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HARPER

"Los ángeles lo llaman placer divino,
los demonios sufrimiento infernal,
los humanos amor."



Gruñí cuando el sol procedente de alguna parte de la habitación atravesó mis párpados. Las sienes me palpitaban como si cientos de pájaros me picotearan la cabeza; en cualquier momento iba a explotarme.

No quería levantarme, mucho menos moverme: mi cuerpo era un coro de músculos doloridos y el estómago me ardía como si me hubiera bebido una tonelada de ácido sulfúrico. Aun así, me obligué a abrirlos y parpadear varias veces para aclimatarme a la potente luz que se colaba por la ventana.

Miré hacia el techo, percatándome de que no estaba en mi cuarto, ya que el mío era blanco y ese era beige.

Cerré los ojos con fuerza al sentirme desorientada.

El estómago se me revolvió al acomodarme hacía la mesita de noche, donde había un reloj eléctrico que marcaba las nueve. Provocó que abriera los ojos abruptamente al darme cuenta de que debería haber vuelto a casa hacía más de tres horas, tal como le había prometido a la tía Ethel; seguro que estaría preocupadísima.

Me incorporé en la cama, provocando que las arcadas que tenía en la boca del estómago se acentuaran. Todo comenzó a darme vueltas, así que me obligué a permanecer inmóvil por un par de segundos.

Fruncí un poco el ceño al darme cuenta de que solo llevaba puesta una camisa. Desde luego, no era mía, pero al menos tenía la certeza de que no nos habíamos acostado cuando no sentí ningún dolor allí abajo: Carson siempre me dejaba dolorida.

Volví la cabeza hacia la derecha para comprobar que mis sospechas eran ciertas. Las pestañas le formaban sombras bajo los ojos y sus labios estaban un poco entreabiertos, haciéndolos más pronunciados.

Me llevé la mano a la boca cuando las arcadas volvieron con más fuerza, lo que me obligó a correr hacia el baño con las sienes palpitándome a cada paso que daba. Me arrodillé en el váter y abrí la tapa bruscamente, haciendo un violento estruendo que se incrustó en mis paredes craneales.

Me incliné y comencé a vomitar lo que llevaba en el estómago entre violentas arcadas que provocaron que mi cuerpo fuera sacudido a causa de los temblores. Me agarré a los bordes para sostenerme; los ojos comenzaron a lagrimear por la presión de los vómitos y empecé a toser.

Cuando ya no tenía nada más que bilis, me incorporé y cerré la tapa: la garganta me ardía y la boca me sabía horrible, así que fui hasta el lavabo, abrí el grifo y bebí hasta que la barriga me dolió. Después, rebusqué en los cajones hasta dar con un tubo de pasta de dientes y me eché un poco en la lengua para eliminar el sabor.

—¿Har?

Me paralicé al escuchar la voz de Carson seguido de un suave toque en la puerta.

—¿Har? ¿Estás ahí? —repitió, solo que esta vez se tomó la libertad de abrir la puerta. Solo llevaba un bóxer negro y el pelo despeinado, los ojos brillantes por el sueño y los labios húmedos. Intenté hablar, pero no pude hacer más que abrir y cerrar la boca como un pececillo en busca de agua.

Estaba guapísimo.

Al instante, me reprendí por esos pensamientos. No se los merecía, mucho menos después de lo que me hizo. Después de la basura que me soltó no pensaba dar mi brazo a torcer y permitir que me tratara como si fuera una cualquiera.

Me aclaré la garganta, igual que quería hacerlo con mi mente. En ese momento era un lío de pensamientos y recuerdos borrosos; apenas conseguí recordar lo que había pasado la noche anterior, sin contar que había hecho alguna que otra estupidez.

TWISTED LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora