Capítulo 17 Vete a tu cuarto

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Sentada frente a la encimera, mi madre bebe zumo de naranja mientras examina  la  lista  de tareas  que  tiene  para  hoy.  Lily  ralla  queso  sobre un  recipiente  con  huevos.  Yo  bebo  mis  nutrientes,  que  no  saben  a nada. Me trago rápidamente el último sorbo y pregunto: 

— ¿Soy aficionada a la historia? 

— ¿Aficionada a qué? —dice mi madre sin levantar apenas la mirada. 

Decido reformular la pregunta del señor Bender:

— ¿Me gustaba la historia? ¿Era mi asignatura favorita? 

Mi madre levanta la mirada, sonríe y vuelve a inclinarse sobre su lista para hacer algunos cambios. 

—Más  bien  no  —responde—.  Me  temo  que  para  aprobar  historia  y matemáticas necesitabas clases particulares. 

Vuelve a concentrarse en su agenda. ¿Clases particulares? Debía de ir a una academia excelente. 

Retiro mi vaso vacío y anuncio: 

—Hoy voy a ir al instituto. 

Mi madre deja caer el bolígrafo y se queda mirándome. Lily deja de batir los huevos.

—Supongo que no m e pude graduar durante el año que estuve en coma, así que aún tendré que terminar el curso, ¿no? 

Mi madre no habla. Tiene la boca abierta y sacude la cabeza levemente como si  mis  palabras  rebotaran  en  su  interior.  De  alguna  forma,  me  parece divertido. 

—Hay  dos  centros  privados  a  poca  distancia,  lo  he  visto  en  la  red,  y  el instituto público tampoco está lejos si voy en coche.

— ¡Tú no puedes conducir! —grita mi madre como si las palabras le salieran disparadas  de  la  boca.  Respira  hondo  y  parece  tranquilizarse—.  Jenna,  de ninguna manera puedes ir a clase. Aún te estás recuperando...

—Estoy bien.

Mi madre se incorpora.

—He dicho que no puedes ir a clase y punto.

Vacilo, pero después también me incorporo.

—Y yo digo que sí puedo.

Mi  madre  está  petrificada.  Las  dos  nos  quedamos  en  silencio.  Finalmente, ella aparta la mirada. Se vuelve a sentar. Agarra su bolígrafo. Ahora parece tranquila y segura de sí; vuelve a ser la madre que siempre sabe antes que yo adónde nos dirigimos.

—Vete a tu cuarto, Jenna. Tienes que descansar. Ve ahora. 

Estoy  furiosa.  Indignada.  Exasperada.  Todas  esas  palabras  que  salen finalmente a borbotones, justo cuando las necesito. Pero mi voluntad está decayendo. Mi madre dice que m e vaya a mi cuarto:

«Vete a tu cuarto, Jenna. Vete a tu cuarto».

Me voy.  Mi rabia se está duplicando, multiplicando, apoderándose de mi vista como si  fuera  una  nube  negra.  Apenas  puedo  ver  mientras  subo  la  escalera  de camino hacia mi cuarto. Vete a tu cuarto, Jenna. Y yo voy. Voy. En el último escalón  siento  que  algo  se  me  rompe  por  dentro  y  me  quedo  parada, balanceándome  adelante  y  atrás.  ¿En  qué  clase  de  mundo  he  despertado? ¿En  qué  pesadilla  estoy?  ¿Por  qué  estoy  obligada  a  hacer  lo  que  mi  madre quiere, cuando necesito desesperadamente hacer otra cosa? Me tambaleo en la  oscuridad  profunda  de  las  escaleras  sintiendo  que  estoy  otra  vez  en  ese vacío  donde  nadie  oye  mi  voz.  Si  Jenna  Fox  era  una  cobarde  sin  voluntad propia, definitivamente no quiero ser ella. Me abrazo a mí misma intentando huir  del  mundo.  Oigo  una  voz  cortante: es  mi  madre.  Está  enfadada.

¿Conmigo? Pero si he hecho lo que me pidió. Me apoyo cerca de la barandilla para escuchar. Lily también está enfadada. — ¿Cuándo vas a admitir que cometiste un error? — ¡Basta!  ¡Tú  más  que  nadie  deberías  entenderme!  Si  no  fuera  por  el tratamiento  in  vitro,  yo  no  estaría  aquí.  Siempre  me  dijiste  que  yo  era  tu milagro. ¿Por qué no puedo tener yo un milagro también? ¿Por qué eres tú quien tiene que decidir cuándo terminan los milagros? 

—No es natural.

— ¡Tampoco yo lo fui! Necesitaste ayuda. Yo solo quería...

Escucho un sonido extraño. ¿Un sollozo?

—Claire…

 —Por favor —dice mi madre. Ahora habla bajito, casi en un susurro.

—Claire, no la puedes mantener escondida del mundo. Quiere vivir. ¿No era justamente de eso de lo que se trataba? 

—No es tan fácil. Puede ser peligroso.

—Cruzar la calle puede ser peligroso y millones de personas lo hacen cada día. 

—No lo digo por ella, lo digo también por los otros. 

—Ah, los otros —repone Lily en tono de burla. 

Mi madre no responde. La conversación parece haber terminado. Suena un tintineo  de  platos  y  el  ruido  de  una  silla  al  ser  arrastrada  por  el  suelo  de linóleo.  El  silencio  envuelve  la  casa  como  un  lazo  cada  vez  más  apretado, hasta  que  por  fin  oigo  el  chirriar  de  otra  silla  y  un  suspiro  con  el  que  Lily parece retomar su personalidad habitual. 

—Sabes que a mí no me importa cómo lo hagáis. Yo dejé de opinar hace año y medio. Si por mí fuera podrías mandarla de vuelta a Boston, pero veo que tú ya has tomado una decisión. Para bien o para mal, ya está hecho, y ahora tienes que seguir adelante. ¿Eres su guardiana, o su madre?  Oigo un sonido ahogado. 

—No lo sé —responde mi madre en voz casi inaudible. 

Después, silencio. No hay ruido de platos. Ni de sillas. Ni de voces. Se acaba la discusión. Mi m adre ha terminado. También Lily, la última persona que yo hubiera esperado que argumentara a mi favor. Al menos, eso es lo que creo que ha hecho. Por otra parte, no le importaría que yo me marchara a Boston, a cuatro mil kilómetros de aquí. Puede que lo prefiriera a vivir conmigo. No lo entiendo. Solo sé que no voy ir al instituto; Claire lo ha dicho bien claro. 

Claire.

Ahora  me  acuerdo.  No  la  llamaba  mamá,  la  llamaba  Claire.  Estoy  segura. Termino de subir las escaleras y entro en mi habitación. Claire m e ha dicho que lo haga. Creo que la odio.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora