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HARPER

"Bienvenida a mi mundo.
Verás algunos monstruos
por los pasillos, procura
no asustarlos, se enamoran
al primer suspiro."



Mi respiración se había vuelto un caos mientras caminaba con paso acelerado hacia la suite que me habían indicado en la recepción. Las manos me sudaban y mi conciencia comenzaba a jugármela.

Sabía que estaba cometiendo un error al acudir, no después de lo que le había dicho tras haber abierto un canal entre los dos... Pero, a quién pretendía engañar, lo había echado en falta y mi parte ilusa quería pensar que quizás se había dado cuenta de que mi intención nunca fue hacerle daño. Esa parte masoquista lo necesitaba desesperadamente.

Mi cuerpo extrañaba sus caricias: nadie iba a hacerme sentir como Carson.

Me peiné el cabello con los dedos y piqué a la puerta con antes de que me abriera, tan guapo como de costumbre. Inconscientemente, me mordí el labio inferior cuando su mirada se posó sobre la mía.

Entré en cuanto me hizo un ademán con la cabeza para que pasara. Me estremecí tras cerrar la puerta, tratando de recapacitar si lo que estaba haciendo no era una locura. Me giré para encontrármelo mirándome, pero que aún no hubiera pronunciado palabra me preocupaba, así que me tomé la libertad de observarlo, y en ese momento fui consciente del estrés y la tristeza que desprendía su mirada, las ojeras bajo los ojos y su piel mucho más pálida que de costumbre; seguía siendo guapo, pero parecía enfermo.

Contuve el aliento cuando bajé la vista hacia sus manos y vi sus nudillos un poco hinchados con la carne desgarrada; había golpeado a alguien y parecían muy recientes.

—¿Qué te ha pasado? —inquirí conteniendo la preocupación.

—Me sorprende que te importe —farfulló con hastío.

—Claro que me importas —repliqué con el ceño fruncido.

—Por supuesto..., Harper. Lo has demostrado mucho últimamente —comentó con la voz llena de acidez. Trató de pasar por mi lado, pero se lo impedí cogiéndole por el brazo, que él alejó velozmente, como si mi contacto le desagradara. Volvió a darse la vuelta y se pinzó el puente de la nariz entre el índice y el pulgar a la vez que inhaló una profunda bocanada de aire, intentando mantener la calma—. Sabes, ahora no me apetece pelear, la verdad —suspiró, cansado.

Me encogí de hombros y arrugué la nariz con confusión. ¿Qué demonios le pasaba? Conocía su lado malhumorado, pero lo que le pasaba iba mucho más allá de mal humor, era como si estuviera enfadado con el mundo. La desesperación se reflejaba en sus ojos, como si no soportara mirarme, y tenía razones para estar enfadado, pero tampoco había ido hasta allí para convertirme en el foco de su frustración. Era consciente de que a pesar de lo que mi carta ponía decidió no hacerle caso y que sí estaba aquí era porque así lo deseaba.

Intenté ser comprensiva, así que fui todo lo delicada que pude.

—No puedo ayudarte si no me cuentas lo que está pasando —increpé, abrazándome a mí misma.

—¿Y a ti qué te importa? ¿Te importe en algún momento? ¿Te importo dejarme tirado para descubrir que mi padre se follaba a mi novia y que tú lo sabías y dejaste que me enterara por una puta noticia? —explotó, mirándome con todo el reproche del mundo condesado en su mirada—. Así que no hablemos de eso, Harper —masculló con aspereza.

Sus palabras se incrustaron en mi pecho, haciendo que los pequeños cristales que todavía eran pedazos de mi corazón me rasgaran la piel, pero ya no me importaba: no podía dolerme más. Como el resto de las palabras ofensivas que había escuchado, las almacené en el fondo de mi mente.

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