...—Steve cayó de rodillas y se abrazó a sus piernas, cortándole cualquier discurso que había preparado para su encuentro.
—Por favor... Dios... Por favor, no me hagas esto, no me des esperanza si me lo vas a quitar de nuevo, no podría soportarlo.—Steve temblaba, intentando por todos los medios de no hacerse esperanza alguna.
—Mi amor, soy yo. —Tony lo abrazó emocionado, con el rostro bañado en lágrimas—nadie nos volverá a separar, nunca.
—Siempre hay alguien, siempre hay algo, por favor, por favor, si te van a alejar de mi, que sea ahora y que me permitan irme contigo, sin ti, yo no podré vivir.
—Lo sé, por supuesto que lo se, pero, te prometo que no nos volverán a separar, al fin estaremos juntos—Tony se movió hasta que estuvo de rodillas también, frente a Steve y tomando su rostro, se ahogó en sus hermosos ojos azules tan brillantes como el océano bajo el sol.—estaremos juntos, estamos juntos, Aquiles.
El corazón de Steve dio un vuelco, creyó haber escuchado mal aquella vez, pero lo volvía a escuchar de sus hermosos y vivos labios.
—Patroclo... Patroclo—el de cabellos dorados como trigos en primavera se abrazó a su amado, dejando sus lágrimas correr de sus ojos y rostro, hasta mojar su túnica—Perdóname, por favor, perdóname por todo lo que hice, en esa vida y en ésta, te juro que no hice más que amarte, cometí errores y los pague caro, si me aceptas, te juro por lo más sagrado, que eres tu y nuestros hijos que, jamás te volveré a fallar, por favor mi amor, acéptame de nuevo como tu compañero.
—No hay nada que perdonar, mi amor, ambos cometimos errores y los pagamos, no tienes que pedirme que sea tuyo, ya que siempre lo fui, siempre lo seré, en esa vida y en ésta, yo no he hecho nada más que amarte con el alma, con el cuerpo, con mi mente, siempre fui y siempre seré tuyo, Aquiles.
Ambos se miraron por largo tiempo, simplemente contemplándose el uno al otro, secándose cariñosamente sus lágrimas. Entonces, como si aquello lo hubieran hecho desde los albores de los tiempos, el soldado cogió el broche del hombro derecho que sostenía la túnica del genio, lo deslizó con lentitud, dejando una porción de su pecho a la vista.
—Tony, mi Tony.
El mencionado se estiró un poco, y bajó la cremallera del traje de batalla de su soldado de otro tiempo.
—Steve, mi Steve.
El rubio deslizó el siguiente broche y desató el cinturón de la túnica, dejando totalmente desnudo a su amado, quien, a su vez, lo había despojado de la parte superior de su traje.
—Philtatos*
Ambos se fundieron en un beso voraz, sintiendo que sus almas al fin permanecerían juntas para amarse por el resto de la eternidad.

                            [•••]
*Pélida: Hijo de Peleo.
* Philtatos: El más amado

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