Capítulo 10 Más

522 5 0
                                    

Escucho cómo tararea Lily. Mis pies se mueven con torpeza, pero trato de controlarlos para que ella no me oiga. Me apoyo en la pared y echo un vistazo hacia la cocina. Está de espaldas. Pasa casi todo el tiempo en la cocina, preparando platos sofisticados. Antes era directora de Medicina

Interna en el Hospital Universitario de Boston. Mi padre fue médico residente bajo su dirección, y fue así como conoció a mi madre. Lily dejó el trabajo, no sé  por  qué.  Ahora  sus  pasiones  son  la  jardinería  y  la  cocina.  Es  como  si todos los que vivimos en esta casa estuviéramos reinventándonos y ninguno fuera lo que en algún momento fue.

Cuando no está en la cocina preparando algo, Lily ordena el invernadero. Yo no puedo probar sus platos; tal vez esa sea una de las razones por las que no le gusto. Lily coloca unas ollas en la encimera y abre el grifo. Yo avanzo hacia la puerta de la calle.

Las bisagras de la puerta de madera chirrían cuando salgo, pero Lily no se vuelve. El sonido se mezcla con el repiqueteo de las ollas y el rumor del grifo.

Hasta  ahora  no  he  ido  más  allá  de  las  escaleras  del  porche,  excepto  una tarde en que mi madre m e propuso pasear hasta el invernadero de Lily. Mi madre m e ha dicho desde el principio que no debo alejarme. Tiene miedo de que me pierda.

Perdido, adj. 1. Que no tiene destino determinado. 2. Incapaz de encontrar el camino. 3. Arruinado o manchado.

Me temo que ya lo estoy.

El sol de mediodía deslumbra. Me hace daño en los ojos. Entorno la puerta para que Lily no me oiga y cruzo el césped rápidamente. No pienso ir muy lejos. No perderé la casa de vista. Cuidado. La palabra aparece nuevamente como una barrera que m e frena y m e empuja a la vez. Paso junto al tiro de la chimenea  del  salón.  Algunos  ladrillos  de  arriba  han  caído  al  suelo  y  están casi  completamente  ocultos  por  la  maleza.  Líquenes  de  color  verde  intenso trepan por el resto de los ladrillos. Rodeo la casa por el lado del garaje para que Lily no me vea. Varias de las ventanas están selladas con tablas, y falta toda una sección de tejas de madera. El dinero no parece ser un problema para mi madre. Me  pregunto por qué no tuvo tiempo, durante el año largo que estuve en coma, de hacer el más mínimo arreglo.

Una  vez  he  pasado  el  garaje,  tengo  una  visión  amplia  de  la  propiedad  del curioso señor Bender, pero a él no lo veo. El jardín trasero baja suavemente hacia el estanque que separa nuestro terreno del suyo. El pequeño riachuelo que lo alimenta nos separa de la finca del otro vecino como un sinuoso cerco natural.  Hacia  el  norte,  el  estanque  se  rebalsa  y  el  arroyo  continúa  hasta internarse en el bosquecillo de eucaliptos.

Entonces distingo al señor Bender algo más allá. Está en cuclillas, como la Jenna de tres años que aparece en las grabaciones. Es una postura extraña para un hombre adulto. Con una mano agarra algo mientras extiende la otra hacia el suelo. Está tan quieto que me detengo.

Curioso. Raro. Extraño. Mi madre tenía razón acerca de él.

Sigo  caminando  por  la  ladera  hasta  que  el  estanque  me  detiene.  Bordeo  la orilla  hasta  llegar  al  bosque.  Los  árboles  son  delgados  pero  numerosos,  y solo unos metros más allá el agua del estanque se vierte en el riachuelo. La corriente es solo un poco más fuerte que el grifo de la cocina de Lily y, como mucho,  tiene  unos  centímetros  de  profundidad.  Camino  sobre  las  piedras secas que asoman por encima del agua para cruzar al otro lado y subo por la ladera  hacia  el  jardín  del  señor  Bender.  Debería  tener  miedo.  Mi  madre querría  que  tuviese  miedo.  Pero  además  de  mi  madre,  mi  padre  y  Lily,  el señor  Bender  es  el  único  ser  humano  que  he  visto  desde  que  desperté.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora