Capítulo 16 Dentro

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Ya hemos llegado.

La  voz  de  Lily  era  suave.  Diferente.  El  paisaje  que quería  memorizar  ha  quedado  atrás  y  ahora  me encuentro  sentada  en  un  aparcamiento  al  que  ni siquiera recuerdo haber llegado.

—Jenna.

Nuevamente  esa  voz,  la  voz  de  Lily  que  apenas  reconozco.  ¿Cuánto  tiempo llevamos  en  el  coche?  ¿Cuánto  rato  llevo  mirando  por  la  ventana  sin  ver nada? La certeza de todo lo que m e queda por averiguar se hunde en mí, se entierra  como  unos  dientes  afilados  en  mi  piel.  Mis  dedos  se  aferran  al asiento. Necesito una palabra. Curiosa. Perdida. Enfadada. ¿Cuál de ellas? Enferma. ¿Es esa? Intento alcanzar una palabra que no está.

—Jenna.

Asustada.  La  suavidad  de  la  voz  de  Lily  hace  que  aflore  la  palabra.  Estoy asustada.

Vuelvo la cabeza para mirarle a la cara, asombrada por el cambio.

— ¿Por qué me odias? —le pregunto.

Ella me observa, sin contestar. Toma aire e inclina la cabeza ligeramente.

—No te odio, Jenna — dice finalmente—. Lo que pasa es que no tengo espacio  para ti.

Sus palabras son ásperas, pero su voz es suave, y esa paradoja m e recuerda de manera descarnada que m e falta una información vital. Sé que la antigua

Jenna  Fox  lo  habría  entendido.  Sin  embargo,  el  tono  de  Lily  me  calma igualmente. Asiento como si comprendiera.

—Entra  conmigo —dice  amablemente  mientras  recoge  unos  paquetes  del asiento trasero.

La sigo por un aparcamiento vacío con suelo de gravilla. Nuestro  destino  parece  ser  un  edificio  alto  y  encalado,  de  un  blanco enceguecedor contra el cielo azul. Resplandece tanto que me duelen los ojos.

— ¿Qué es esto? —pregunto.

—La misión. San Luis Rey. Hace años que mantengo contacto con el padre Rico y por fin nos vamos a conocer. Entramos por un portón de madera que se abre en una larga pared blanca. La entrada lleva a un cementerio sombreado.

—Por aquí —dice Lily como si conociera el camino.

Veo flores marchitas, notas y animales de peluche sobre las lápidas, y siento un poco de envidia ante los recuerdos. En una de las losas adornadas pone «1823». Han pasado doscientos años y aún hay alguien que se acuerda.

Me pregunto cómo es posible que Lily conozca a un cura en una misión que está lejos de Boston. Al llegar al final del cementerio, nos topamos con la alta pared  de  una  iglesia.  Lily  abre  otra  puerta  de  madera,  y  esta  vez  nos deslizamos  hacia  una  fresca  oscuridad  que  huele  a  velas  encendidas,  a humedad y a historia. Cuando los ojos se m e acostumbran distingo un techo abovedado con frescos y una figura crucificada de color dorado.

Cristo. Sí, Cristo. Lily flexiona una rodilla cuando pasa delante del altar y se lleva la mano a la frente, al corazón y luego a cada un de sus hombros, con un movimiento tan rápido y natural que termina tan pronto como empieza.

Esto no lo recuerdo. Me detengo y m e quedo mirando la figura dorada. Mis ojos van del altar a la pila  bautismal.  Creo  que  debería  sentir  algo.  El  espacio  invita  a  ello,  no siento nada. Cierro los ojos. Tras mis párpados se dibuja instantáneamente una escena y noto un frescor como de agua sobre la frente. Aparece la cara tensa de una Lily mucho más joven y después la de un hombre sonriente. El hombre toma todo mi cuerpo en sus brazos y m e besa la mejilla. Puedo ver mi  propia  mano  revoloteando  delante  de  mi  cara  como  una  pequeña mariposa:  la  mano  de  un  bebé.  Abro  los  ojos.  Es  mi  bautizo.  Lo  recuerdo.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora