Capítulo 7 Día dieciséis

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Cuando desperté esta mañana, en mi interior había preguntas. No sé dónde  estarían  escondidas  hasta  hoy.  «El  tiempo  todo  lo  cura».  ¿Se referiría  a  esto  mi  padre  cuando  dijo  esa  frase?  ¿O  será,  más  bien, que  las  palabras  que  se  habían  perdido  en  mi  cabeza  estaban  tratando  de encontrar el orden adecuado? Además de las preguntas, también m e vino a la  mente  la  palabra  «cuidado».  ¿Por  qué?  Estoy  empezando  a  pensar  que tengo que confiar en las palabras cuando me llegan.

—Jenna,  voy  a  salir —dice  mi  madre  desde  la  escalinata  de  la  puerta—.

¿Estás segura de que vas a arreglártelas bien sola?

Mi madre se va a la ciudad. Es la primera vez que la veo salir de casa desde el Día Uno.

—No  te  preocupes —contesto—.  Mis  nutrientes  están  en  la  encimera  de  la cocina. Sé cuánto tengo que tomar.

Aún  no  puedo  comer  alimentos  normales.  Cuando  pregunté  por  qué,  mis padres balbucearon sin saber explicarlo. Finalmente dijeron que, después de un  año  de  alimentarme  con  nutrientes  que  entraban  en  mi  cuerpo  por  un tubo,  mi  sistema  digestivo  se  ha  desacostumbrado  y  no  podrá  procesar comida durante un tiempo. Nunca vi ese tubo. A lo mejor hay algo sobre eso en el último disco que Lily me dijo que mirara. ¿Por qué querrá que lo vea?

—No salgas de casa —añade mi madre.

—No lo hará —responde Lily.

Mi  madre  va  a  la  ciudad  para  contratar  a  una  cuadrilla  de  albañiles.  Es asesora certificada en restauración. O lo era. En Boston restauraba casas de estilo  Brownstone: era  su  especialidad.  Siempre  tenía  trabajo.  La  gente siempre está queriendo restaurar cosas. Lo antiguo está de moda. Lily dice que tenía buena reputación. Su carrera profesional se ha suspendido por mi culpa, porque no hay casas de ese tipo en California. Pero mi madre dice que la casa estilo Cotswold en la que vivimos necesita una buena restauración, y que  ahora  que  estoy  mejor,  ya  va  siendo  hora  que  la  haga  habitable.

Restaurar  estas  casas  no  es  tan  distinto  de  restaurar  las  otras,  dice. Repararme a mí y a la casa Cotswold son sus nuevas dedicaciones.

Cuando ya está saliendo por el estrecho camino de piedra que cruza el patio, le hago mi primera pregunta. Sé que no es un buen momento.

—Mamá, ¿por qué nos vinimos a vivir aquí?

Se  detiene.  Creo  identificar  un  leve  tropezón.  Se  gira.  Tiene  los  ojos  muy abiertos. No dice nada, así que continúo.

—Si  los  médicos,  papá  y  tu  trabajo  están  en  Boston,  ¿por  qué  nosotras estamos aquí?

Mi madre mira hacia abajo por un momento, así que no puedo ver su cara. Después levanta nuevamente la cabeza. Sonríe. Primero sube la comisura de un lado, después la del otro. Una sonrisa cuidadosa.

—Hay  muchas  razones,  Jenna.  No  te  las  puedo  comentar  todas  ahora porque voy a perder el tren, pero la razón principal es que pensamos que te recuperarías  mejor  en  un  lugar  tranquilo.  Y  parece  que  nuestro  plan  está funcionando, ¿no?

Habla con soltura. Son palabras ensayadas, lo distingo en su tono de voz. Lo que  dice  parece  razonable,  pero  puedo  ver  las  fisuras.  Estar  en  un  lugar tranquilo no es tan importante como tener a los médicos cerca. Sin embargo, asiento.  Hay  algo  en  sus  ojos.  Sé  que  los  ojos  no  respiran,  pero  los  suyos están sin aliento.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora