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CARSON

"Somos nuestro propio demonio y hacemos
de este mundo nuestro propio infierno."

OSCAR WILDE



A lo largo de mi vida había leído cientos de novelas que me hablaban sobre el amor y las miles de maneras en las que podías experimentar ese gran sentimiento que según te lo vendían era para siempre. Era el motor para continuar haciendo que camines hacia adelante, ese mismo que los adolescentes idealizábamos al comienzo y con el que terminábamos decepcionados al final del camino; algunos incluso se atreverían a decir que el amor no existía y que solo era un laberinto de oscuridad, dolor y pérdida. Que si no sufrías, no tendrías la épica historia de amor que todos alguna vez queremos vivir, sobre todo cuando no sabías de lo que estabas hablando. Si supieras que el amor dolía tanto o incluso más que una patada en la boca del estómago, de esas que te dejaban sin aliento y tenías que tomarte un par de segundos para recuperar el aire, no estarías dispuesto a experimentarlo.

Yo había llegado a la conclusión del que el amor era una enfermedad de la que todos estábamos infectados y que no podías detenerla una vez que estabas dentro de la rueda. Como alguna vez dijo Oscar Wilde, el único modo de librarte de la tentación era cayendo en ella.

Y había caído, había caído tan hondo que no sabía si en algún momento podría volver a la superficie.

Vivía en una situación de constante apatía en la que llevaba hundido desde hacía más de dos semanas: desde la última vez que la había visto.

Mi mirada continuaba clavada en las teclas del piano de nuestra sala de estar, como si las notas discordes que creaban mis dedos carecieran de sentido. Intentaba dejar mi mente en blanco, pero era como pedirle peras al olmo, porque no podía sacarla de mi cabeza. No podía dejar de darle vueltas a lo que estaría pensando, lo que pensaría sobre mí, sobre lo que habíamos hecho...

Ni siquiera me cogió el teléfono cuando la llamé... Quizás se había arrepentido de lo ocurrido, quizás se había dado cuenta de que estaba demasiado jodido como para que pudiera quererme tal y como era. Quizás...

«¡Basta!»

No podía seguir torturándome con cosas que no sabía y que solo me hacían daño. Cerré los ojos con fuerza y tomé una profunda bocanada de aire, hasta que los pulmones me dolieron y me vi obligado a expulsarlo precipitadamente.

Entonces, comencé a tocar de nuevo, esa vez con algo más de energía y sentimiento, mucho más de lo que había puesto en los últimos días.

—"You keep telling me that I am free to go, but I am addicted to you. It's a lie... And I think you should know that I won't let you go. It was like a million times I am singing a lullaby. And I think you should know that I won't let it go. I thought that I wasn't enough, but I don't wanna say goodbye. And I think you should know it was hard to say..."

—Es una canción muy bonita —murmuró mamá, caminando hacia mí.

No fui consciente de su presencia hasta que torcí la cabeza en su dirección sin dejar de tocar la base de Hard for me, de Michele Morrone; era una buena canción para hundirme en mi fango emocional: escuchar música triste para alimentar mi tristeza.

Como de costumbre, no dije una palabra cuando se acercó vestida de blanco, el cabello retirado hacia atrás y los ojos azul cielo resplandecientes, como si fuera una mujer llena de vida cuando ambos sabíamos que solo lo fingía.

Parecía un ángel que sabía que estaba a punto de caerse del paraíso.

Con los brazos cruzados sobre el pecho, se me quedó mirando con una sonrisa cargada de orgullo.

TWISTED LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora