La turbulencia causo que a Amber le dieran nauseas todo el vuelo.
Era la primera vez que viajaba en avión y si bien sabía que podía tener náuseas y arcadas, jamás pensó llegar a vomitar el puré de patatas que le habían servido en el almuerzo.
Mientras se enjuagaba la boca en el baño del avión, agradecía eternamente a su timidez; que le había impedido hablarle a aquel chico lindo de cabello oscuro y ojos azules que se encontraba a unos asientos de distancia de Amber. Durante todo el vuelo se había volteado para verle; quien al principio se sintió cohibida, pero cuando él le regalo una sonrisa radiante, ella sintió ganas de sentarse a su lado y conversar un poco. Pero cuando sintió que el puré subía para salir por donde había entrado, esa idea se borró de su mente y solo pudo agarrar la bolsa para vómitos que le habían dado al subir al avión. Sí. Definitivamente agradecía el no haberle hablado.
Durante el resto del vuelo se la paso mirando a la ventana, buscando alguna que otra figura en las nubes, pero no es lo mismo verlas desde arriba, que verlas con los pies en la tierra.
La voz de la azafata resonó en todo el avión, avisando que el descenso comenzaba y que por favor apagaran sus aparatos electrónicos y abrocharan sus cinturones. Aún había turbulencia.
Amber tuvo miedo de volver a vomitar todo.
Siguió las indicaciones al pie de la letra y respiro profundo cuando sintió que el avión descendía y sus órganos vitales comenzaban a mesclase dentro de ella quedando completamente desparramados. Cerró sus ojos y pensó en calmarse, que acabaría más rápido de lo que canta un gallo.
Cuando volvió a escuchar a la azafata hablar por el micrófono indicando que debían descender de avión en forma prolija y ordenada, Amber se felicitó a si misma por haber resistido, o tal vez había sido el simple hecho de que ya no tenía nada más en su estómago que pudiese salir de él.
Amber desabrocho su cinturón y comenzó a caminar entre la multitud de pasajeros que buscaban el mismo objetivo: salir del avión.
Mientras avanzaba lentamente y con pasos cortos por entre medio de los asientos, pensó que de seguro todos deberían verse como hormigas cuando esta por llover, que comienzan a amontonarse por entrar a su hormiguero y así estar resguardadas de las gruesas gotas de lluvia.
Amber sintió que a veces era como una hormiga, no porque fuese pequeña, de hecho para sus 19 años, ella consideraba que tenía un buen cuerpo, aunque no le gustaba presumirlo, era más bien reservada. Ella creía que tenía un complejo de hormiga justamente porque a ninguna de las dos les gustaba los días lluviosos, siempre preferían el sol radiante a las falsas gotas de rocío que caían del cielo.
Cuando finalmente pudo bajar del último escalón, inhaló profundamente y sintió como el aire fresco y puro del bello Paris entraba por sus fosas nasales viajando directamente para llenar sus pulmones, el oxígeno era siempre el mismo en cualquier parte del mundo donde fueses, pero Amber lo sintió diferente.
Una vez que consiguió sacar su maleta, fue cuestión de salir en busca de un taxi para que la llevase al hotel que había reservado por una noche, aún tenía muchos lugares por recorrer y aunque le hubiese gustado, no contaba con los recursos necesarios para quedarse más tiempo en cada ciudad.
Sentada en el asiento trasero del automóvil, contemplaba fascinada la maravillosa ciudad en la que se encontraba.
Al contrario de otros adolescentes que solo irían por diversión; a Amber le gustaba estar bien informada sobre los lugares que visitaba. Sabía que la arquitectura francesa era una de las más tradicionales e importantes que tenía toda Europa, con estilos realmente destacables como el gótico, el clasicismo o el rococó; los cuales han sido una influencia para el resto del mundo. Contaba con monumentos históricos como el Grand Palais, el Arco de Triunfo, el Louvre, y por supuesto, la magnífica Torre Eiffel. Monumentos los cuales Amber ya había marcado en su mapa para visitar, solo esperaba contar con el tiempo necesario para ver aunque fuese un minuto, cada uno de ellos.
El taxi la dejo en la puerta del hotel, que se veía más bonito y lujoso que en las fotos, dio una sonrisa antes de entrar por la puerta principal.
Amber se acercó cautelosamente a la mesa donde una mujer de unos 60 años estaba sentada frente a una computadora, supuso que era la encargada del hotel. Tenía el cabello gris recogido en una coleta de caballo, con lentes y un par de arrugas en el rostro. Se notaba cansada.
-Buenos días- Saludo con cortesía Amber.
-Buenos días, ¿En qué puedo ayudarte jovencita?- Dijo la anciana esbozando una sonrisa.
-Tengo una reserva a mi nombre: Amber Stone-
La anciana acomodo sus lentes antes de dirigir su vista nuevamente a la computadora y teclear un par de cosas.
-Sí, así es, tu habitación es la 7, en el segundo piso- Dijo ofreciéndole un juego de llaves.
-Muchas gracias- Dijo Amber.
-¿Quieres que te ayude con tus maletas?- Ofreció amablemente la mujer.
-Está bien, yo puedo sola. Gracias- Dijo antes de darse la vuelta para subir por el ascensor hasta el segundo piso.
Encontrar su habitación no fue gran trabajo, era la segunda en el pasillo. Un número "7" de color dorado se encontraba en la puerta de madera; Amber tomo su juego de llaves y las introdujo en la cerradura para poder abrir.
Su habitación era de un tono lavanda muy pálido. Tenía la cama en el medio con sábanas blancas. Un televisor se encontraba frente a ella y a una izquierda estaba la puerta del baño. Desde ese lugar del edificio tenía una hermosa vista de toda la ciudad de Paris; y no muy lejos de donde estaba se encontraba la famosa Torre Eiffel.
Sabía que tenía poco tiempo antes de viajar a su próximo destino: Italia. Por lo que Amber decidió darse una ducha rápida y salir a recorrer su estadía hasta que sus piernas le dolieran.
Aprovecharía el tiempo al máximo.
Amber es muy bonita no lo creen??
se que la historia esta un poco rara hasta ahora y lamento decir que seguira asi unos caps mas, pero yolo :D