Del suelo al techo. ¿No crees? —me pregunta Claire mientras dirige el puntero láser hacia el techo y anota un número.
—Vale —respondo.
Observo como toma medidas para encargar las cortinas de mi ventana. Examino los ángulos de la habitación, la luz oblicua que se derrama por los cristales emplomados, los planos que nos separan, la ironía que supone colocar cortinas para crear oscuridad. Me vuelvo hacia mi madre. Es una versión envejecida de mí misma. Envejecer: algo que nunca me ocurrirá a mí. Mi piel y mis huesos no irán decayendo con la edad; simplemente, el biogel llegara al final de su período de caducidad y dejará de funcionar. Si me casara, no envejecería junto a mi marido. Podría morir a los dos años o vivir un siglo más que él. Una perspectiva interesante. ¿Qué precio ha pagado Claire por conservar a su única hija?
Ella se da cuenta de que la observo y se alarma todavía más. Habla por los codos, llena el espacio, m e trata con tacto, pero no responde a mi mirada. Es como si tuviera que acelerar constantemente para mantenerse en la superficie, pero no se lo tengo en cuenta. Recuerdo cuando me dijo que había pasado meses en un lugar tan oscuro como el mío; tal vez necesite estar en la superficie para no volver a ese lugar en el que no puede respirar. Va midiendo altos y anchos con el cuidado con que un cirujano utiliza el bisturí, como si fuera un asunto de vida o muerte. Tal vez para ella sea así.
Siempre parece comportarse con cuidado cuando está conmigo. ¿Será por eso por lo que esa palabra revolotea sobre mis pensamientos? Tiene cuidado al moverse, cuidado al hablar. No hay nada cómodo en nuestra relación. ¿Tendrá cuidado porque cree que m e voy a romper? ¿O será ella quien puede romperse? Cuando estoy sola en la oscuridad, contando mis respiraciones, ¿estará ella haciendo lo mismo en la oscuridad de su habitación, preguntándose si mereció la pena?
Ahora, a luz de la ventana, está ocupada, decidida a controlar la realidad. Cada uno de sus movimientos es como un golpe, un puñetazo, una mano amasando algo para darle forma.
—Accidente —digo.
Su puntero láser se apaga. Me mira repentinamente pálida, con los ojos hundidos en las cuencas.
— ¿Qué?
—He aprendido a decirlo: accidente. Supongo que esa debió de ser otra de las sugerencias que m e implantasteis para que no mencionara nunca lo que paso.
Coloca el puntero en la mesilla y me mira sin expresión. Parece débil.
—No —responde, acomodándose en el borde de la cama—. Creo que había algo dentro de ti que no te dejaba decirlo —sacude la cabeza como si estuviera arrancando algo de su mente palabras que han estado guardadas hasta ahora—. Decidimos no forzarte.
—Están muertos.
Sus ojos se humedecen. Extiende sus brazos y yo m e deslizo por el espacio que nos separa como una pluma al viento, empujada por la fuerza que es Claire.
Me acomodo en la cama de a su lado, sintiendo como sus brazos me rodean. Las dos nos balanceamos en un ritmo consolador y primitivo.
—Intentamos contártelo en el hospital —susurra, mientras su aliento cálido y sus lágrimas me cosquillean en las mejillas—. Pero fue demasiado duro para ti. Entrabas en crisis en cuanto comenzábamos a hablarte de ello. Poco después caíste en coma y pensamos que tal vez hubiéramos tenido la culpa nosotros por forzarte demasiado. No queríamos volver a cometer el mismo error.
Se aparta y me mira a los ojos.
—Fue un accidente. Jenna. Un accidente. No tienes por qué revivir los detalles.
— ¿Por eso bloqueasteis toda la información en el netbook?
Asiente otra vez.
—Cuando despertaste no parecías recordarlo. Nos dio miedo que te encontraras con algo inesperado y empeoraras.
Vuelve a estrecharme, apoyando mi cabeza en su pecho. Oigo los latidos de su corazón. Es familiar; el sonido que escuchaba en su útero. Los susurros líquidos, los latidos que marcaron mis principios en otro lugar oscuro. No tenía palabras para esos sonidos entonces, solo sensaciones. Ahora tengo ambas. Lo recuerdo con tanta claridad como lo que pasó ayer.
Nos recostamos sobre la almohada, abrazándonos sin hablar, y el tiempo se convierte en un detalle olvidado. Los segundos y los minutos se estiran hasta convertirse en una hora o más. No me quiero mover. Claire me acaricia la cabeza, medio dormida; la luz sesgada que entra por la ventana se vuelve dorada y se amortigua a medida que avanza la tarde.
—Lo siento —susurro finalmente.
Lo siento por Locke y Kara. Por los meses de desesperación que ha pasado mi madre. Por cómo tenemos que vivir ahora. Por haberla apartado de mí.
Por no ser perfecta.
—Chssst —susurra volviendo a acariciarme la cabeza—. Yo también lo siento.
Veo las muestras de tela para las cortinas sobre la mesilla de noche.
—Las muestras son azules —digo—. ¿No hay ninguna roja?
— ¿Roja?
— ¿Puedo tener cortinas rojas en mi habitación?
—Puedes tener lo que quieras. Lo que quieras.
Cierro los ojos y apoyo de nuevo la oreja en su pecho. Escucho los sonidos, el pulso de Claire, el mundo de mis inicios, el tiempo en el que yo poseía sin duda un alma. El tiempo en el que yo existía en un líquido tibio y aterciopelado, tan oscuro como la noche, y ese lugar oscuro era el único en el que quería estar.
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La adorada Jenna Fox
Fiksi IlmiahAntes era alguien. Alguien que se llamaba Jenna Fox. Con esas palabras da comienzo una historia de ciencia ficción en un futuro cercano. Jenna Fox es una adolescente que acaba de despertar del coma. Un terrible accidente la dejó en ese estado durant...