Capitulo 57 Relato

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Al  igual  que  la  iglesia,  el  cementerio  está  vacío,  pero  aquí  no  hay rincones ni sombras que puedan esconder oídos indiscretos. Solo hay muertos. Tal vez ellos oigan, pero no pueden ni podrán contar nada.

Están más allá del lugar oscuro. Ni siquiera les he hablado a mis padres de eso. ¿Cómo se lo voy a contar a Ethan?

Caminamos  por  la  hierba  entre  losas  de  piedra  deslustrada  que  recuerdan vidas y momentos. Ignoro adónde m e lleva Ethan. No creo que lo importante sea  el  lugar  al  que  nos  dirigimos,  sino  por  dónde  vamos.  Finalmente  se detiene junto a una hornacina oscura y musgosa, desde la que nos observa una imagen jaspeada por el tiempo y la suciedad. Supongo que es un buen lugar para confesar.

Me  duele  la  cabeza,  es  la  primera  vez  que  siento  este  tipo  de  dolor.  Casi como una jaqueca ¿Será que mis neurochips m e están castigando por tratar de revelar la verdad? ¿Será que estoy programada para no admitir nada de lo que ha pasado? Tal vez m e esté autodestruyendo solo de pensarlo. Me llevo las manos a la cabeza con una mueca de dolor y me froto las sienes.

—No te preocupes, Jenna. No tienes por qué contarme nada si no quieres —dice Ethan.

Me presiono las sienes mientras intento decidirme.

—Necesito hacerlo —repongo—. Tengo que contárselo a alguien.

Es raro; el sol brilla. La hierba es de un verde brillante. El cementerio tiene un  aceite  casi  festivo,  con  su  césped  cuidado  salpicado  de  flores  coloridas.

Es un extraño contraste con la fea verdad que estoy a punto de revelarle a Ethan.

Extiendo las manos hacia él con las palmas hacia arriba.

—Cógeme las manos —le pido.

Él las agarra y aprieta. Analizo las sensaciones que recorren mis brazos, mi mente,  todas  las  partes  de  mi  cuerpo,  tanto  las  recuperadas  como  las nuevas. Me pregunto qué será real y qué será imitación, cómo se trenzarán lo genuino y lo falso. Me asombro ante el milagro que mi padre ha creado.

—No son reales, Ethan —musito.

Frunce el ceño y niega con la cabeza.

—El  accidente  —explico—.  Perdí  las  manos  en  el  accidente.  Estas  son artificiales, una especie de prótesis.

Gira mis manos con delicadeza y las examina como si no lo creyera.

—Son preciosas —dice acariciándolas—. ¿Puedes sentir esto?

Asiento con la cabeza: siento cada grieta, cada dureza de sus dedos. Siento el tacto como nunca lo había sentido antes. Aterciopelado, expresivo; si me concentro, casi puedo sentir su piel como la mía propia. Suspiro.

—Esto no es todo, Ethan. Hay más.

— ¿Por ejemplo?

—Mis brazos. Mis piernas.

Observo sus ojos en busca de algún mínimo signo de repulsión, pero no lo encuentro. Todavía.

—Casi todo mi cuerpo —le suelto a bocajarro. Sus ojos siguen tranquilos—.

Suficiente  para  ser  ilegal.  Muy  ilegal.  Según  la  escala  de  puntos  de  la  que Allys habló el otro día, debo de ser al menos cinco veces ilegal. Sus ojos vacilan y siento que algo se m e derrumba por dentro. Tiro de mis manos para soltarlas.

—Por  eso  mi  abuela  no  quiere  que  salga  contigo,  Ethan.  Está  intentando protegerte. En sus propias palabras, no sabe qué pensar de mí. Yo tampoco. Solo sé que soy una especié de engendro, algo monstruoso.

Ethan se da la vuelta y se aleja un poco. Después vuelve a acercarse con las manos  hundidas  en  los  bolsillos.  Me  mira  fijamente.  Sus  facciones  rígidas me  dan  miedo.  Me  siento  débil  ¿Qué  he  hecho?  Tendría  que  haberme quedado callada. Tendría que haber hecho caso a mi madre, a Lily. Quisiera retirar lo que he dicho, pero es demasiado tarde.

Sus  suaves  ojos  marrones  se  han  convertido  en  cuentas  de  hielo.  Toda  su calidez se ha esfumado.

—Yo  estuve  a  punto  de  matar  a  un  hombre,  Jenna —susurra—.  Mucha gente  opina  que  soy  un  monstruo,  porque  seguí  pegándole  con  un  bate incluso después de que se quedara inconsciente. Pero yo no me siento como un  monstruo.  Apenas  recuerdo  haberlo  hecho;  es  como  si  algo  hubiera estallado en mi interior.

Tiene la cara bañada en sudor a pesar de que el día es fresco. Su confesión sale  a  trompicones,  pisándole  los  talones  a  la  mía  como  si  estuvieran ligadas.

 —Era  un  camello.  Por  su  culpa,  mi  hermano  se  enganchó  al  HCP.  Mi hermano solo tenía trece años, Jenna. No sabía nada de nada. Así que fui a por el camello. En la sentencia, el juez dijo que no se podía permitir que la gente se tomara la justicia por su mano. Pero ni siquiera hice justicia. Ahora ese tipo está libre y mi hermano está enganchado. Lleva entrando y saliendo de rehabilitación desde entonces.

Se interrumpe para soltar un suspiro largo y tembloroso.

—Jenna, yo sé bien lo que es un monstruo. Y no se parece nada a ti. Ni a mí. Su voz  suena  sofocada;  es  como  si  mi  miedo  hubiera  dejando  el  suyo  al descubierto.  Deslizo  las  manos  por  sus costados  hasta  abrazarle  y  acaricio los nudos de su columna y su omóplato, mientras considero la sucesión de los hechos que nos ha convertido a los dos en lo que somos hoy. Sus labios se refugian junto a mi oreja y siento su aliento fatigado en mi piel.

—No le digas nada a Allys —musita finalmente.

— ¿Sobre ti?

Me estrecha con fuerza.

—No. Sobre ti.  

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora