Capítulo 42 Azul

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La escalera se mece. Se bambolea.

Mi  mano  herida  se  aprieta  contra  el  estómago.  La  otra  palpa  la barandilla.

Solo  una  pequeña  mancha  de  sangre  ensucia  mi  camisa.  Es  muy poca. Y casi no es roja. Sin casi: no es roja.

Mis pies tropiezan y bajo tres escalones de golpe.

— ¿Jenna? —grita mi madre desde la cocina.

Más escaleras. No hay dolor. La mano no me duele.

El pasillo se mece y la puerta se balancea. Mi madre y Lily están en la mesa de la cocina, enmarcadas por la luz.

Dejan de hablar y me miran fijamente. Los ojos de mi madre se detienen en mi  camisa.  La  m ancha  de  sangre.  Empieza  a  levantarse,  pero  una  palabra mía la detiene.

— ¿Cuándo?

—Jenna...

— ¿Cuándo me lo ibas a decir? —grito estirando el brazo—. ¿Qué es esto?

Mi madre se lleva la mano a la barbilla tapándose parte de la boca.

—Jenna, déjame explicarte...

Lily se incorpora y se hace a un lado.

—Siéntate, anda —me dice ofreciéndome su silla.

Me siento porque no sé qué otra cosa hacer. Miro a Claire.

— ¿Qué le pasa a mi mano?

La apoyo en la m esa y abro el tajo con los dedos. La piel se extiende sobre una capa azul. Gel azul. Debajo de eso hay un brillo de color blanquecino: hueso  y  ligamentos  sintéticos.  ¿Plástico?  ¿Alguna  aleación?  Mi  madre  mira hacia otro lado.

— ¿Qué pasó? —pregunto en un susurro.

—Fue el accidente —responde.

El accidente.

— ¿Me la cortaron?

Mi madre se acerca y me apoya las manos en el brazo.

—Jenna, cariño...

—Dímelo.

—Se quemó. Se quemó muchísimo.

Observo mi otra mano, apoyada en la mesa junto a la mano herida. Mi otra mano  perfecta.  La  mano  perfecta  que  no  logra  entrelazarse  correctamente. La  mano-monstruo.  Miro  a  mi  madre.  Parece  estarse  desmoronando  por dentro, aplastada bajo un terrible peso.

— ¿Y qué pasa con... esta? —pregunto levantando la otra mano.

Mi madre asiente sin decir nada.

Dios  mío.  Miro  hacia  abajo;  el  mundo  parece  desaparecer  más  allá  del círculo de mi regazo. De repente tengo mucho frío. Mi piel, en la cual me he sentido del todo a gusto, ahora m e resulta totalmente ajena. Oigo los pasos de  Lily  al  colocarse  al  otro  lado  de  la  mesa.  El  chirrido  de  una  silla.  Su suspiro cuando se sienta. Todo machaca mis oídos. Mis manos se crispan. Las miro. ¿Mis manos? ¿Puedo llamarlas así?

Me giro hacia mi madre.

— ¿Hay algo más?

Tiene los ojos anegados en lágrimas. Su cara muestra desesperación.

—Jenna, ¿qué más da? Sigues siendo mi hija, eso es lo que importa...

Mis torpes pies. Mis piernas.

No, por favor. No.

—Levántate —digo mientras m e incorporo. Mi madre m e mira, confundida—. ¡Levántate! —le grito. 

Se levanta y queda a unos centímetros de mí. Nos miramos a los ojos. Somos exactamente de la misma altura.

— ¿Cuánto  mides,  mamá?  —susurro  pronunciando  cuidadosamente  cada palabra, como si fueran los nudos de una cuerda por la que estoy escalando.

— ¿Cómo, Jenna?

 No me entiende. No sabe lo que oí en la grabación que Lily m e dijo que viera, esa discusión en la que mencionó mi altura.

El miedo retuerce sus fracciones. No contesta.

— ¿Cuánto mides? — repito, peor ya no es una pregunta: es una exigencia.

—Un metro setenta.

Me derrumbo en la silla sacudiendo la cabeza. Mi madre masculla algo, dice cosas  que  solo  son  ruidos  para  mí.  Finalmente  me  fuerzo  a  mirarla  y  le ordeno:

—Cuéntamelo todo.

— ¿Qué? —dice como si no entendiera lo que estoy diciendo. Pero sí que lo entiende. Lo veo en sus ojos, en la forma frenética en que da un paso hacia atrás con la esperanza de que todo esto desaparezca.

— ¿Cuánto de mí hay en mí?

Le tiembla el labio. Sus ojos se anegan de nuevo.

Lily interviene.

—Un  diez  por  ciento.  El  diez  por  ciento  de  tu  cerebro  que pudieron  salvar. Tendrían que haberte dejado morir.

Intento  entender  lo  que  está  diciendo.  Miro  cómo  mueve  la  boca.  Oigo palabras. Diez por ciento. Diez por ciento.

Entonces mi madre se enfurece. Una leona. A centímetros de mí cara.

—Pero  es  el  diez  por  ciento  más  importante,  ¿me  entiendes?  El  más importante.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora