Leone (VI)

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Estaba enojado y necesitaba orinar, así que dirigió su caminar hasta la popa, donde dejaban las cubetas para sus necesidades.

Se quitó la capucha, no deseaba ensuciarla, y la dejó sobre un par de barriles, quedando vestido solo con su pantalón de tela oscura y su camisa blanca con mangas anchas; sinceramente, no deseaba mear en una cubeta, así que se acercó al borde del barco y se encaramó sobre la madera. La luna iluminaba todo con su blanca luz, incluyendo a Leone, observó rápido, cerciorándose de que nadie lo espiara. Vació su vejiga sin cuidado, en silencio, divagando en lo que acababa de pasar.

—No puedo, simplemente, mandar todo al carajo... —suspiró— Pero es verdad que nada me espera al sur —frunció el ceño, molesto al decirse aquello—, ni siquiera sé si ella sigue viva... —volvió a suspirar, terminó su tarea y se acomodó los pantalones— Esto es un sinsentido.

—¿Ya terminaste? —preguntó la áspera voz de Paolo— Vengo a... ya sabes.

—Te he dicho que no te muevas innecesariamente —saltó de la baranda hasta la madera del suelo, luego suspiró—. Así nunca mejorarás, Paolo.

—No te preocupes —caminó a su lado, sujetándose el vientre—. Después de todo, la muerte es inminente e inevitable.

—Llevas razón... —volteó a verlo, estaba sonriéndole, le devolvió una sonrisa trémula y comenzó a alejarse—

—¿Sabes? —la voz del mayor lo hizo detenerse en seco— Eres un hombre muy capaz —Leone volteó a verle la espalda, arqueando una ceja—, eso es útil en éste mundo corrupto y lleno de pecado... —Paolo caminó hasta el borde de la embarcación— Acércate, pequeño.

Leone frunció el ceño con fuerza, incluso su nariz se arrugó y sus labios se separaron ¿Por qué mierda Paolo lo trataba como un condenado niño? Iba a protestar, pero sólo se acercó a donde lo llamaban y exigió una explicación con su expresión.

—Lo eres, debes tener la misma edad de Bruno —se encogió de hombros, luego se quejó y llevó su única mano a su vientre—, así que no me veas así —jadeó—, además... Dios, me salvaste la vida. Ya te aprecio mucho.

A Leone le burbujeó el estómago y sintió mucho calor en su rostro. La risa de Paolo lo hizo avergonzarse más.

—El punto es que... —suspiró— Por favor, mantén a Bruno alejado de todo lo que ese niño dijo.

—¿Qué? —cuestionó el peligris, sorprendido—

—No puedo permitir que Bruno siga a ese niño —lo miró con el ceño fruncido—, es suicida.

—Lo es... lo sé —el mayor asintió—. Pero yo no decido sobre él, es un adulto; él no tiene nada que ver conmigo.

—Él es demasiado amable —su única mano se dirigió a su cabeza, cubriendo su rostro—, pero ésto es ridículo...

—Yo... —Leone no sabía qué decir ¿y qué diría? No es su jodido asunto, aunque Bruno le agradara lo suficiente como para entrometerse, sin embargo, aún así, no lo haría— Lo siento, Paolo, pero me iré antes de que zarpen rumbo al norte; no hay nada para mí en esa aventura.

—Bueno, no podré decir que no lo intenté... —el mayor miró a la luna— No obstante, Leone, no miento al decir que eres un hombre capaz —hizo una pequeña pausa para respirar—. Hice esa petición porque tengo la corazonada de que Bruno siempre estará seguro a tu lado, y no pienso así demasiadas veces.

—Me alagas, Paolo —Abbacchio sonrió de medio lado—, pero soy un hombre común y corriente que sabe un par de cosas; un humilde mortal.

—Te subestimas, chico, pero respeto tu respuesta —le sonrió y palmeó el hombro izquierdo de Leone—. Ahora vete a hacer lo que quieras, quiero mear.

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