Capitulo 56 Templo

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La  iglesia  está  vacía.  No  hay  curas.  No  está  Lily.  Ni  siquiera  hay canciones que rompan la inmovilidad de aire. El templo tiene forma de cruz. Me quedo de pie en el lugar donde los dos brazos se cruzan como el  punto  de  mira  de  un  rifle.  Me  siento  como  una  impostora,  como  si  en cualquier momento alguien pudiera venir a echarme.

Templo.

Considero el significado de esa palabra. Un lugar sagrado. Un refugio. Un lugar de perdón.

En  las  naves  transversales  que  se  extienden  a  los  lados  titilan  hileras  de velas. Avanzo arrastrando mis torpes pies por el suelo, despertando ecos en el  silencio.  La  gente  viene  aquí  para  alimentar  y  sanar  su  alma,  si  es  que existe.  En  caso  de  avería,  las  almas  no  pueden  cargarse  en  un  programa como  el  currículo  de  un  curso  escolar. No  hay  respuestas  para  sustituir  el alma cuando se pierde. Solo hay un alma para cada persona, nada más.

Avanzo hasta el altar y paso sobre la pequeña verja de hierro que separa a los fieles de la parte más sagrada del templo. No debería entrar aquí, pero no puedo  detenerme.  Me  quedo  esperando  a  sentir  algo.  Algo  diferente.  Pero ¿qué sensación da el alma?

Me  atrevo  a  acercarme  más,  violando  el  espacio  sagrado  que  me  rodea.

Apoyo las manos en el altar y palpo el mantel de lino que solo deberían tocar las manos del sacerdote. Historia. Puedo sentirla en sus hebras. Cierro los ojos  buscando  mi  propia  historia,  las  piezas  intangibles  que  me  dirán  si  lo que soy ahora es suficiente.

Una voz retumba:

—No deberías estar ahí.

Abro los ojos y m e doy la vuelta bruscamente. Luego vuelvo a girarme con la misma rapidez, posando cuidadosamente las manos en el  altar y deseando que no m e tiemblen. Hago caso omiso de la advertencia y de los pasos que se acercan a mí. 

— ¿Sigues sin hablarte con el gilipollas?

Dios mío. Tengo que decir algo.

—No creo que se pueda usar esa palabra en una iglesia —contesto. 

Escucho  sus  pasos,  ahora  amortiguados  por  la  alfombra  que  cubre  los escalones del altar.

—Entonces parece que los dos tengamos un punto en contra: tú por entrar donde no debes, y yo por decir una palabrota. 

Suenan unos cuantos pasos más y luego el roce de un zapato contra la verja.

Me doy la vuelta y me encaro a Ethan. 

—Dos.

— ¿Cómo?

—Yo  tengo  un  punto  en  contra.  Tú  tienes  dos: por  decir  palabrotas  y  por pasar al altar.

Su cara se contrae en una mueca, una mezcla de frustración y miedo. 

—Eres… eres…

Pero  con  la  misma  rapidez  con  que  han  aparecido,  su  ceño  fruncido  y  la dureza de su rostro desaparecen. Sus suaves ojos marrones se fijan en los míos durante un segundo o dos. O tres.

—Jenna  —suspira—,  no  quiero  discutir.  Solo  he  venido  a  buscarte. Habíamos  quedado  hace  una  hora  en  el  lavadero.  Si  no  quieres  seguir trabajando  conmigo  en  el  proyecto,  el  padre  de  Rico  sabe  de  otra  persona que…

—No —le interrumpo.

Se acerca más. Si extendiera el brazo podría tocarle.

— ¿Quieres decir que ya no vas a trabajar conmigo?

No  puedo  responder.  Lo  que  debo  decir  y  lo  que  quiero  son  dos  cosas diferentes. ¿Me habré sentido siempre así de confusa?

Ethan me agarra del brazo.

—Jenna, por favor, tienes que hablarme.

—Necesito… quiero seguir trabajando contigo, Ethan. Pero…

Él se inclina y me besa.

Yo le devuelvo el beso.

Nos estamos besando en el altar. Nos estamos besando apasionadamente en el altar de la iglesia, frente a todas las imágenes de santos. ¿Cuántos puntos en contra supondrá esto?

Apoyo las manos en su pecho y empujo.

—Esto no está bien — digo.

—Mira, sé que en el pasado hice cosas… 

—Ethan, el problema no eres tú. Las cosas han cambiado. Soy yo. Es algo… complicado.

—Cuéntamelo —me pide.

Le  miro  a  los  ojos.  Dicen  que  son  los  espejos  del  alma,  y  creo  que  en  este momento puedo ver el alma de Ethan. ¿Qué verá él cuando mira a los míos?

Aparto  la  mirada  y  veo  más  ojos:  las  imágenes  de  los  santos  nos  observan desde las hornacinas. San José. La Virgen. San Francisco. Sus miradas me atraviesan, me parten en dos.

No debes contarlo.

Por el bien de todos.

Y especialmente por tu bien.

No debes decirle nada a nadie.

—Aquí no —le contesto—. Vamos fuera.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora