Estoy sentada en el jardín del señor Bender. Se fue hace tantas décadas que ya he perdido la cuenta. Ahora vivo aquí: me mudé hace cuarenta años, cuando la casa de mis padres se quemó. Ellos se fueron incluso antes que el señor Bender.
Mi padre se equivocó al calcular los años que m e quedaban de vida, pero no me importa. He aprendido que la fe y la ciencia son dos caras de la misma moneda, separadas por un espacio mínimo pero suficiente para que un lado no pueda ver al otro. Ni siquiera saben que están conectadas. He decido que mi padre y Lily eran los dos lados de esa moneda, y tal vez yo sea el espacio entre ambos.
— ¿Jenna? —dice una voz.
Pertenece a la única persona del mundo a quien puedo verdaderamente llamar compañera.
— ¡Ahí estás! —es Allys.
Ya no cojea, y sus palabras han dejado de ser duras. Es una Allys más feliz que la que conocí hace tanto tiempo. La nueva Allys: veintidós por ciento. Aunque, en realidad, los porcentajes no importan. Ahora existen otras personas como nosotras, y el mundo se ha vuelto más tolerante. Nos hemos pasado muchos años trabajando y viajando para sensibilizar a la gente sobre lo que es estar en nuestra situación. Aun así, sigo siendo el estándar. El Estándar Jenna, lo llaman a veces. Diez por ciento: el porcentaje mínimo. Pero la gente cambia, y el mundo también cambiará. De eso estoy segura.
Allys y yo vivimos juntas, dos ancianas con cuerpos de adolescente. Otro elemento con el que mi padre y los científicos tampoco contaron es que los biochips aprenderían, crecerían y mutarían, porque en ese diez por ciento había un mensaje escondido: «Sobrevive». Así que los biochips hicieron todo lo posible para que no decayéramos. Nadie sabe cuánto tiempo podemos vivir Allys y yo. Sin embargo, los científicos modificaron el biogel para los siguientes receptores de forma que nadie pudiera vivir más allá de un tiempo «sensato y apropiado». A nuestra avanzada edad, Allys y yo nos reímos de ser tan insensatas e inapropiadas. Ahora nos hacen gracia muchas cosas.
— ¡Kayla está en casa!—grita Allys desde el borde del jardín
— ¡Dile que venga!
Pasé setenta años muy hermosos con Ethan, y solo tuve valor para encargar a Kayla mucho después de que él desapareciera. Kayla tiene el color, la gracia y el amor por la literatura de Ethan, y a veces sus arrebatos de carácter. Sus ojos, sin embargo, son como los míos. Vivo por ella. Sin embargo, sé que un día, cuando Kayla haya llegado a una cierta edad, viajaré a Boston en invierno y me quedaré allí dando largos paseos y sintiendo la suavidad de los fríos copos de nieve en la cara una vez más, porque ningún padre debe sobrevivir a sus hijos.
Kayla aparece dando brincos.
— ¡Hola, mamá!
—Calla —musito posándome el índice sobre los labios.
Ella guarda un silencio expectante, con los ojos abiertos de par en par.
Cuando los miro —cada vez que los miro— me recuerdan a mi madre, a Lily, ese algo especial que solo pude comprender cuando tuve a Kayla.
—Ven aquí, hija —susurro, y ella se acerca de puntillas para acurrucarse a mi lado en el banco.
Meto la mano en el bolsillo, sintiendo el roce de los pájaros que ya aletean alrededor de nuestros hombros. Echo medio puñado de alpiste en la mano de Kayla y las dos sostenemos nuestra ofrenda. Los pájaros se posan inmediatamente en nuestros brazos y nuestras manos. Son una docena o más, tan ligeros que apenas pesan. Solo ocupan un puñadito de espacio y, aun así, tocarlos m e hace sentir inconmensurablemente plena. Unos gramos milagrosos que me dejan sin palabras. Hoy, como cada vez que se han posado sobre mi mano durante los últimos doscientos y pico años, m e sigo asombrando con el peso de un gorrión.
FIN
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La adorada Jenna Fox
Научная фантастикаAntes era alguien. Alguien que se llamaba Jenna Fox. Con esas palabras da comienzo una historia de ciencia ficción en un futuro cercano. Jenna Fox es una adolescente que acaba de despertar del coma. Un terrible accidente la dejó en ese estado durant...