Capítulo 8 Mi habitación

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Voy  a  mi  habitación.  No  quiero,  pero  antes  de  irse  mi  madre  me  ha hecho una última petición:

—Por favor, vete a tu cuarto, Jenna. Necesitas descansar.

No necesito descansar, no quiero ir, pero antes de que m e dé cuenta mis pies me conducen al piso de arriba. Cierro la puerta a mi espalda: sé que le agrada que lo haga.

Mi cuarto está en el piso de arriba. Es una de las diez habitaciones que hay  en  ese  piso,  sin  contar  varias  alacenas,  baños,  vestidores  y habitaciones  pequeñas  sin  ventanas  que  no  parecen  tener  ningún propósito.  La  mía  es  la  única  que  está  limpia  y  amueblada.  Las  demás están  vacías,  excepto  por  alguna  araña  ocasional  o  algún  trasto abandonado  por  los  anteriores  inquilinos.  El  piso  de  abajo  tiene  por  lo menos  otras  diez  habitaciones,  aunque  solo  están  amuebladas  la  mitad.

Algunas  están  cerradas.  No  las  he  visto  por  dentro.  Mi  madre  y  Lily duermen  en  el  piso  de  abajo.  Las  casas  de  este  estilo  se  llaman,  en realidad,  «cabañas  Cotswold».  Aunque  esto  no  se  parece  nada  a  una cabaña.  Busqué  la  palabra  «Cotswold»  en  la  enciclopedia  y  vi  que  es  un tipo de oveja. Así que se supone que vivimos en una cabaña para ovejas.

La verdad es que no he visto ninguna oveja por aquí. Mi  cuarto  está  al  final  de  un  largo  pasillo.  Es  la  habitación  más  grande del  piso  de  arriba,  y  la  cama,  el  escritorio  y  la  silla  parecen  solitarios  y extraños en ella. En el suelo de madera barnizada se reflejan los muebles.

Es  una  habitación  fría.  No  por  su  temperatura,  sino  por  su temperamento. No refleja nada de la persona que la habita. O tal vez sí.

Lo único animado de la habitación es una colcha de color amarillo crema.

El escritorio está vacío, excepto por el netbook que mi padre usaba para comunicarse  con  los  médicos.  No  hay  papeles.  No  hay  libros.  No  hay desorden. Nada.

La  habitación  se  abre  a  una  alcoba  que  lleva  a  una  especie  de  vestidor.

Este,  a  su  vez,  da  a  otro  vestidor  con  una  puertecita  al  fondo  que  no puedo  abrir.  Es  una  construcción  extraña  que  parece  un  túnel zigzagueante.  ¿Era  así  mi  habitación  en  Boston?  En  el  primer  vestidor cuelgan cuatro camisas y cuatro pares de pantalones. Son todos azules.

Debajo de ellos hay dos pares de zapatos. En el segundo vestidor no hay nada. Palpo sus paredes y me asombra el vacío.

Miro  a  lo  lejos  por  mi  ventana,  más  allá  del  patio  y  el  estanque.  Veo  al curioso  señor  Bender,  solo  un  punto  en  la  distancia.  Parece  estar  en cuclillas, mirando algo en el suelo. Avanza unos pasos y desaparece de mi ángulo  de  visión,  oculto  por  el  bosquecillo  de  eucaliptos  que  rodea nuestros  terrenos.  Vuelvo  a  mi  habitación.  Una  silla  de  madera.  Un escritorio vacío. Una cama individual. Es muy poco. ¿Jenna Fox se reduce a esto? 

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora