Estamos sentados en el salón. Mi padre amontona leña para encender el fuego, aunque mi madre le ha advertido que la parte superior de la chimenea no está restaurada aún. Pero a él no le importa. Quiere encender la chimenea. Dice que si la casa se quema, construirá una nueva.
Mi madre no le lleva la contraria. No va a pasar mucho tiempo con nosotras. Si tarda le echarán de menos en Boston, en su trabajo. Harán preguntas, y sus compañeros no le pueden cubrir mucho tiempo. Así que, aprovechando esta visita improvisada, intenta ponerme al corriente de las cosas que necesito saber. Durante la cena m e ha hablado más sobre las mejoras de la nueva Jenna. A pesar de que el biogel es autosuficiente, me han instalado un sistema digestivo primitivo «por razones psicológicas». No tengo estómago, pero sí una especie de intestino; eso explica por qué voy tan poco al baño y el extraño resultado que obtengo cuando lo hago. Además, el sistema utiliza los nutrientes como complemento para mi piel. En algún momento podré comer alimentos normales, si quiero.
Le digo a mi padre que ya me he dado un festín de mostaza y él frunce el ceño, pero no dice nada. Es como si no pudiera enterarse de más problemas, incluso aunque pongan en riesgo todo aquello por lo que él y mi madre han luchado. Mostaza: irrelevante.
Mi madre ha estado callada la mayor parte del tiempo. Antes de comer me pidió perdón por levantarme la mano. Lo hizo con una voz entrecortada, casi tartamudeando. No recuerdo que nunca m e haya pegado; parece como si la mera idea la conmocionara. Ahora está sentada en un sillón cerca del fuego, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos fijos en algo que no puedo ver. ¿El pasado? ¿Estará desandando el camino, preguntándose si podría haber actuado de otro modo? Siempre dicharachera y eficiente, ahora es lo contrario, como si alguien la hubiera desenchufado. Mi padre rellena el vacío que ella deja añadiéndole troncos al fuego y rellenando las copas de brandy de ambos. Antes de hoy, nunca había visto a mi madre beber nada más fuerte que zumo de arándanos.
Mi padre no saca a colación la pregunta que le hice antes de salir corriendo por la puerta trasera esta tarde. Tal vez sea irrelevante para él, al igual que la mostaza. Pero no creo que sea irrelevante para Lily. Ha estado ausente toda la tarde. Nos ayudó a hacer la cena, pero en vez de sentarse a la mesa se excusó y se fue a su habitación.
—Necesitáis estar los tres solos un rato —explicó.
Mientras atiza el fuego, mi padre me explica todo lo que hicieron conmigo. Es más de lo que quería saber. Por ejemplo, el tedioso proceso de salvar pedazos de mi piel, cultivarla en el laboratorio y combinarla con otras muestras hasta obtener la cantidad necesaria. La tecnología de los escáneres cerebrales, lo que él y su equipo han aprendido con mi caso, las implicaciones que esto tiene para pacientes futuros con problemas similares... En su papel de médico, mi padre se muestra hablador y seguro de sí mismo. Pero cuando se pone en modo paterno, titubea y se apaga como si fuera un reflejo de mi madre. Envejece. ¿Quién es esa Jenna Fox que tanto poder tiene sobre ellos?
Me siento como un débil e inseguro fantasma de ella. Como una réplica. Busco en vano un poco de su fuerza.
Mi padre se arrellana en una butaca frente a mi madre y habla de lo compleja que fue la transferencia de datos. Yo estoy sentada en el sofá con la espalda bien erguida, entre los dos. Las complejidades científicas no me importan tanto como las humanas. ¿Cuándo hablaremos de eso? Interrumpo la perorata médica de mi padre.
— ¿Por qué no me lo dijisteis cuando desperté? —pregunto—. ¿Es que no merecía saberlo?
Mi padre deja caer la cabeza y su pecho se hincha. Mi madre cierra los ojos.
—Tal vez hubiéramos debido hacerlo, Jenna —contesta él. Se incorpora y se pone a caminar en círculo frente a la chimenea—. Es imposible que lo hayamos hecho todo bien. Al fin y al cabo, no hay ningún manual para este tipo de situaciones… Estamos avanzando a tientas. Es la primera vez para nosotros igual que para ti. Estamos…
Se detiene y me mira:
—Lo estamos haciendo lo mejor posible. En su voz hay un atisbo de lágrimas que me atraviesa como una cuchilla. Mi madre abre los ojos; la leona ha vuelto. Juntos, son como un equipo de lucha libre: cuando uno está agotado, el otro le releva.
—Sabemos que esto es duro para ti. Jenna. También es duro para nosotros. Algún día lo entenderás. Algún día, cuando seas madre, entenderás lo que se puede llegar hacer por un hijo.
— ¿Pero es que no te das cuenta? ¿Nunca podré ser madre?
Su mirada se ablanda.
—Pudimos salvar un ovario, cariño. Está en un banco de órganos. Encontrar una madre sustituta no será problema…
¡Dios mío! Hay pedazos de mí repartidos por todo el país; puede que me hiciera gracia si no fuera tan espeluznante. Me levanto de golpe, dudando si irme o aguantar hasta el final.
—Por favor, ¿no podríamos ir cosa por cosa? Os he hecho una simple pregunta —protesto—. ¿Por qué no me lo dijisteis? No creo que se os olvidara. Hay cosas que recuerdo de vosotros, y esta es una: no se os escapa ni un detalle. Llevo años enfrentándome a vuestros detalles —miro directamente a Claire —. Ni siquiera mencionaré el hecho de que ahora soy cinco centímetros más baja, la altura perfecta para una bailarina. Sé que tampoco este detalle fue una casualidad. Así que volvamos a la pregunta original: ¿Por qué tardasteis tanto?
—Escúchame con atención —responde ella con voz y expresión severas—. Después de tu accidente, tu padre y yo nos quedamos literalmente sin aliento. No pudimos respirar durante días; al menos, así nos sentíamos. Cada vez que te miraba tenía miedo de mirar hacia otro lado, como si mis ojos fueran lo único que te anclara a la vida. Me resultaba insoportable mirarte, pero tampoco podía desviar la vista. De acuerdo, no lo hicimos todo bien. Pero recuerda que no fuiste solo tú la que pasó por un infierno.
La partida está en tablas. Es cierto: puedo leer en sus caras los años, las arrugas que les han caído por mi culpa.
—Sin embargo, tienes razón: hay algo más —prosigue—. Si no te lo dijimos hace unas semanas fue porque no estábamos seguros de cuál sería tu estado mental, de hasta qué punto podías ser responsable de tus actos y palabras. Hay mucha gente que ha puesto en riesgo su vida y su carrera por ti, Jenna. Teníamos que ser cuidadosos. Si se te hubiera escapado algo, no solo habrías puesto en peligro nuestro futuro, sino también el de ellos.
¿Cómo rebatir esto? Pero, por otra parte, ¿cómo manejar el peso extra de ser la Jenna perfecta, ahora no solo para mi madre y mi padre, sino también para personas a las que ni siquiera conozco? ¿Cuándo terminará todo esto? Apoyo la frente contra la repisa de la chimenea y cierro los ojos.
—Y que conste —interviene mi padre—: tu madre no tuvo nada que ver con que ahora midas cinco centímetros menos. Fue una decisión basada en la optimización motora y los límites de tu equilibrio corporal. Hubiera sido mejor hacerte un poco más baja aún, pero no quisimos alejarte tanto de tu talla. Cinco centímetros nos parecieron la solución perfecta.
Perfecta. Una Jenna más baja, más perfecta. Qué maravilla.
Cuidado, Jenna.
Aún hay más. Algo que m e habla. En alguna parte, serpenteando dentro de mí, hay fragmentos que tratan de unirse, de establecer sinapsis: una historia completa tratando de emerger. Cuatrocientos mil millones de neurochips extra, intentando reconstruir algo que la antigua Jenna nunca pudo comprender.
La mano de mi madre se posa en mi hombro.
—Por favor, Jenna: por nuestro bien, y especialmente por tu bien, no debes decirle nada a nadie.
Afirmo con la cabeza, incapaz de hablar. Mi padre extiende los brazos y me estrecha. Yo m e derrito contra su pecho, dejando que sus brazos m e rodeen como una manta envolvente y tibia.
ESTÁS LEYENDO
La adorada Jenna Fox
Science FictionAntes era alguien. Alguien que se llamaba Jenna Fox. Con esas palabras da comienzo una historia de ciencia ficción en un futuro cercano. Jenna Fox es una adolescente que acaba de despertar del coma. Un terrible accidente la dejó en ese estado durant...