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Kageyama

La hora de la comida con los nuevos amigos de Akaashi me ha resultado realmente incómoda, aunque no termino de comprender por qué cuando conocía de antes a gran parte de los presentes. Además, todos se han asegurado de que no me quedara fuera de la conversación en ningún momento, especialmente el chico de cabello plateado sentado al lado de Akaashi.

Recordar lo ocurrido en la cafetería me hace sentir como un imbécil, sensación que perdura hasta cuando todos nos hemos dividido en distintos grupos para comenzar con la primera parte de la jornada. Sin embargo, tengo que reconocer que descubrir que Hinata está en mi grupo me alivia un poco la carga tan negativa que tenía encima porque, aunque tampoco quiera admitir algo así, me puedo apoyar en él.

Los niños, tal como lo imaginaba, adoran a Hinata. Todos los de nuestro grupo se pelean por estar con él, e incluso los de otros grupos se le acercan con ojos llorosos porque le quieren a él como monitor.

Ver esa faceta de Hinata con mis propios ojos, a pesar de que era algo fácil de intuir, me llena de calidez por dentro. Lo más fastidioso de todo es que no es la primera vez que me ocurre.

Enfadado conmigo mismo por tener sentimientos extraños, me dirijo hacia el primer niño solitario que veo para decirle que se siente en la mesa de una vez. No obstante, parece que he utilizado un tono de voz demasiado brusco, así como unas palabras nada acertadas, pues se va corriendo hacia una chica que no he visto nunca para esconderse tras sus piernas.

Chasqueo la lengua, doblemente irritado. Cualquier persona que me vea ahora mismo debe estar preguntándose que hago aquí si no me gustan los niños, pero la verdad es completamente distinta. No es que pasar tiempo con ellos sea mi cosa favorita del mundo, pero creo que son monos, al menos algunos. El problema reside en que no me sé relacionar con ellos y ellos no tienen interés en relacionarse conmigo porque piensan que doy miedo.

Miro de reojo a Hinata, encontrándole con una absurda expresión de sorpresa ante lo que una niña con dos trencitas le está relatando. Estúpido Hinata con su estúpida cara tan expresiva.

Como no me puedo dar por vencido tan pronto, me acerco a dos niñas que están hablando entre ellas. Al principio, parecen un poco asustadas por la forma en la que las he abarcado, pero una vez que me obligo a mí mismo a mostrar un poco más de simpatía, se muestran más receptivas. Justo cuando pensaba que lo había conseguido, una de ellas me pregunta si también estudio para ser profesor. En el momento en el que les digo que estudio Fisioterapia y les cuento de qué va mi carrera de una forma, por lo visto, demasiado técnica, ambas se van corriendo, aburridas.

—No puedes hablarle a un niño de cinco años así —me regaña Hinata a mis espaldas. Al oír su voz me giro con rabia, provocando que su expresión alegre sea sustituida por una mueca de disgusto—. No vas a conseguir mejores resultados si no pareces más amigable.

—Eso no va a hacerme gustarle a los niños —gruño, desviando la mirada—. Me da igual esta tontería. Tú ganas, ¿contento? La próxima vez no te será tan sencillo, así que aprovecha este día.

—No quiero ganar así —se queja, hinchando las mejillas—. Ven conmigo.

Antes de poder rechistar, Hinata me da la mano, tirando de mí hacia donde se encuentra la niña de las trencitas. Quiero gritarle que me suelte porque simplemente me podría haber pedido que le siguiera, pero mi mente solo puede procesar la información de que su mano también es estúpidamente cálida.

Cuando llegamos a nuestro destino, Hinata suelta mi mano tras de darme un corto apretón. Mi corazón comienza a latir demasiado rápido después de eso. Definitivamente, lo que me está pasando no es normal.

Una vez que Hinata me presenta a la niña, me la sube a los hombros sin pedirme permiso. Justamente cuando me dispongo a gritarle por haber hecho algo tan peligroso sin siquiera avisar, noto las manitas de la niña aferrarse a mi camiseta.

—¡Qué alto! —Exclama, fascinada—. ¡Pareces una hormiga desde aquí arriba, Hinata-san!

—No lo parece, es lo que es.

La niña se echa a reír con ganas ante mi comentario, e, inevitablemente, la acabo acompañando. Hinata me mira con irritación, pero cuando escucha mi risa me mira complacido mientras sonríe. Eso consigue que me sonroje, así que miro hacia otro lado, intentando dejar de reírme.

Hinata, otra vez sin previo aviso, se va hacia un grupito de niños para decirles algo y, en mitad de la conversación, me señala. Lo siguiente que sé es que todos se dirigen hacia mí corriendo, de forma que me echo hacia atrás instintivamente.

—¡Vamos a por vosotros! —Grita Hinata, sin dejar de sonreír—. ¡Si no quieres perder, será mejor que te pongas a correr también!

Los niños, seguidos por Hinata, están cada vez más cerca de nosotros. Sé perfectamente que Hinata está haciendo esto por mí, para que deje de actuar de forma tan negativa. Sin embargo, no pienso dejar que me gane, aunque esto sea un estúpido juego.

—Agárrate fuerte.

Una vez que la niña hace lo que le digo, comienzo a correr por el recinto, esquivando tanto a niños como a monitores mientras que Hinata me persigue con su horda de niños, horda que va creciendo cada vez más.

En este mundo, algunas personas te facilitan la tarea de no quererlas en tu vida, mientras que otras te ponen realmente difícil poder pasar sin ellas una vez que las conoces. Hinata pertenece a este segundo grupo de personas; es la personificación de la calidez, una calidez que desconocía hasta ahora pero que, definitivamente, no quiero perder.

Habitación 212Donde viven las historias. Descúbrelo ahora