Capítulo 72 Quizás

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Lo va a contar todo.

Ethan m e abraza. Estamos detrás del supermercado de pie entre la maleza, entre mesas de picnic medio rotas  y  cubos  de  basura.  Me  sacó  de  la  tienda cuando  empecé  a  llorar,  dejando  atrás  nuestra comida y las miradas curiosas de los clientes.

Siento  sus  brazos  en  mis  costados,  sus  manos  en  torno  a  mi  cintura,  su aliento,  su  olor,  mi  lengua  tibia  acariciando  la  suya,  una  agitación  en  mi interior  que  me  hace  sumergirme  aún  más  en  su  boca.  ¿He  sentido  esto antes? ¿Me importa? Nuestros besos son desesperados.

Mis  sollozos  vuelven.  Son  salvajes.  Como  los  de  un  animal.  Ethan  me estrecha  más  fuerte,  como  si  haciéndolo  pudiera  exprimir  todos  mis demonios. Empujo su pecho para apartarme de él.

— ¿Por qué te preocupas por mí, Ethan? Ni siquiera me conoces.

Él deja caer las manos, cierra los ojos y sacude la cabeza.

—Ethan —susurro.

—No lo sé, Jenna —sus ojos vuelven a abrirse. Están vidriosos—. Yo… siento algo cada vez que te miro. No m e pidas que lo explique. ¿Es que todo tiene que tener una explicación coherente?

—No soy como las demás chicas.

—Ya lo sé.

—Ethan —susurro, rodeando su cara con las manos—. No. No lo sabes. Soy más que diferente. Soy…

—Quizás sea eso lo que veo cuando te miro, Jenna. Alguien que nunca podrá volver a integrarse como antes, igual que yo. Alguien con un pasado que ha cambiado su futuro para siempre.

—O tal vez me veas como una segunda oportunidad. No pudiste salvar a tu hermano,  pero  tal  vez  puedas  salvar  a  Jenna.  ¿Es  eso  lo  que  estás buscando? 

Se aleja, le da una patada a una mesa de picnic medio derrumbada y se da la vuelta para mirarme.

—¡O a lo mejor es que soy masoquista y m e gustan las chicas insoportables!

No trates de analizarme, Jenna. Soy lo que soy.

Yo también soy lo que soy. Solo me falta definir lo que eso significa.  

 

Jenna, sust. 1. Cobarde. 2. Posiblemente humana. 3. Quizás no. 4. Evidentemente ilegal.

Ethan se me acerca por la espalda y me posa las manos en los hombros.

—No  quiero  discutir  contigo,  Jenna —murmura—.  ¿Por  qué  lloraste  en  el mercado?  ¿Tienes  miedo?  Hablaremos  con  Allys  y  le  haremos  cambiar  de opinión.

—No tengo miedo, Ethan.

Al  menos,  no  de  Allys.  Tengo  miedo  de  mis  pensamientos,  de  mis sentimientos.  Tengo  miedo  de  mis  dedos  al  contraluz  de  la  ventana  y  del consuelo  sorprendente  que  siento  al  verlos,  cuando  debería  avergonzarme. Tengo miedo de sentirme salvajemente viva y agradecida en mi papel de Niña Milagro Auténtica Jenna Fox, mientras en un armario cerrado reposan tres cajas con mentes que nunca volverán a ver unos dedos o la luz del sol. Pero al  mismo  tiempo  tengo  miedo  de  dejar  ir  esas  mentes,  porque  puedo necesitarlas. Tengo miedo de cientos de cosas, incluso de Ethan, porque todo en el universo dice que lo nuestro no está bien, pero no me impide desearlo.

Y  tengo  miedo  de  estarme  convirtiendo  en  algo  que  la  antigua  Jenna  Fox nunca fue, porque tal vez el diez por ciento no sea suficiente, al fin y al cabo. Tengo  miedo  de  que  mi  padre  se  olvidara  de  cargar  en  mi  interior  eso  que todo  el  mundo  dice  que  le  falta  a  Dane.  Tengo  miedo  de  que  el  senador Harris esté en lo cierto y mi padre se equivoque. Tengo miedo de no volver a tener  jamás  amigos  como  Kara  y  Locke,  y  de  que  sea  por  mi  culpa.  Tengo miedo de seguir planteándome estas preguntas durante los dos o doscientos años que me quedan, de no llegar nunca a encajar.

Y de que Claire y Matthew Fox descubran que la Jenna nueva y actualizada no puede sustituir a tres hijas y que nunca lo hizo, y que piensen que todos los  riesgos  que  han  corrido  no  han  servido  para  nada.  Porque,  después  de todo, no soy nada especial. Esas son las cosas que me dan miedo.

Pero no le tengo miedo a Allys.

—Le caigo bien, me lo dijo —le contesto a Ethan—. No hablará.

— ¿No viste sus ojos?

Me  doy  la  vuelta  y  apoyo  la  cabeza  en  su  pecho.  Escucho  el  latido  de  su corazón, un latido real.

—Tenemos que hablar con ella. Pronto —decide.

La adorada Jenna FoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora