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HARPER

"Una verdadera Reina convierte
el dolor en poder."



Sentía los ojos pesados al tratar de parpadear. En un acto inconsciente me giré y di contra el cuerpo de Percy, que adormilado, se quejó arrugando la nariz. Me quedé embobada admirando sus facciones de niño: relajado y dulce. Llevé la mano a su cabeza y le acaricié el suave cabello oscuro. De pronto ya no estaba pensando en lo tierno que era Percy, lo que provocó que mi mano cayera en la cama para terminar sobre mi vientre.

«¿Qué voy a hacer?»

Mi cuerpo comenzó a temblar y mis ojos se cristalizaron.

«¿Que haré?»

Me incorporé y esperé un minuto antes de ponerme las pantuflas e ir hacia el baño: entré y cerré con pestillo. Miré mi rostro en el espejo tratando de buscar respuestas en la yo que mostraba mi reflejo. Apreté los ojos con fuerza pero algunas lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Negué para mí misma y alcé la cabeza hacia el techo. Estaba harta de caer, y si no me levantaba yo misma, ¿quién lo haría?

«Nadie, nadie lo hará, Harper.»

Abracé mi vientre con los brazos, respiré profundamente y miré mi reflejo, decidida.

—Dejaremos de caer —aseguré—. Podemos con esto.

Abrí el grifo, dejé caer el agua en sobre las palmas de las manos y me lavé la cara. Cuando salí del baño Percy aún estaba dormido, así que con cuidado cerré la puerta y bajé las escaleras hacia la cocina.

La tía Ethel estaba levantada y preparaba el desayuno, como de costumbre, tarareando una vieja canción de Frank Sinatra. De cierto modo estaba tranquila de que algunas cosas no hubieran cambiado por mi situación.

Entré en la cocina, tomé uno de los taburetes y me senté mientras contemplaba a Ethel bailar mientras cocinaba. Se dio la vuelta y pegó un saltito al verme sentada, pero luego sonrió y vino hacia mí con aquella tranquilidad con la que siempre se movía.

Acarició mi cabello para trasmitirme tranquilidad y paz, que por cierto, necesitaba.

—¿Tienes hambre? ¿Quieres que te prepare algo especial? —me preguntó con una sonrisa sincera.

¿Por qué no me miraba con expresión acusadora? ¿Por qué no me reprochaba lo tonta que había sido?

—Con una tostada está bien —me limité a contestar, y le devolví la sonrisa. Lo cierto era que mi apetito había desaparecido.

—Tienes que comer, cielo —replicó Ethel mirándome con seriedad—. Recuerda que ya no eres solo tú, ahora llevas una vida dentro: tienes que estar saludable por los dos. Te prepararé una tostada con ensalada, ¿de acuerdo? —me propuso con ese tono al que sabías que no podías quejarte.

Finalmente, asentí un poco con la cabeza.

La tía Ethel volvió a lo suyo y yo me quedé mirándola sin pensar en nada en concreto. Tenía razón. No iba a convertir a otra persona en víctima de mis malas decisiones; este bebé no merecía sufrir por mis actos egoístas. Desde ahora y en adelante tenía que ser más responsable, no solo por mi salud, sino también por la de mi hijo.

Ethel regresó con el plato y me lo tendió con una sonrisa. Aún me preguntaba porque no estaba dirigiéndome miradas reprobadoras, comentarios o palabras insinuantes como papá.

Un poco avergonzada, acepté el desayuno, que tenía un aspecto tan delicioso que se me hizo la boca agua. No esperé señal alguna para llevármela a la boca y darle un gran mordisco. Ethel soltó una risa divertida ante mi expresión de placer; parecía que hubiera pasado años sin comer bocado que me hizo soltar una risita.

TWISTED LIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora