Al igual que la iglesia, el cementerio está vacío, pero aquí no hay rincones ni sombras que puedan esconder oídos indiscretos. Solo hay muertos. Tal vez ellos oigan, pero no pueden ni podrán contar nada.
Están más allá del lugar oscuro. Ni siquiera les he hablado a mis padres de eso. ¿Cómo se lo voy a contar a Ethan?
Caminamos por la hierba entre losas de piedra deslustrada que recuerdan vidas y momentos. Ignoro adónde m e lleva Ethan. No creo que lo importante sea el lugar al que nos dirigimos, sino por dónde vamos. Finalmente se detiene junto a una hornacina oscura y musgosa, desde la que nos observa una imagen jaspeada por el tiempo y la suciedad. Supongo que es un buen lugar para confesar.
Me duele la cabeza, es la primera vez que siento este tipo de dolor. Casi como una jaqueca ¿Será que mis neurochips m e están castigando por tratar de revelar la verdad? ¿Será que estoy programada para no admitir nada de lo que ha pasado? Tal vez m e esté autodestruyendo solo de pensarlo. Me llevo las manos a la cabeza con una mueca de dolor y me froto las sienes.
—No te preocupes, Jenna. No tienes por qué contarme nada si no quieres —dice Ethan.
Me presiono las sienes mientras intento decidirme.
—Necesito hacerlo —repongo—. Tengo que contárselo a alguien.
Es raro; el sol brilla. La hierba es de un verde brillante. El cementerio tiene un aceite casi festivo, con su césped cuidado salpicado de flores coloridas.
Es un extraño contraste con la fea verdad que estoy a punto de revelarle a Ethan.
Extiendo las manos hacia él con las palmas hacia arriba.
—Cógeme las manos —le pido.
Él las agarra y aprieta. Analizo las sensaciones que recorren mis brazos, mi mente, todas las partes de mi cuerpo, tanto las recuperadas como las nuevas. Me pregunto qué será real y qué será imitación, cómo se trenzarán lo genuino y lo falso. Me asombro ante el milagro que mi padre ha creado.
—No son reales, Ethan —musito.
Frunce el ceño y niega con la cabeza.
—El accidente —explico—. Perdí las manos en el accidente. Estas son artificiales, una especie de prótesis.
Gira mis manos con delicadeza y las examina como si no lo creyera.
—Son preciosas —dice acariciándolas—. ¿Puedes sentir esto?
Asiento con la cabeza: siento cada grieta, cada dureza de sus dedos. Siento el tacto como nunca lo había sentido antes. Aterciopelado, expresivo; si me concentro, casi puedo sentir su piel como la mía propia. Suspiro.
—Esto no es todo, Ethan. Hay más.
— ¿Por ejemplo?
—Mis brazos. Mis piernas.
Observo sus ojos en busca de algún mínimo signo de repulsión, pero no lo encuentro. Todavía.
—Casi todo mi cuerpo —le suelto a bocajarro. Sus ojos siguen tranquilos—.
Suficiente para ser ilegal. Muy ilegal. Según la escala de puntos de la que Allys habló el otro día, debo de ser al menos cinco veces ilegal. Sus ojos vacilan y siento que algo se m e derrumba por dentro. Tiro de mis manos para soltarlas.
—Por eso mi abuela no quiere que salga contigo, Ethan. Está intentando protegerte. En sus propias palabras, no sabe qué pensar de mí. Yo tampoco. Solo sé que soy una especié de engendro, algo monstruoso.
Ethan se da la vuelta y se aleja un poco. Después vuelve a acercarse con las manos hundidas en los bolsillos. Me mira fijamente. Sus facciones rígidas me dan miedo. Me siento débil ¿Qué he hecho? Tendría que haberme quedado callada. Tendría que haber hecho caso a mi madre, a Lily. Quisiera retirar lo que he dicho, pero es demasiado tarde.
Sus suaves ojos marrones se han convertido en cuentas de hielo. Toda su calidez se ha esfumado.
—Yo estuve a punto de matar a un hombre, Jenna —susurra—. Mucha gente opina que soy un monstruo, porque seguí pegándole con un bate incluso después de que se quedara inconsciente. Pero yo no me siento como un monstruo. Apenas recuerdo haberlo hecho; es como si algo hubiera estallado en mi interior.
Tiene la cara bañada en sudor a pesar de que el día es fresco. Su confesión sale a trompicones, pisándole los talones a la mía como si estuvieran ligadas.
—Era un camello. Por su culpa, mi hermano se enganchó al HCP. Mi hermano solo tenía trece años, Jenna. No sabía nada de nada. Así que fui a por el camello. En la sentencia, el juez dijo que no se podía permitir que la gente se tomara la justicia por su mano. Pero ni siquiera hice justicia. Ahora ese tipo está libre y mi hermano está enganchado. Lleva entrando y saliendo de rehabilitación desde entonces.
Se interrumpe para soltar un suspiro largo y tembloroso.
—Jenna, yo sé bien lo que es un monstruo. Y no se parece nada a ti. Ni a mí. Su voz suena sofocada; es como si mi miedo hubiera dejando el suyo al descubierto. Deslizo las manos por sus costados hasta abrazarle y acaricio los nudos de su columna y su omóplato, mientras considero la sucesión de los hechos que nos ha convertido a los dos en lo que somos hoy. Sus labios se refugian junto a mi oreja y siento su aliento fatigado en mi piel.
—No le digas nada a Allys —musita finalmente.
— ¿Sobre ti?
Me estrecha con fuerza.
—No. Sobre ti.
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La adorada Jenna Fox
Ciencia FicciónAntes era alguien. Alguien que se llamaba Jenna Fox. Con esas palabras da comienzo una historia de ciencia ficción en un futuro cercano. Jenna Fox es una adolescente que acaba de despertar del coma. Un terrible accidente la dejó en ese estado durant...