Capítulo 49 Detalles

110 4 0
                                    

Estamos sentados en el salón. Mi padre amontona leña para encender el fuego, aunque mi madre le ha advertido que la parte superior de la chimenea  no  está  restaurada  aún.  Pero  a  él  no  le  importa.  Quiere encender la chimenea. Dice que si la casa se quema, construirá una nueva.

Mi madre no le lleva la contraria. No va a pasar mucho tiempo con nosotras. Si tarda le echarán de menos en Boston,  en  su  trabajo.  Harán  preguntas,  y  sus  compañeros  no  le  pueden cubrir mucho tiempo. Así que, aprovechando esta visita improvisada, intenta ponerme al corriente de las cosas que necesito saber. Durante la cena m e ha hablado más sobre las mejoras de la nueva Jenna. A pesar de que el biogel es  autosuficiente,  me  han  instalado  un  sistema  digestivo  primitivo  «por razones  psicológicas».  No  tengo  estómago,  pero  sí  una  especie  de  intestino; eso explica por qué voy tan poco al baño y el extraño resultado que obtengo cuando lo hago. Además, el sistema utiliza los nutrientes como complemento para mi piel. En algún momento podré comer alimentos normales, si quiero.

Le  digo  a  mi  padre que  ya  me  he  dado un  festín  de  mostaza  y  él  frunce  el ceño, pero no dice nada. Es como si no pudiera enterarse de más problemas, incluso aunque pongan en riesgo todo aquello por lo que él y mi madre han luchado. Mostaza: irrelevante.

Mi madre ha estado callada la mayor parte del tiempo. Antes de comer me pidió perdón por levantarme la mano. Lo hizo con una voz entrecortada, casi tartamudeando. No recuerdo que nunca m e haya pegado; parece como si la mera idea la conmocionara. Ahora está sentada en un sillón cerca del fuego, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos fijos en algo que no puedo ver. ¿El pasado? ¿Estará desandando el camino, preguntándose si podría haber actuado  de  otro  modo?  Siempre  dicharachera  y  eficiente,  ahora  es  lo contrario, como si alguien la hubiera desenchufado. Mi padre rellena el vacío que ella deja añadiéndole troncos al fuego y rellenando las copas de brandy de  ambos.  Antes  de  hoy,  nunca  había  visto  a  mi  madre  beber  nada  más fuerte que zumo de arándanos.

Mi padre no saca a colación la pregunta que le hice antes de salir corriendo por la puerta trasera esta tarde. Tal vez sea irrelevante para él, al igual que la  mostaza.  Pero  no  creo  que  sea  irrelevante  para  Lily.  Ha  estado  ausente toda la tarde. Nos ayudó a hacer la cena, pero en vez de sentarse a la mesa se excusó y se fue a su habitación.

—Necesitáis estar los tres solos un rato —explicó.

Mientras atiza el fuego, mi padre me explica todo lo que hicieron conmigo. Es más de lo que quería saber. Por ejemplo, el tedioso proceso de salvar pedazos de mi piel, cultivarla en el laboratorio y combinarla con otras muestras hasta obtener la cantidad  necesaria. La tecnología de los escáneres cerebrales, lo que  él  y  su  equipo  han  aprendido  con  mi  caso,  las  implicaciones  que  esto tiene  para  pacientes  futuros  con  problemas  similares...  En  su  papel  de médico, mi padre se muestra hablador y seguro de sí mismo. Pero cuando se pone  en  modo  paterno,  titubea  y  se  apaga  como  si  fuera  un  reflejo  de  mi madre. Envejece. ¿Quién es esa Jenna Fox que tanto poder tiene sobre ellos?

Me  siento  como  un  débil  e  inseguro  fantasma  de  ella.  Como  una  réplica. Busco en vano un poco de su fuerza.

Mi  padre  se  arrellana  en  una  butaca  frente  a  mi  madre  y  habla  de  lo compleja que fue la transferencia de datos. Yo estoy sentada en el sofá con la espalda  bien  erguida,  entre  los  dos.  Las  complejidades  científicas  no  me importan tanto como las humanas. ¿Cuándo hablaremos de eso? Interrumpo la perorata médica de mi padre.

— ¿Por  qué  no  me  lo  dijisteis  cuando  desperté? —pregunto—.  ¿Es  que  no merecía saberlo?

Mi padre deja caer la cabeza y su pecho se hincha. Mi madre cierra los ojos.

—Tal vez hubiéramos debido hacerlo, Jenna —contesta él. Se incorpora y se pone  a  caminar  en  círculo  frente  a  la  chimenea—.  Es  imposible  que  lo hayamos hecho todo bien. Al fin y al cabo, no hay ningún manual para este tipo de situaciones… Estamos avanzando a tientas. Es la primera vez para nosotros igual que para ti. Estamos…

Se detiene y me mira:

—Lo estamos haciendo lo mejor posible. En su voz hay un atisbo de lágrimas que me atraviesa como una cuchilla. Mi madre abre los ojos; la leona ha vuelto. Juntos, son como un equipo de lucha libre: cuando uno está agotado, el otro le releva.

—Sabemos que esto es duro para ti. Jenna. También es duro para nosotros. Algún día lo entenderás. Algún día, cuando seas madre, entenderás lo que se puede llegar hacer por un hijo.

— ¿Pero es que no te das cuenta? ¿Nunca podré ser madre?

Su mirada se ablanda.

—Pudimos salvar un ovario, cariño. Está en un banco de órganos. Encontrar una madre sustituta no será problema… 

¡Dios  mío!  Hay  pedazos  de  mí  repartidos  por  todo  el  país;  puede  que  me hiciera gracia si no fuera tan espeluznante. Me levanto de golpe, dudando si irme o aguantar hasta el final.

—Por  favor,  ¿no  podríamos  ir  cosa  por  cosa?  Os  he  hecho  una  simple pregunta  —protesto—.  ¿Por  qué  no  me  lo  dijisteis?  No  creo  que  se  os olvidara. Hay cosas que recuerdo de vosotros, y esta es una: no se os escapa ni  un  detalle.  Llevo  años  enfrentándome  a  vuestros  detalles  —miro directamente a Claire —. Ni siquiera mencionaré el hecho de que ahora soy cinco  centímetros  más  baja,  la  altura  perfecta  para  una  bailarina.  Sé  que tampoco  este  detalle  fue  una  casualidad.  Así  que  volvamos  a  la  pregunta original: ¿Por qué tardasteis tanto?

—Escúchame  con  atención —responde  ella  con  voz  y  expresión  severas—. Después  de  tu  accidente,  tu  padre  y  yo  nos  quedamos  literalmente  sin aliento.  No  pudimos  respirar  durante  días;  al  menos,  así  nos  sentíamos. Cada  vez  que  te  miraba  tenía  miedo  de  mirar  hacia  otro  lado,  como  si  mis ojos  fueran  lo  único  que  te  anclara  a  la  vida.  Me  resultaba  insoportable mirarte, pero tampoco podía desviar la vista. De acuerdo, no lo hicimos todo bien. Pero recuerda que no fuiste solo tú la que pasó por un infierno.

La  partida  está  en  tablas.  Es  cierto: puedo  leer  en  sus  caras  los  años,  las arrugas que les han caído por mi culpa.

—Sin embargo, tienes razón: hay algo más —prosigue—. Si no te lo dijimos hace  unas  semanas  fue  porque  no  estábamos  seguros  de  cuál  sería  tu estado  mental,  de  hasta  qué  punto  podías  ser  responsable  de  tus  actos  y palabras. Hay mucha gente que ha puesto en riesgo su vida y su carrera por ti, Jenna. Teníamos que ser cuidadosos. Si se te hubiera escapado algo, no solo habrías puesto en peligro nuestro futuro, sino también el de ellos.

¿Cómo rebatir esto? Pero, por otra parte, ¿cómo manejar el peso extra de ser la  Jenna  perfecta,  ahora  no  solo  para  mi  madre  y  mi  padre,  sino  también para personas a las que ni siquiera conozco? ¿Cuándo terminará todo esto? Apoyo la frente contra la repisa de la chimenea y cierro los ojos.

—Y que conste —interviene mi padre—: tu madre no tuvo nada que ver con que  ahora  midas  cinco  centímetros  menos.  Fue  una  decisión  basada  en  la optimización  motora  y  los  límites  de  tu  equilibrio  corporal.  Hubiera  sido mejor hacerte un poco más baja aún, pero no quisimos alejarte tanto de tu talla. Cinco centímetros nos parecieron la solución perfecta.

Perfecta. Una Jenna más baja, más perfecta. Qué maravilla.

Cuidado, Jenna.

Aún hay más. Algo que m e habla. En alguna parte, serpenteando dentro de mí, hay fragmentos que tratan de unirse, de establecer sinapsis: una historia completa  tratando  de  emerger.  Cuatrocientos  mil  millones  de  neurochips extra,  intentando  reconstruir  algo  que  la  antigua  Jenna  nunca  pudo comprender.

La mano de mi madre se posa en mi hombro.

—Por favor, Jenna: por nuestro bien, y especialmente por tu bien, no debes decirle nada a nadie.

Afirmo con la cabeza, incapaz de hablar. Mi padre extiende los brazos y me estrecha. Yo m e derrito contra su pecho, dejando que sus brazos m e rodeen como una manta envolvente y tibia.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora