Tardo solo unos segundos en salir de casa. Voy a ir al instituto.
Mañana. Me apresuro por el camino de entrada. ¿Cambiará de idea mi madre? Echo un vistazo por encima del hombro para asegurarme de que no m e está siguiendo. Libertad. El aire m e parece tan vivificante y fresco como si estuviera flotando. Pero inmediatamente recuerdo la palidez de mi madre, su tono vacilante. Mi paso se acelera. La distancia es mi salvación.
Huyo desde mi mundo cerrado hacia otro que aún no conozco. Ellos.
Mi madre dijo que podía ser peligroso «para ellos». ¿Tiene miedo de que yo les haga daño a otros? ¿A mis compañeros de clase, quizás? Nunca lo haría. ¿Lo habría hecho la antigua Jenna? ¿Les hice daño alguna vez a Kara y a Locke? ¿Por eso ya no son mis amigos? Está el señor Bender. Él es mi amigo. Iré a visitarle.
El arroyo está tan crecido que no puedo pasar por encima, así que salgo a la calle contigua para ir hasta su casa. No sé cuál es su dirección ni cómo es la fachada, pero sé que, como la nuestra, su casa es la última de la calle.
Aunque la lluvia ha cesado, el agua forma riachuelos en las cunetas. Para pasar de nuestro camino a la calle tengo que saltar por encima de uno de ellos. Camino por el centro de la calzada. El aire huele a tierra mojada y a eucalipto. Mañana a esta hora estaré en el instituto. Habré conocido a más amigos. Seré dueña de una vida. La vida de Jenna Fox. Será mía, con todo lo que eso signifique.
La casa de nuestro vecino —la enorme mansión Tudor— está oscura y silenciosa. Lo mismo pasa con la siguiente. Pero en la casa estilo Craftsman veo movimiento. Un perrito blanco me ladra desde el otro lado de la verja. Me detengo y lo observo. Una mujer grita algo; me vuelvo y la veo en la entrada de la casa, barriendo la hojarasca que ha arrastrado la tormenta.
—Lo siento —dice—. Cree que es un perro guardián. No te preocupes: perro ladrador, poco mordedor. No le haría daño ni a una mosca.
Asiento con la cabeza. En ningún momento pensé que pudiera hacerme daño. Es un perro. Los perros ladran. ¿Tendría que haber tenido miedo? ¿Es eso lo que hacen los vecinos? ¿Advierten sobre los peligros, como el señor Bender cuando m e dijo que tuviera cuidado con la casa blanca del final de la calle? ¿Es solo una muestra de amabilidad sin mayor importancia, una de las muchas sutilezas que se confunden en mi interior? ¿Hay algo que se me escapa, o se les escapa a ellos?
La mujer levanta la mano. La mantiene un momento en el aire y la agita.
Luego sonríe.
— ¿Estás bien? —pregunta.
— ¿Y usted? —pregunto. Tal vez yo también tenga que preocuparme de mis vecinos. La mujer se vuelve para seguir barriendo y yo me voy.
A pesar de que es temprano, el cielo está oscurecido por las nubes, y la casa de al lado tiene las luces encendidas. La casa blanca. Al acercarme distingo una lámpara de araña a través de la ventana grande que hay encima de la puerta. Tras las cortinas de las demás ventanas brillan más luces. Las columnas que hay a los lados de la puerta están rajadas, marcadas con grietas que las recorren de parte a parte. Incluso les faltan algunos pedazos.
Supongo que se rajarían en el terremoto y no las han reparado. Sin embargo, la casa parece cuidada. Más que la nuestra. No da miedo, al menos lo que se ve desde el exterior. Estoy observando la casa cuando se abre la puerta de la calle. Intento volver sobre mis pasos antes de que me vean, pero es demasiado tarde. Una figura se inclina en la penumbra del porche para recoger un periódico que hay en el suelo, se detiene a medio camino y se incorpora sin recogerlo. Es un chico. Es alto y guapo como el chico que vi en la misión, pero su pelo es tan claro como negro era el del otro. Lo tiene corto y despeinado, con un revoltijo de mechones que apuntan en distintas direcciones.
—Hola —dice. Su voz es agradable.
—Hola.
— ¿Eres nueva en el vecindario?
—Sí.
—Bienvenida. Soy Dane.
Sonríe. Incluso desde la calle puedo ver la blancura de sus dientes.
—Hola —vuelvo a decir.
Quiero irme, pero mis pies parecen pegados al suelo.
Va desnudo de cintura para arriba y lleva el pantalón del pijama peligrosamente bajo. Tira de él hacia arriba y se encoge de hombros. ¿Le estaré mirando con demasiada fijeza?
—Me tengo que ir —dice—. Encantado de conocerte.
—Adiós, Dane —respondo. Mis pies se liberan milagrosamente y continúo con mi caminata.
Si tu vida ha tenido pocos episodios que le den forma, un pequeño encuentro puede parecer una obra completa de tres actos. Repaso una y otra vez lo que acaba de pasar mientras recorro el trayecto hasta la casa del señor Bender.
Dane. Casa blanca, pijama blanco, dientes blancos. No había nada de lo que asustarse, excepto de haberme quedado congelada en medio de la calle.
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La adorada Jenna Fox
Ciencia FicciónAntes era alguien. Alguien que se llamaba Jenna Fox. Con esas palabras da comienzo una historia de ciencia ficción en un futuro cercano. Jenna Fox es una adolescente que acaba de despertar del coma. Un terrible accidente la dejó en ese estado durant...