Capítulo 31

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~CLARKE ~

Lexa respiró hondo, pero inestablemente, buscando sin duda una solución

Me siento sabia y taimada por permitirle un trago de tequila después de la cena.

Me sorprendió que no se tambaleara más, dado el hecho de que tenía los ojos vendados. Con una mano temblorosa, deslizó el tirante del hombro derecho, seguido poco después por el izquierdo, dejando al descubierto sus hermosos pechos cuando el camisón se deslizó hasta su cintura.

Tengo que concentrarme en respirar, siendo apenas capaz de mantenerme enraizada en el lugar. A continuación intentó bajarse el camisón, pero sus amplias caderas no se lo permitieron. Era todo jodida e ingenuamente sexy.

Acabando con la posibilidad bajarse la tela por las piernas, lo que habría sido más modesto, finalmente intentó sacárselo por la cabeza.

Mi cuerpo parecía balancearse con el movimiento de sus generosos pechos. 

-Para. Digo con voz ronca.

-Déjalo así.

Me acercó a ella, la levantó en brazos sin esfuerzo aparsar de ser Lexa un poco más alta que yo y la dejó sobre la mesa que había preparado.

No parecía saber qué hacer con las manos, pero no me sorprendió cuando instintivamente fue a cubrirse sus expuestos pechos.

Quería agarrarle las manos, para corregir su comportamiento, pero la dejó tener su seductora modestia.

Especialmente porque los suaves sollozos apenas audibles sobre el torrente de agua de la bañera, le hicieron saber que las lágrimas, sin duda, se escondían detrás de la venda. Cálidas, saladas y deliciosas lágrimas que de pronto quiso sentir en sus labios.

-Date la vuelta Gatita.

-¿Qué vas a hacer?. Jadeó. 

-Prometo no hacerte daño.

Pareció tranquilizarse con aquello y lentamente se puso bocabajo. Ella gritó cuando cogí el camisón y tiré de él hasta la cintura.

De repente, ella se apresuró a levantarse, pero yo rápidamente use el peso de mi cuerpo para inmovilizarla.

-Esto es por tu propio bien, no habrá dolor.

Escucho el miedo en su voz, y aunque se me hizo mínimamente embriagador, me sentí un tanto insegura.

La verdad era que no tenía intención de hacerle lo que había hecho antes, no importa lo mucho que yo lo había disfrutado. No era mia para hacer lo que quisiera.

Pero fue aquel único pensamiento el que estimuló mi ira y lujuria, en ese momento.

Ella me había llamado Clarke.

Había gritado mi nombre: con miedo, ira, necesitándome y de que Dios le ayudara. 

Aquello me había vuelto del revés. Había llegado al límite de mi deseo por ella y en mi mente no había alternativa para curarme que tenerla.

Había sido débil, sólo por un momento, por culpa de ella. La forma en que su cuerpo respondía a mi tacto era simplemente inaudita, no bajo las circunstancias.

Pero su cuerpo era naturalmente dócil, eléctrico, con su necesidad de ser tocado. Así que yo la había herido más de lo previsto y se sentía indecisa de sus acciones. Era una sensación nueva para mi.

-Debido a... antes, puedes estar herida. Quiero que te sientas mejor.

Su cuerpo se tensó por todas partes, pero ella permaneció en silencio.

-Necesito que subas las rodillas hacia el pecho y separes las piernas para mí.

El intenso rubor que se extendió por la cara de Lexa eludía cualquier descripción, aunque carmesí era lo más cercano que puedo pensar.

Mi sonrisa por otra parte podría clasificarse fácilmente como brillante.

Cautelosamente, hizo lo que le pedí, al parecer agradecida por mi ayuda. Me había dado cuenta de que cuando insistía en ayudarla ella cedía más fácilmente.

Yo me permití mantener la ilusión de que su resistencia había sido derrotada y que ella accedía a mis demandas.

Tal vez ella sentía que no estaba haciendo algo vulgar por propia voluntad, sino sometiéndose a algo que se haría con su consentimiento o sin él.

Ella no protestó cuando le ate las muñecas a la mesa y le coloqué una barra de separación entre sus rodillas.

- Esto ayudará a que te quedes quieta. Le explico, al saber que estaba dándole la ayuda que sin duda necesitaba.

Ella se resistió violentamente al primer toque de mis dedos  poniendo lubricante en su tímido y sin duda muy dolorido trasero.

El cuarto de baño se llenó pronto con el sonido de sus sollozos. El suave eco, rebotando en las paredes, por un momento parecieron remover algo dentro de mí.

No sentía culpa muy a menudo y ella parecía tener la extraña habilidad de hacérsela sentir. La sensación era... extraña, desagradable irritante como el infierno. 

-¡Ya es suficiente! Estás llorando más por vergüenza que otra cosa. Para de llorar.

El sonido de mi voz llenó la habitación y la chica se quedó quieta, obviamente asustada. Suspiro.

-Vamos, esto va a ayudarte.

Coloco una pequeña cantidad de lubricante en el dedo y suavemente tomo su clítoris entre mi pulgar e índice. Ella se estremeció, paralizada por mi toque, y sabiendo que estaría en silencio lo justo hasta que tocase su carne sensible, que por supuesto no haría.

- Está bien Gatita. Está bien.

Le aseguro suavemente y empezó a frotar el resbaladizo epicentro de su ser. Y fue practicando, así como debía ser, siempre con cuidado de no frotar demasiado fuerte, ni demasiado bajo. No quería excitarla mucho. Haría lo justo, para hacer las paces con ella.

La observo con atención mientras apretaba los labios, tratando desesperadamente de no dejar salir el menor sonido.

Sin embargo, poco a poco, con los labios abiertos sus suaves sollozos podían ser escuchados.

Pronto los sollozos se convirtieron en suaves gemidos, que a su vez se convirtieron rápidamente en grandes gemidos, una vez más me maravillo de la capacidad de respuesta de su carne, de la forma en que su boca profundamente rosa estaba apenas un poco floja, con su lengua de Gatita saliendo a menudo a humedecer de nuevo el fino y suave tejido de sus labios.

Estaba cerca, tiró de sus ataduras, tratando de luchar contra el momento de la liberación final y sin embargo, inconscientemente se ondulaba contra la parte posterior de mis dedos en busca de lo que temía.

Lexa retrocedió un poco, alargando el momento para que yo pudiera hacer lo que tenía que hacer.

Extiendo mi mano izquierda y tomo el maleable dildo pequeño que requería. Mientras una vez más llevaba a mi hermosa cautiva a los picos dentados del éxtasis que la hacían gemir y llorar al mismo tiempo, introduje el pequeño dildo en su culo.

Ella se sacudió con dureza contra la intrusión, pero yo la sostuve firmemente.

Poco a poco, pensativa, froto su clítoris hasta que finalmente aflojó las manos, relajó las rodillas, y su respiración se volvió lánguida. Yo ignoro la aguda punzada de dolor en mi vientre que imitaba la lujuria y me centre en calmar a mi dócil esclava.

Sus mejillas se tiñeron de un rosa muy por debajo del color rojizo de su piel. Era un rubor que sólo podría alcanzar con el orgasmo y yo no pudo resistir más la orgullosa sensación de haberla hecho venir con mis manos.

Captive in his armsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora