Capitulo 53 El invernadero

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Por el interior de la puerta resbalan gotitas de vapor. Mis dedos tocan el cristal. Nadie me ha invitado a entrar.

El  impulso  de  empujar  es  apremiante,  pero  ¿por  qué  invadir  un espacio donde no soy bienvenida?

Mis  preguntas  se  han  multiplicado  y  retorcido.  Han  adoptado  una  nueva forma  ¿Podré  saber  alguna  vez  si  ese  diez  por  ciento  — esa  parte  más importante—  es  suficiente?  ¿O  me  estrellaré  antes  de  encontrar  la respuesta?

¿Puede estrellarse un engendro como yo, o simplemente m e disolveré en una nube de polvo?

Empujo suavemente la puerta.

Lily está al fondo del invernadero. Gira la cabeza con sorpresa cuando me ve, pero  enseguida  se  vuelve  de  nuevo:  está  luchando  por  introducir  una palmera grande en un macetero y la tarea requiere toda su atención.

Avanzo dos pasos. El invernadero tiene al menos nueve metros de largo. Ya están reparadas todas las ventanas que había rotas, y sobre la mitad de las mesas de aluminio reposan plantas. Me sorprende lo cálido que está el aire dentro. Fuera el sol brilla, pero el aire de febrero es fresco. Aquí el ambiente es cálido y húmedo como un útero.

Lily gruñe mientras alza el macetero, ya con la palmera dentro, para posarlo en una mesa. Se da la vuelta y avanza hasta un rincón en el que hay varios sacos  apilados.  Agarra  uno  por  las  esquinas  y  empieza  a  arrastrarlo.  Se detiene.

—Me vendría bien un poco de ayuda —dice.

Doy  un  traspié  tratando  de  alcanzarla  antes  de  que  termine  su  tarea.  Ella suelta una esquina del saco y yo alargo la mano para agarrarla. Tiramos de él  hasta  llegar  a  la  mesa  y  luego  lo  alzamos  para  colocarlo  al  lado  del macetero. Lily le clava unas tijeras de podar y tira hasta rajarlo, el saco se abre  y  por  el  corte  cae  algo  de  tierra.  No  recuerdo  a  esta  Lily  tan  callada, absorta, enfadada. Tan poco predecible. Los fragmentos de Lily que recuerdo —de Lily cuando aún era mi abuela— no eran tan misteriosos. Sus sonrisas eran  sonrisas,  y  era  raro  oírle  una  palabra  dura.  Hay  piezas  que  aún  me faltan, pero las que tengo son recuerdos de ella sonriendo cada vez que me veía. Yo no era solo la estrella polar de mis padres, sino también la de ella.

Me da la impresión de que en cierto modo, ella era la mía a su vez.

Mis recuerdos de adolescencia con ella son nebulosos; puedo oírlos más que verlos.  «Déjala,  Claire».  Y  después:  «Pues  a  mí  me  gusta  su  peinado».  Y también: «Dale espacio, hija». Aún puedo oír su voz aliviándome de pesos que ni siquiera sabía que me oprimían.

Ahora  es  cínica,  malhumorada,  más  misteriosa  cada  día.  Con  una  paleta traslada la tierra al macetero y luego la apisona con las m anos desnudas. Yo me quedo en silencio a su lado mientras m e pregunto si esto es todo lo que podemos  ser  ahora:  dos  versiones  distorsionadas  de  lo  que  alguna  vez fuimos.  El  mundo  no  ha  cambiado  somos  nosotras  quienes  hemos cambiado.  Las  preguntas  que  me  trajeron  hasta  aquí  están  perdidas  en alguna conexión cortada entre nosotras.

—Tu madre tenía razón, ¿sabes? —dice interrumpiendo mis pensamientos.

— ¿Qué?

—No  deberías  acordarte  del  día  en  que  casi  te  ahogaste.  Solo  tenías  año  y medio.  Ni  siquiera  sabías  hablar.  Dicen  que  solo  puedes  acordarte  de  las cosas cuando tienes palabras para expresarlas.

—Pero lo recuerdo, ¿no es cierto?

—Sí.

—Así que tal vez los que dicen eso no saben tanto como creen.

—No.

Deja la paleta a un lado y me observa.

—No, no creo que sepan tanto —explica. Nos miramos con incomodidad.

— ¿Cómo  puedo  seguir  adelante?  —le  pregunto  bruscamente—  ¿Tienes alguna idea?

Se da la vuelta. Supongo que le pido demasiado.

—Eres la única persona a la que le puedo preguntar estas cosas —añado—. La única que sé que me dirá la verdad. 

Ella sacude la cabeza.

—Me pones en una posición horrible: elegir entre mi hija y…

—Me voy. No debería haber esperado que… 

—Jenna.

 Ese sonido. Mi nombre. El sonido de antes. Jenna.

Se gira nuevamente.

—Hay  cosas  que  deberías  saber —musita—.  Son  cosas  que  juré  no  decir. Claire es mi hija. La quiero con el alma, y haría casi cualquier cosa por ella —vacila, inspirado profundamente—. Pero creo que tienes derecho a saber.

Por  primera  vez  soy  consciente  de  que  el  corazón  no  me  golpea  dentro  del pecho; lo que siento es el recuerdo de cuando eso ocurría. Sin embrago, me basta con el recuerdo. Mis pensamientos laten fuera de control.

Saca dos cajas de madera de debajo de la mesa, se sienta sobre una de ellas y me ofrece la otra. Nos sentamos frente a frente.

—Ya  sé  que  no  te  acuerdas  de  todo  aún,  pero  a  lo  mejor  te  suena  esto. Tenías  dieciséis  años.  Tu  madre  y  tú  estabais  discutiendo.  Yo  estaba  en vuestra  casa  de  paso,  pero  intenté  mantenerme  al  margen.  Tu  madre  no quería  dejarte  ir  a  una  fiesta:  no  le  gustaba  la  persona  que  la  organizaba. Seguisteis discutiendo, dándole vueltas a lo mismo, hasta que ella se hartó y te mandó a tu habitación. ¿Te acuerdas de lo que hiciste?

Niego con la cabeza.

—Te reíste de ella. Le dijiste que no tenías siete años y te marchaste sin más.

—Sí, ya sé que a veces discutíamos, pero…

—No me refiero a eso. El caso es que no te fuiste a tu habitación.

Miro  a  Lily.  No  entiendo  por  qué  una  simple  discusión  le  parece  tan importante.  Y  si  no  me  fui  a  mí  habitación.  ¿Qué?  Ya  pasó  y  punto.  Hace mucho de eso; no puedo cambiar lo que sucedió entonces.

—No te fuiste a tu habitación, Jenna —insiste.

Vale, no me fui…

El invernadero empieza a dar vueltas a mí alrededor.

Vete  a  tu  habitación,  Jenna.  Y  lo  hice.  No  pude  evitarlo,  aunque  tenía  una imperiosa necesidad de hacer otra cosa. Vete a tu habitación, Jenna. Y lo hice.

Claire ordena y sus órdenes se cumplen.

Miro a Lily. Tengo la boca abierta, pero no puedo articular palabra. —Lo  siento —dice—.  Pero  no  siento  habértelo  contado.  No  está  bien  hacer eso. No está bien.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora