Leone (IX)

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—Oh, vamos, Leone —insistió la pequeña malcriada de Trish— ¡Quiero saber más sobre ti! —técnicamente estaba colgando del brazo del peligris, aplastando y desordenando los suministros que guardaba en sus bolsas secretas— ¿De dónde vienes? ¡Tu cabello y tus ojos no parecen de este mundo!

Llevaban un par de horas caminando, si es que subir las colinas que llamaban ciudad era caminar; debían cruzar la ciudad de un extremo a otro, al siguiente pueblo de ser posible.

—¿Vas a ignorarme todo el tiempo, Leone? —se cruzó en su camino con rapidez, impidiéndole el paso— Deja de hacer eso, no es para nada educado.

Leone puso los ojos en blanco y exhaló con pesadez.

—Hazte a un lado —la chica no se movió, así que Abbacchio decidió pasarla por un costado, pero volvió a impedírselo. Observó como los demás los pasaban, Bruno volteó a darle una mirada confundida, pero continuó su camino, los otros dos ni se molestaron en mirarlo—. Está bien —expuso su rostro—. Hablaré contigo —a la niña le brillaron los ojos—, pero tengo condiciones —se cruzó de brazos y frunció el ceño—.

—¡Por supuesto! —las comisuras de sus labios se estiraron, dejando ver el par de hoyuelos formarse en sus mejillas—

—Primero —su ceño se pronunció más—, camina —la volteó por los hombros sin ejercer mayor fuerza y comenzó a empujarla, aplicando un poco más de fuerza para que se moviera. Posteriormente, continuó—. Segundo, deja de tratarme como una pieza de atracción, no soy un jodido objeto —continuó empujándola—. Tercero, nunca más vuelvas a colgarte de mí, jodida niña caprichosa —se detuvo y soltó su agarre—. No te detengas.

La niña lo miraba con sus labios separados y una expresión en blanco. Leone creyó que debía ser la primera vez que le hablaban de esa manera, en parte lo lamentó, pero sabía que era la verdad, y la única forma para que alguien entienda algo es diciéndolo. Un par de palabras no la matarían.

—Cuarto —continuó después de que continuó caminando, esta vez a su lado, sin quitarle la mirada de los ojos incrédulos—, todo lo que alguna vez te cuente o diga... No quiero que otros lo sepan, a menos que lo autorice. Confiaré en ti —se señaló con el pulgar, luego la señaló a ella con el índice—, pequeña rata elegante —dejó sus brazos descansar a sus costados—. Así que más te vale no desperdiciar la única oportunidad que tendrás.

—Y-yo... —cerró la boca y tragó saliva, parpadeó un par de veces y volvió a mirarlo; decidida— ¡Prometo que no te arrepentirás!

—Excelente... —no pudo evitar relajar el rostro y darle el movimiento de labios más cercano a una sonrisa que pudo, pero sí se atrevió a levantar su diestra y darle una corta caricia sobre su cabello— Ahora démonos prisa o perderemos al resto.

—¡Está bien! —comenzó a correr en subida por la colina— ¡Llegaré con GioGio antes de que puedas llegar con Bruno! —su sonrisa expuso sus dientes, mientras se alejaba—

¿Qué tenía que ver Bruno en todo esto? Se preguntó. Luego frunció el ceño. Apresuró el paso, no deseaba quedarse atrás, pero tampoco correría cual niño, no, debía mantener las apariencias. Bajó su capucha y continuó.

No le tomó demasiado alcanzarlos. Al llegar Trish lo saludó con una sonrisa, mientras se sujetaba con fuerza a uno de los brazos del rubio, pero no insistió con lo anterior. Leone realmente lo agradeció.

Continuaron por casi una hora más, hasta llegar a los muros que marcaban el final de la ciudad de San Remo. Todos estaban demasiado cansados como para decir algo. Hasta que Leone escuchó gruñir al estómago de Bruno.

—¿Estás bien? —le preguntó—

—Si... —Bruno llevó una de sus manos hasta su estómago— Es sólo que... De repente siento mucha hambre.

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