Ya hemos llegado.
La voz de Lily era suave. Diferente. El paisaje que quería memorizar ha quedado atrás y ahora me encuentro sentada en un aparcamiento al que ni siquiera recuerdo haber llegado.
—Jenna.
Nuevamente esa voz, la voz de Lily que apenas reconozco. ¿Cuánto tiempo llevamos en el coche? ¿Cuánto rato llevo mirando por la ventana sin ver nada? La certeza de todo lo que m e queda por averiguar se hunde en mí, se entierra como unos dientes afilados en mi piel. Mis dedos se aferran al asiento. Necesito una palabra. Curiosa. Perdida. Enfadada. ¿Cuál de ellas? Enferma. ¿Es esa? Intento alcanzar una palabra que no está.
—Jenna.
Asustada. La suavidad de la voz de Lily hace que aflore la palabra. Estoy asustada.
Vuelvo la cabeza para mirarle a la cara, asombrada por el cambio.
— ¿Por qué me odias? —le pregunto.
Ella me observa, sin contestar. Toma aire e inclina la cabeza ligeramente.
—No te odio, Jenna — dice finalmente—. Lo que pasa es que no tengo espacio para ti.
Sus palabras son ásperas, pero su voz es suave, y esa paradoja m e recuerda de manera descarnada que m e falta una información vital. Sé que la antigua
Jenna Fox lo habría entendido. Sin embargo, el tono de Lily me calma igualmente. Asiento como si comprendiera.
—Entra conmigo —dice amablemente mientras recoge unos paquetes del asiento trasero.
La sigo por un aparcamiento vacío con suelo de gravilla. Nuestro destino parece ser un edificio alto y encalado, de un blanco enceguecedor contra el cielo azul. Resplandece tanto que me duelen los ojos.
— ¿Qué es esto? —pregunto.
—La misión. San Luis Rey. Hace años que mantengo contacto con el padre Rico y por fin nos vamos a conocer. Entramos por un portón de madera que se abre en una larga pared blanca. La entrada lleva a un cementerio sombreado.
—Por aquí —dice Lily como si conociera el camino.
Veo flores marchitas, notas y animales de peluche sobre las lápidas, y siento un poco de envidia ante los recuerdos. En una de las losas adornadas pone «1823». Han pasado doscientos años y aún hay alguien que se acuerda.
Me pregunto cómo es posible que Lily conozca a un cura en una misión que está lejos de Boston. Al llegar al final del cementerio, nos topamos con la alta pared de una iglesia. Lily abre otra puerta de madera, y esta vez nos deslizamos hacia una fresca oscuridad que huele a velas encendidas, a humedad y a historia. Cuando los ojos se m e acostumbran distingo un techo abovedado con frescos y una figura crucificada de color dorado.
Cristo. Sí, Cristo. Lily flexiona una rodilla cuando pasa delante del altar y se lleva la mano a la frente, al corazón y luego a cada un de sus hombros, con un movimiento tan rápido y natural que termina tan pronto como empieza.
Esto no lo recuerdo. Me detengo y m e quedo mirando la figura dorada. Mis ojos van del altar a la pila bautismal. Creo que debería sentir algo. El espacio invita a ello, no siento nada. Cierro los ojos. Tras mis párpados se dibuja instantáneamente una escena y noto un frescor como de agua sobre la frente. Aparece la cara tensa de una Lily mucho más joven y después la de un hombre sonriente. El hombre toma todo mi cuerpo en sus brazos y m e besa la mejilla. Puedo ver mi propia mano revoloteando delante de mi cara como una pequeña mariposa: la mano de un bebé. Abro los ojos. Es mi bautizo. Lo recuerdo.
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La adorada Jenna Fox
Ciencia FicciónAntes era alguien. Alguien que se llamaba Jenna Fox. Con esas palabras da comienzo una historia de ciencia ficción en un futuro cercano. Jenna Fox es una adolescente que acaba de despertar del coma. Un terrible accidente la dejó en ese estado durant...