Capítulo 43 Alfiler

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Estoy tumbada en mi cama. La mirada fija en el techo. Claire va de un lado  a  otro.  Se  marcha.  Regresa.  Me  ruega.  Me  explica.  La  escucho pero  no  contesto.  Lily  también  entra.  Observa.  Le  susurra  algo a Claire. Se acerca a mí. Se marcha. Regresa.

No saben qué hacer conmigo. Mi padre está de camino. Claire lo llamó hace horas. Estamos en mitad de la noche. Son las dos de la madrugada. Él me lo explicará  todo,  dice  Claire.  Cuando  llegue.  Me  hará  comprender.  Y  sin embargo,  se  sienta  en  el  borde  de  mi  cama  y  trata  de  explicármelo  ella misma.

—Te  quemaste  mucho,  Jenna.  Lo  intentamos  todo.  Incluso  con  injertos temporales,  estabas  perdiendo  demasiado  líquido.  Logramos  que  te estabilizaras durante unos días. Yo tenía muchas esperanzas. Pero entonces empezaron las infecciones y nos dimos cuenta de que estábamos perdiendo.

Los  antibióticos  no  funcionaban.  El  tiempo  se  acababa  y  no  teníamos muchas opciones. Entonces, un día, tu padre m e dijo que me metiera con él en  un  armario.  ¡Un  armario!  Ahí  es  donde  tuvimos  que  decidir  qué  hacer contigo. Me contó en susurros que había una manera de salvarte. Teníamos que tomar una decisión… Salvarte de la única forma que nos  ocurría,  o dejarte morir. Cualquier padre hubiera elegido lo mismo que nosotros.

Sus  manos  aferran  el  borde  de  mi  colcha.  Se  levanta.  Da  vueltas  por  mi habitación. Vuelve a mi cama.

—Pedimos que te trasladaran inmediatamente a un centro privado. Con una habitación  individual.  Todos  los  médicos  que  habían  trabajado  en  tu  caso fueron  despedidos,  excepto  aquellos  que  trabajaban  con  tu  padre  en Biosistemas Fox. La infección estaba avanzando rápidamente. De hecho, tu padre  tuvo  que  inyectarte  los  nanobots mientras  estabas  en  la  ambulancia camino  al  nuevo  centro.  Tenía  que  conseguir  que  te  escanearan  el  cerebro cuanto antes.

— ¿Por qué?

Se  levanta  de  nuevo.  Su  rostro  parece  alerta.  Tiene  una  expresión  cauta. Casi alegre. Se siente esperanzada porque le he respondido. No debería.

—Tu  sistema  circulatorio  no  aguantaba  más.  No  sabíamos  cuánto  tiempo aguantaría  tu  corazón.  Y  para  que  salgan  bien  esos  escáneres,  es fundamental  que  la  sangre  circule.  Cada  escáner  tarda  al  menos  seis minutos.  Pero  tu  cuerpo  no  resistía  más: tus  órganos  vitales  estaban dejando  de  funcionar  uno  a  uno.  Para  cuando  llegaste  al  quirófano,  ya habías sufrido dos paradas cardiacas. Los médicos te estaban esperando con el biogel preparado. Salvaron todo lo que aún era viable.

Se  acerca.  Está  pálida.  Se  arrodilla  al  lado  de  mi  cama  y  toma  entre  sus manos mi mano herida. La agarra como si pensara que se va a disolver sin su contacto.

—La mariposa, Jenna. Así llaman muchos médicos al cerebelo. Es la parte más importante del cerebro. Y tú aún la tienes.

¿Y  el  resto?  ¿Mis  recuerdos?  ¿Mi  historia?  Esa  mariposa  no  puede contenerlos  a  todos.  ¿De  dónde  sale  el  resto?  ¿Por  qué  recuerdo  tantas cosas? Casi todo, de hecho. Excepto el accidente.

Cierro  los  ojos.  Quiero  que  se  vaya.  No  quiero  hablar  de  mariposas  ni  de cerebros.  Ni  siquiera  quiero  respuestas.  Y  no  la  quiero  a  ella.  Siento  su mejilla en mi mano. Su aliento. Su necesidad. Después m e suelta despacio y se va.

Abro los ojos nuevamente. Mi habitación está oscura. El silencio de la casa es  una  sábana  pesada.  Estoy  pegada  a  la  cama,  como  si  me  hubieran clavado con un alfiler al colchón.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora