Capítulo 63 Otro lugar oscuro

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Del  suelo  al  techo.  ¿No  crees?  —me  pregunta  Claire mientras dirige el puntero láser hacia el techo y anota un número.

—Vale —respondo.

Observo  como  toma  medidas  para  encargar  las  cortinas  de  mi  ventana. Examino los ángulos de la habitación, la luz oblicua que se derrama por los cristales  emplomados,  los  planos  que  nos  separan,  la  ironía  que  supone colocar  cortinas  para  crear  oscuridad.  Me  vuelvo  hacia  mi  madre.  Es  una versión  envejecida  de  mí  misma.  Envejecer: algo  que  nunca  me  ocurrirá  a mí.  Mi  piel  y  mis  huesos  no  irán  decayendo  con  la  edad;  simplemente,  el biogel  llegara  al  final  de  su  período  de  caducidad  y  dejará  de  funcionar.  Si me casara, no envejecería junto a mi marido. Podría morir a los dos años o vivir  un  siglo  más  que  él.  Una  perspectiva  interesante.  ¿Qué  precio  ha pagado Claire por conservar a su única hija?

Ella se da cuenta de que la observo y se alarma todavía más. Habla por los codos, llena el espacio, m e trata con tacto, pero no responde a mi mirada. Es como  si  tuviera  que  acelerar  constantemente  para  mantenerse  en  la superficie,  pero  no  se  lo  tengo  en  cuenta.  Recuerdo  cuando  me  dijo  que había  pasado  meses  en  un  lugar  tan  oscuro  como  el  mío;  tal  vez  necesite estar en la superficie para no volver a ese lugar en el que no puede respirar. Va  midiendo  altos  y  anchos  con  el  cuidado  con  que  un  cirujano  utiliza  el bisturí, como si fuera un asunto de vida o muerte. Tal vez para ella sea así.

Siempre  parece  comportarse  con  cuidado  cuando  está  conmigo.  ¿Será  por eso por lo que esa palabra revolotea sobre mis pensamientos? Tiene cuidado al  moverse,  cuidado  al  hablar.  No  hay  nada  cómodo  en  nuestra  relación. ¿Tendrá cuidado porque cree que m e voy a romper? ¿O será ella quien puede romperse?  Cuando  estoy  sola  en  la  oscuridad,  contando  mis  respiraciones, ¿estará  ella  haciendo  lo  mismo  en  la  oscuridad  de  su  habitación, preguntándose si mereció la pena?

Ahora,  a  luz  de  la  ventana,  está  ocupada,  decidida  a  controlar  la  realidad. Cada  uno  de  sus  movimientos  es  como  un  golpe,  un  puñetazo,  una  mano amasando algo para darle forma.

—Accidente —digo.

Su  puntero  láser  se  apaga.  Me  mira  repentinamente  pálida,  con  los  ojos hundidos en las cuencas.

— ¿Qué?

—He  aprendido  a  decirlo: accidente.  Supongo  que  esa  debió  de  ser  otra  de las sugerencias que m e implantasteis para que no mencionara nunca lo que paso.

Coloca el puntero en la mesilla y me mira sin expresión. Parece débil.

—No —responde,  acomodándose  en  el  borde  de  la  cama—.  Creo  que  había algo  dentro  de  ti  que  no  te  dejaba  decirlo  —sacude  la  cabeza  como  si estuviera arrancando algo de su mente palabras que han estado guardadas hasta ahora—. Decidimos no forzarte.

—Están muertos.

Sus ojos se humedecen. Extiende sus brazos y yo m e deslizo por el espacio que  nos  separa  como  una  pluma  al  viento,  empujada  por  la  fuerza  que  es Claire. 

Me acomodo en la cama de a su lado, sintiendo como sus brazos me rodean. Las dos nos balanceamos en un ritmo consolador y primitivo.

—Intentamos contártelo en el hospital —susurra, mientras su aliento cálido y  sus  lágrimas  me  cosquillean  en  las  mejillas—.  Pero  fue  demasiado  duro para ti. Entrabas en crisis en cuanto comenzábamos a hablarte de ello. Poco después caíste en coma y pensamos que tal vez hubiéramos tenido la culpa nosotros  por  forzarte  demasiado.  No  queríamos  volver  a  cometer  el  mismo error.

Se aparta y me mira a los ojos.

—Fue  un  accidente.  Jenna.  Un  accidente.  No  tienes  por  qué  revivir  los detalles.

— ¿Por eso bloqueasteis toda la información en el netbook?

Asiente otra vez.

—Cuando  despertaste  no  parecías  recordarlo.  Nos  dio  miedo  que  te encontraras con algo inesperado y empeoraras.

Vuelve a estrecharme, apoyando mi cabeza en su pecho. Oigo los latidos de su corazón. Es familiar; el sonido que escuchaba en su útero. Los susurros líquidos,  los  latidos  que  marcaron  mis  principios  en  otro  lugar  oscuro.  No tenía  palabras  para  esos  sonidos  entonces,  solo  sensaciones.  Ahora  tengo ambas. Lo recuerdo con tanta claridad como lo que pasó ayer.

Nos recostamos sobre la almohada, abrazándonos sin hablar, y el tiempo se convierte en un detalle olvidado. Los segundos y los minutos se estiran hasta convertirse  en  una  hora  o  más.  No  me  quiero  mover.  Claire  me  acaricia  la cabeza,  medio  dormida;  la  luz  sesgada  que  entra  por  la  ventana  se  vuelve dorada y se amortigua a medida que avanza la tarde.

—Lo siento —susurro finalmente.

Lo siento por Locke y Kara. Por los meses de desesperación que ha pasado mi  madre.  Por  cómo  tenemos  que  vivir  ahora.  Por  haberla  apartado  de  mí.

Por no ser perfecta.

—Chssst  —susurra  volviendo  a  acariciarme  la  cabeza—.  Yo  también  lo siento.

Veo las muestras de tela para las cortinas sobre la mesilla de noche.

—Las muestras son azules —digo—. ¿No hay ninguna roja?

— ¿Roja?

— ¿Puedo tener cortinas rojas en mi habitación?

—Puedes tener lo que quieras. Lo que quieras.

Cierro los ojos y apoyo de nuevo la oreja en su pecho. Escucho los sonidos, el pulso de Claire, el mundo de mis inicios, el tiempo en el que yo poseía sin duda  un  alma.  El  tiempo  en  el  que  yo  existía  en  un  líquido  tibio  y aterciopelado, tan oscuro como la noche, y ese lugar oscuro era el único en el que quería estar.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora