Capítulo 30

1.2K 81 2
                                    

~CLARKE~

Me había sorprendido por los extremos a los que mi prisionera había accedido a llegar a fin de quedarse fuera de «la habitación».

No se por primera vez, en qué rayos estoy pensando. Sabía que aquello era lo último que debería estar haciendo, invitándola a mi espacio.

Ya se había metido demasiado en mis pensamientos. Cuanto más me acercaba a ella, menos capaz parecía de confiar en mi misma.

Sobre todo ahora, cuando cada mirada provocaba el recuerdo de ella temblorosa debajo de mi, con ganas de más y sin darse cuenta.

Ella había recorrido un largo camino desde la chica tímida que había conocido en la puerta de mi casa.

Lo que había hecho estaba mal, en algún lugar en mi interior lo sabía y aún así no podía decir con toda sinceridad que no lo haría de nuevo si se diera la oportunidad. O que no querría volver a hacerlo.

Había algo en ella, algo que quería saborear y tocar. Algo que quería reclamar. Esta era la primera vez que ella me había me ofrecido algo y me vi en apuros para negarme.

Un inesperado escalofrío me recorrió la espalda, mis pezones se erectaron y sentía las cosquillas en mi intimidad.

Mientras que mi mente tenía dudas sobre lo que quería, mi cuerpo aparentemente no. Cierro los ojos, intentando sentir lo que debería estar sintiendo de pie a unos metros de distancia de Lexa, con sus
ojos vendados y permanece temblando ligeramente.

Sentía las frías baldosas bajo sus pies descalzos, olió el fresco aroma de las velas en el aire y probó el más mínimo rastro de sudor en el labio. Quería saborear su sudor. Quería hacer algo que le distrajera de la debacle en la mesa de la cocina.

Había sido un error preguntarle todas esas cosas. En realidad no quería saberlo. Detestaba especialmente todo lo que tenía que ver con hablar de madres.

Había dicho que su madre estaba muerta. Y podría estarlo por lo que sabía. De todos modos, estaba muerta por lo que a ella le importaba. Su pasión se enfrió instantáneamente con el recuerdo de su expresión compasiva. «Puta lástima».

No la necesitaba. No necesitaba nada de nadie, y menos a ella. Mentirosa.

Yo posiblemente tenía una madre por ahí y de acuerdo a la chica, todavía podría estar desaparecida, mi madre había huido de los secuestradores, pero jamás volvió por nosotros.

Según mi padre, ella un día habló con él y le pidió que cuidara de mi. ¿Por qué no podía recordarla? Sintió que, en algún lugar, muy distante, hubo una vez... en que la quiso?

Pero no sentía nada cuando pensaba en ella ahora. Era... inquietante.

Librándome de los frustrantes y desconcertantes pensamientos, vuelvo a centrar mi atención en la chica.

Sonrió para mi misma mientras le miro en la grandeza del enorme y antiguo, baño. En algunos países, podría ser una propia casa.

Estaba de pie a unos metros de distancia con los ojos vendados y vulnerable. Pero esto era su elección. Su bien proporcionada y trémula forma reavivó mi excitación.

Ella no podía saber el efecto que tenía; mi inocente cautiva.

Su pelo era absolutamente ingobernable, habiéndolo dejado secarse solo después de su baño. Era tan salvaje como la muchacha y casi tan seductor.

Antes de entrar en mi antigua, ahora suya habitación se había vuelto cada vez más tímida.

Sospechaba la razón. Yo había liberado su placer dentro de ella, y entonces se había comido una gran comida y se había emborrachado. No hacía falta ser una bruja para darse cuenta por qué estaba hablando repentinamente de su manera de salir de su habitación, cuando había trabajado tan duro para conseguir una invitación.

Era muy guapa cuando estaba borracha. No, lo era siempre, ebria o no. Pero al final, se había ido con migo.

Confiando en mi para cuidarla como le había prometido.

Ella jadeó al oírme colocar la mesa en su lugar, y se preguntó qué pensaba que podría ser.

Casi se me sale un gemido cuando vi sus pezones tensamente apretados contra el satén del camisón, suplicándome que los tomara en mi boca y los succionara hasta que su cuerpo se estremeciese y sucumbiera implacablemente.

Suspiró. ¿Qué demonios me pasaba? Después de dejar a Finn me había hartado de los hombres.

Habia hecho todo lo que había fantaseado alguna vez con hacer. Había estado con muchos hombres y sin embargo ninguna de ellos jamás me había afectado de la manera en que ella lo hacía.

Si la primera lección que cada esclavo tenía que aprender era que el deseo no importaba, entonces la primera lección que cada amo tenía que aprender era que no iba a ser un esclavo de sus propios deseos.

La lógica era simple, para controlar un esclavo, debes controlarte a ti mismo.

En las últimas tres semanas se había vuelto más fácil doblegar a mi cautiva a mi voluntad, para hacerla responder de la manera en la que yo sabía que haría.

Sin embargo, cuanto más obedecía su cuerpo, menos parecía que su mente jugará el papel. Cuanto menos sabía de sus pensamientos, más quería estar en su interior de todas las maneras posibles.

Pero a cada paso se quedaba bloqueada, negada, rechazada -enfurecida. Su agresión hacia ella se había intensificado, pero su dinámica seguía siendo la misma.

Había empezado a molestarle en formas que no podía explicar. Tendría que haber estado satisfecha, aliviada de hecho. No pensaba venderla como a sus otros esclavos 

Nadie tendría ninguna parte de ella. En mi mente, ella seguiría estando segura e intacta conmigo, incluso cuando su cuerpo no lo estuviera.

Sin embargo, la idea de alguien mas tocándola le repelía.

-Quítate el camisón.

Dije suave pero firmemente. Sonrio, disfrutando del pequeño saltito al oír el sonido de mi voz. Ella se removió, desplazando su peso de una cadera a la otra, tratando de encontrar algo que hacer con las manos en el cavernoso cuarto de baño de azulejo.

- Um...?.Dudó.

Su voz casi se perdió. Me acercó a ella, tan sigilosamente como me fue posible, con ganas de disfrutar de la evidente tensión que recorría su tierna figura.

Verdaderamente era una bastarda enferma. Ella jadeaba muy suavemente y luego bruscamente contuvo el aliento mientras yo ponía la mano sobre su vientre, forzándola suavemente a apoyar su espalda contra la amplitud de mi pecho. Estaba caliente, deliciosamente caliente

-¿Tienes miedo de que vaya a hacerte daño Gatita?. Le susurró al oído.

- Porque eso no me interesa, ni lo más mínimo. Te prometí que no te dolería y no lo hará, no mientras mantengas tu promesa de hacer todo lo que te pido.

Su respiración era pesada y entrecortada y de repente no quería nada más que besar su labio inferior, el que en ese momento se estaba mordiendo. En su lugar, doy un paso atrás y me limito a repetir.

- Quítate el camisón.

Captive in his armsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora