Capitulo 36 Hogar

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La  casa  está  vacía.  Decido  que  todos  los  sábados  son  días  vacíos.  No hay martillazos,  no  hay  albañiles,  no  hay  clase,  no  hay  nada.  Mi madre salió temprano esta mañana. No me dijo adónde  iba, pero me pidió que no me alejara de casa. Yo quise negarme, pero no pude.

Lily  lleva  toda  la  mañana  en  su  invernadero.  No  me  invitó  a  que  la acompañara; de todas formas, no hubiera querido. He mirado por la ventana de mi habitación un par de veces para tratar de averiguar lo que hace, pero la mayor parte del vivero está fuera de mi campo de visión. Da igual. No me importa lo que haga.

Me  vuelvo  a  acostar  en  la  cama  y  miro  al  techo.  El  techo  de  una  casa Costwold es bastante aburrido, monótono. Pega conmigo.

Mi  madre  y  Lily  no  lo  saben,  pero  mi  padre  tenía  razón:  mi  memoria  está volviendo.

Es  curioso  cómo  vuelve.  Cada  día  serpentea  dentro  de  mí  un  torrente  de fragmentos relacionados de manera imprecisa, de trozos sin importancia. Se conectan  con  un  chasquido  en  mi  mente  como  piezas  que  encajan.  Y  de pronto,  ya  está:  una  pequeña  cadena  de  recuerdos  que  cubre  una  mínima parte de mi vida. Surgen de la nada; y la mayoría no son importantes.

Recuerdo  haber  ido  a  comprar  calcetines,  tocar  los  calcetines,  pagar  los calcetines,  examinar  el  recibo  de  los  calcetines.  Cada  detalle  de  una  tarde dedicada  a  comprar  calcetines  que  ocurrió  hace  cinco  años.  ¿A  quién  le importan los calcetines?

Y  luego  hay  otros...  otros  que  también  surgen  de  la  nada.  Anoche,  en  el pasillo, me mareé con el ímpetu de un recuerdo. Me tuve que apoyar en la pared, a oscuras, y cerrar los ojos. Lo veía todo con una tremenda claridad: yo  estaba  llorando,  llamando  a  mi  m adre.  Ella  también  lloraba,  y  vi  en  su cara una lágrima breve antes de marcharse. Grité para que volviera. Intenté alcanzarla,  pero  mi  padre  me  retuvo.  No: me  cogió  en  brazos.  Yo  casi  no sabía andar. Debía de tener año y medio. 

Yo llevaba un abrigo rojo, mi padre uno negro. Me besó en la mejilla. Secó mis  lágrimas.  Me  prometió  que  ella  volvería.  Yo  daba  patadas  y  él  me sujetaba  con  mayor  firmeza.  Lo  recuerdo  como  si  fuera  ayer.  ¿Cómo  es posible? 

Si  tengo  que  recordar  una  vida  entera  en  pequeños  pedacitos,  ¿me  llevará otra  vida  juntarlos  todos?  ¿O  tal  vez  algún  día  todos  los  recuerdos  se conectarán y explotarán dentro de mí? 

Miro  por  la  ventana  de  nuevo.  Ni  rastro  de  Lily.  La  tarima  cruje  bajo  mis pies.  Recorro  las  demás  habitaciones  de  arriba.  Aún  están  vacías.  ¿Las llenará  Claire  alguna  vez?  ¿Con  qué?  ¿Solo  conmigo?  Bajo  las  escaleras.

Nunca he explorado realmente el piso de abajo. La única vez que he entrado en  las  habitaciones  que  hay  más  allá  del  recibidor  fue  cuando  me  corté  la rodilla  y  mi  madre  me  curó  en  su  cuarto  de  baño.  De  repente  caigo  en  la cuenta de que vivo en esta casa como una extraña, limitándome a entrar en mi habitación y en las estancias compartidas como el comedor o la cocina, sin sentirme libre para rondar por el resto de la casa. «No te alejes, Jenna». No pienso hacerlo.

Voy  al  pasillo  de  abajo  y  me  acerco  a  la  primera  puerta  que  se  abre  a  la derecha. Creo que es la habitación de Lily. Empujo la puerta y veo que es un despacho.  Parece  el  de  Claire,  porque  está  lleno  de  planos,  muestras  de tapicería y libros de diseño. No es lo que yo hubiera esperado de Claire. 

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora