Capítulo 89 Doscientos sesenta años después

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              Estoy  sentada  en  el  jardín  del  señor  Bender.  Se  fue  hace  tantas décadas que ya he perdido la cuenta. Ahora vivo aquí: me mudé hace cuarenta  años,  cuando  la  casa  de  mis  padres  se  quemó.  Ellos  se fueron incluso antes que el señor Bender.

Mi padre se equivocó al calcular los años que m e quedaban de vida, pero no me importa. He aprendido que la fe y la ciencia son dos caras de la misma moneda, separadas por un espacio mínimo pero suficiente para que un lado no pueda ver al otro. Ni siquiera saben que están conectadas. He decido que mi padre y Lily eran los dos lados de esa moneda, y tal vez yo sea el espacio entre ambos.

— ¿Jenna? —dice una voz.

Pertenece  a  la  única  persona  del  mundo  a  quien  puedo  verdaderamente llamar compañera.

— ¡Ahí estás! —es Allys.

Ya no cojea, y sus palabras han dejado de ser duras. Es una Allys más feliz que  la  que  conocí  hace  tanto  tiempo.  La  nueva  Allys: veintidós  por  ciento. Aunque,  en  realidad,  los  porcentajes  no  importan.  Ahora  existen  otras personas como nosotras, y el mundo se ha vuelto más tolerante. Nos hemos pasado muchos años trabajando y viajando para sensibilizar a la gente sobre lo  que  es  estar  en  nuestra  situación.  Aun  así,  sigo  siendo  el  estándar.  El Estándar  Jenna,  lo  llaman  a  veces.  Diez  por  ciento: el  porcentaje  mínimo. Pero la gente cambia, y el mundo también cambiará. De eso estoy segura.

Allys  y  yo  vivimos  juntas,  dos  ancianas  con  cuerpos  de  adolescente.  Otro elemento con el que mi padre y los científicos tampoco contaron es que los biochips  aprenderían,  crecerían  y  mutarían,  porque  en  ese  diez  por  ciento había un mensaje escondido: «Sobrevive». Así que los biochips hicieron todo lo  posible  para  que  no  decayéramos.  Nadie  sabe  cuánto  tiempo  podemos vivir  Allys  y  yo.  Sin  embargo,  los  científicos  modificaron  el  biogel  para  los siguientes receptores de forma que nadie pudiera vivir más allá de un tiempo «sensato y apropiado». A nuestra avanzada edad, Allys y yo nos reímos de ser tan insensatas e inapropiadas. Ahora nos hacen gracia muchas cosas.

— ¡Kayla está en casa!—grita Allys desde el borde del jardín 

— ¡Dile que venga!

Pasé setenta años muy hermosos con Ethan, y solo tuve valor para encargar a  Kayla  mucho  después  de  que  él  desapareciera.  Kayla  tiene  el  color,  la gracia  y  el  amor  por  la  literatura  de  Ethan,  y  a  veces  sus  arrebatos  de carácter.  Sus  ojos,  sin  embargo,  son  como  los  míos.  Vivo  por  ella.  Sin embargo,  sé  que  un  día,  cuando  Kayla  haya  llegado  a  una  cierta  edad, viajaré  a  Boston  en  invierno  y  me  quedaré  allí  dando  largos  paseos  y sintiendo  la  suavidad  de  los  fríos  copos  de  nieve  en  la  cara  una  vez  más, porque ningún padre debe sobrevivir a sus hijos.

Kayla aparece dando brincos.

— ¡Hola, mamá!

—Calla —musito posándome el índice sobre los labios.

Ella  guarda  un  silencio  expectante,  con  los  ojos  abiertos  de  par  en  par.

Cuando los miro —cada vez que los miro— me  recuerdan a mi madre, a Lily, ese algo especial que solo pude comprender cuando tuve a Kayla.

—Ven aquí, hija —susurro, y ella se acerca de puntillas para acurrucarse a mi lado en el banco.

Meto la mano en el bolsillo, sintiendo el roce de los pájaros que ya aletean alrededor de nuestros hombros. Echo  medio puñado de alpiste en la mano de  Kayla  y  las  dos  sostenemos  nuestra  ofrenda.  Los  pájaros  se  posan inmediatamente  en  nuestros  brazos  y  nuestras  manos.  Son  una  docena  o más, tan ligeros que apenas pesan. Solo ocupan un puñadito de espacio y, aun así, tocarlos m e hace sentir inconmensurablemente plena. Unos gramos milagrosos  que  me  dejan  sin  palabras.  Hoy,  como  cada  vez  que  se  han posado sobre mi mano durante los últimos doscientos y pico años, m e sigo asombrando con el peso de un gorrión.

FIN

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora