Capítulo 23 Personaje

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Encontrar la casa es fácil: izquierda, izquierda, izquierda. Un paseo de diez minutos como mucho. El señor Bender se sorprende de verme, pero me invita a entrar.

— ¿Café?

—No bebo. Quiero decir que no bebo café — respondo.

El señor Bender le añade leche al suyo. Me ofrece zumo, leche, panecillos y bizcochos. A todo le digo que no.

—Sigo una dieta especial —explico.

— ¿Tienes alguna alergia?

—No, solo es una dieta especial.

Asiente como diciendo «Sí, lo sé». ¿Qué es lo que sabe? Dice que en la red se puede  encontrar  todo  lo  que  quieras  saber  sobre  tus  vecinos.  ¿Habrá averiguado algo sobre mí?

— ¿Hizo las fotografías de la serpiente? —le pregunto.

—Sí,  hice  muchas.  Ahora  estoy  tratando  de  seleccionar  las  mejores  para enviárselas a mi agente.

— ¿Le sacó alguna foto con los pájaros?

—Solo  unas  pocas,  pero  esas  pocas  eran  alucinantes.  Conseguí  unos encuadres excelentes. Tuve suerte.

— ¿Puedo verlos?

— ¿Los encuadres?

—No, los pájaros.

Nuestros  pies  chapotean  en  el  suelo  mojado  por  la  lluvia.  El  camino  del jardín está lleno de charcos. El señor Bender pasa por encima de ellos con largas zancadas, pero yo los piso.

—No sé cuántos pájaros habrá, con todo lo que ha llovido —comenta.

Me basta con uno. 

Nos sentamos en el banco alargado. Tiene razón: no hay muchos. Solo dos. Los  demás  deben  de  seguir  en  los  refugios  que  se  han  buscado  para cobijarse  de  la  tormenta.  Pero  los  dos  que  llegan  se  posan  solo  sobre  su mano.

Al cabo de veinte minutos, guarda el alpiste y volvemos a la casa. Se sirve otra taza de café y yo ojeo las fotos de La Serpiente del Pino.

—No te preocupes, Jenna.

¿Qué  le  hace  pensar  que  estoy  preocupada?  ¿Y  por  qué  es  tan  importante que un pájaro marrón se pose sobre mi mano? ¿Qué le hace pensar que me importa?

—Algunas cosas tardan en conseguirse —añade.

Demasiadas cosas tardan en conseguirse. Y yo ya he perdido mucho tiempo; un año y medio podría ser una eternidad para mí.

—No me sobra el tiempo —le digo.

Se ríe.

—Seguro que sí. No tienes más que diecisiete años. Tienes mucho tiempo.

Dejo sobre la mesa las fotografías que tengo en la mano.

Nunca le he dicho que tenía diecisiete años.

— ¿De dónde ha sacado ese dato, señor Bender? —le pregunto—. ¿De la red?

¿Soy uno de esos vecinos sobre los que busca información?

Rellena su taza de café.

—Sí —responde, sin ofrecer ninguna justificación.

— ¿No le da vergüenza ser un fisgón?

—No soy un fisgón. Solo necesito saber quiénes son mis vecinos. Tal vez. Puede que yo también lo necesite.

—Bueno,  pues  entonces  le  confesaré  algo.  No  es  usted  el  único metomentodo.  Yo  también  he  buscado  y  encontrado  algunas  cosas  sobre usted.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora