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HARPER

"Hasta el más valiente de nosotros
pocas veces tiene el valor para
enfrentarse con lo que realmente
sabe."

FREDERICK NIETZSCHE



Me había despistado mucho de la hora, pero había estado estudiando en la biblioteca de Guildhall; me quedaba lejos de casa, pero era de mis favoritas. Me había quedado hasta tarde para terminar un trabajo pendiente de latín: iba muy atrasada. Ya era noche cerrada cuando salí y todavía tenía que coger el metro para llegar a casa.

En aquellas ocasiones me arrepentía de no haber sacado el carnet de conducir.

Debía confesar que era una chica asustadiza por naturaleza, así que cuando la paranoia se apoderó de mí cada dos por tres miraba de un lado a otro, como si fuera a aparecer cualquiera entre las sombras.

Apreté el archivador contra mi pecho y me aferré al móvil tras escuchar el sonido de un cristal impactar contra el pavimento mojado, lo que provocó que un respingo atravesara mi columna vertebral. Seguro que solo se trataban de gatos callejeros, o al menos eso me hice creer.

Comencé a escuchar la música de los bares a mi alrededor con estruendosa potencia.

Aun así, no me libré de la sensación de que me estaban persiguiendo.

Por el rabillo del ojo miré hacia atrás para descubrir dos sombras a escasos metros de mí. Intenté ignorar el miedo que atenazaba mis músculos agarrotados y apreté el paso.

—¡Ey, encanto! ¿Por qué vas tan rápido? —Su voz era espesa y arrastraba las palabras, lo que me hizo suponer que estaban borrachos.

Lo ignoré, y a pesar de que estaba deseando echar a correr, mantuve la calma. ¿Por qué tenía que ocurrirme a mí? Siempre cogía ese camino para volver a casa, pero nunca esperaba tanto.

Me maldije de nuevo por haber sido tan descuidada.

—Venga, podríamos divertirnos los tres —dijo su compañero igual de borracho.

Comencé a temblar cuando los escuché más cerca, hasta que finalmente uno de ellos me agarró del brazo y me dio la vuelta bruscamente, provocando que me chocara contra su pecho. Todo estaba oscuro, pero pude distinguir que no eran mucho mayores que yo, quizá universitarios. Ambos apestaban a alcohol y tabaco, lo que me hizo arrugar la nariz con asco.

Intenté soltarme de su agarre, pero apenas pude moverme cuando el otro me agarró de la coleta.

—Oye, pero si está buena y todo —dijo el rubio que me tenía agarrada por el brazo.

Me quedé paralizada y las lágrimas inundaron mis ojos al sentir el aliento de su compañero en el cuello, lo que me provocó arcadas.

—Por favor —imploré con la voz temblorosa.

—Mira, si hasta nos suplica —se carcajeó el rubio. Contuve un sollozo de pánico cuando intentó meter la mano en el interior de mi cazadora, pero fui más rápida y lo detuve antes de que llegara más lejos—. Más nos suplicarás cuando te follemos, encanto —se rio con toda la lascivia del mundo.

El pánico corrió en mis venas como adrenalina por mi torrente sanguíneo al escucharlo. Si no hacía nada, iban a violarme y estaba segura de que ninguna clase de súplica iba a ser suficiente para detenerlos. Lo único que se me ocurrió fue lo que alguna vez me había dicho mamá que debía hacer si me veía en una situación como la que estaba viviendo.

Me armé de valor cuando alcé la rodilla y la estrellé contra su entrepierna. Me soltó automáticamente y se inclinó hacia delante. Al otro le asesté un codazo en el estómago.

TWISTED LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora