—Necesito quitarle los vendajes —indicó Leone— y mucha agua hervida.
—Iré por ella —dijo Prosciutto, antes de salir corriendo de la habitación—.
—¿Me ayudas con ésto? —Leone le preguntó volteando a verlo—
—Por supuesto —Bruno respondió inmediatamente, se acercó hasta el mayor y observó la manera en que quitaba las vendas de uno de los brazos del hombre, luego intentó imitar el cuidado que el otro ejercía, quitando las vendas de su cabeza—.
—Parece que tenías razón —Leone dijo despacio—, no era una trampa.
—Bueno… —hizo una pausa después de quitar los vendajes de la otra mano del tal Pesci, descubriendo gusanos comiéndose la carne podrida de sus heridas; un quejido en su garganta delató su desagrado ante el estado del sujeto— yo también me alegro que no haya sido una trampa.
—Con un demonio —se quejó el peligris con asco—, ya se lo están comiendo.
—¿Crees que lo puedas ayudar?
—Si las quemaduras y heridas no están infectadas o gangrenadas, tal vez, pero nada es seguro.
Guardaron silencio al concentrarse en terminar, para cuando Prosciutto regresó las vendas viejas estaban amontonadas en el suelo, a los pies del lecho, el rubio dejó el balde de madera con el agua hervida, aún humeante, que le habían pedido junto a Leone.
—¿Cuál es su opinión, señor Abbacchio? —le preguntó tras acomodar una pequeña fuente vacía junto a la mesa de noche junto a la cama—
—Las heridas llevan demasiado tiempo, pero las larvas de mosca están haciendo su trabajo, eso es buena señal.
—¿A qué se refiere con buena señal? —dio un paso hacia atrás, evidentemente ofendido; Bruno lo miró atentamente, haciéndolo sujetar su puñal dentro de su bolsillo secreto, desconfiado— ¡¿Está bien dejar que los inmundos gusanos se lo devoren vivo?!
—Así es —Leone se cruzó de brazos y el rubio lo miró atónito—. Pero sólo será así si las heridas fueron bien atendidas desde el comienzo.
Bruno estaba ligeramente sorprendido con las palabras del peligris ¿De verdad los gusanos pueden ayudar a sanar? El sólo pensarlo era descabellado. Pero si era Leone quien lo decía… Dios, Bruno creería cualquier sinsentido que Leone le dijera.
El pelinegro se hizo a un lado para darle libre acceso a Leone, quien se acercó para atender al herido, lo observó con atención, intentando comprender por qué hacía todo lo que hacía; había tomado telas limpias y las había humedecido con el agua caliente, tomó una fuente de metal vacía y la colocó junto al cuerpo, tomó uno de los brazos y comenzó a quitar con rapidez y delicadeza los gusanos de la piel, dejándolos caer en el metal.
Solamente apartó la mirada para observar al rubio junto a Leone, cuando el peligris le solicitó que fuera con un boticario, Prosciutto sacó una pequeña libreta y escribió en ella, mientras el otro dictaba en voz alta y clara sin detener su trabajo. Cuando el rubio guardó el cuadernillo se volteó hacia él.
—¿Desea acompañarme, señor Bucciarati? —le preguntó con gracia, como si lo invitara a dar un paseo con él; a Bruno no le gustó en lo absoluto— Estoy seguro que-
—No —el barítono de Leone retumbó por toda la habitación, interrumpiendo a Prosciutto—. Lo necesito aquí —Bruno notó molestia—. Ve y consigue pronto lo que te pedí.
El rubio tomó su sombrero con disgusto, chasqueando la lengua e hizo resonar el sonido de los tacones de sus zapatos sobre la madera, y se marchó, cerrando la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria.
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Four Seasons
FanfictionEra el siglo XVIII, y los problemas y disputas por la corona de un país terminan por afectar directamente a un errante que no tiene absolutamente nada que ver ni ofrecer. Leone teme por su apariencia en un mundo que odia y destruye lo que no entiend...