Leone (XIII)

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Un movimiento sobre su cuerpo lo despertó, haciéndolo consciente del peso sobre su tórax. Abrió los ojos y analizó donde estaba, la luz que entraba a través de la ventana y gruesa cortina eran potentes, como si el sol estuviera más cerca de ellos de lo normal.

—Mhn… Leone… —el balbuceo sonó como un gemido, proveniente de los labios de Bruno, quien dormía sobre su pecho—

—Bruno... —se detuvo, el otro estaba completamente dormido—

Suspiró entrecortadamente ¿Cómo había terminado con Bruno durmiendo sobre él? Los recuerdos de la noche anterior lo hicieron llevarse su antebrazo derecho hasta sus ojos, cubriéndolos. Tenía la extraña sensación de que algo había cambiado entre ellos. Volvió a suspirar, más pesadamente esta vez.

—Mhn… —Bruno se movió sobre él— ¿Leone? —el peligris levantó su brazo y lo miró; el pelinegro había levantado la cabeza y lo miraba soñoliento, luego sus ojos se abrieron desmesuradamente y se sonrojó visiblemente— Oh ¡lo siento! —se apartó hacia un lado—

—No te preocupes —se irguió, sentándose, luego rodó las piernas bajo la cama—. Tomemos nuestras mierdas y larguémonos de aquí.

Le había costado, pero, en menos de tres horas, ya estaban en camino por la cordillera hacia Francia. Un mercader de ganado había aceptado, por una buena cantidad de dinero, llevarlos hasta el primer poblado. El viaje era largo y bastante peligroso, tomando en cuenta que toda la ruta era tierra de nadie y el clima era jodidamente una mierda en esta época del año. El anciano de barba abundante y negra había dicho que en esta zona sólo hacía calor o frío.

Y ese día en particular hacía frío como el demonio.

—GioGio, no te alejes —Trish llamó a la rata rubia a su lado. Leone los observó detenidamente por el rabillo del ojo—. Tengo mucho frío.

—Está bien, ven aquí —el niño abrió los brazos y separó las piernas sobre la madera de la carreta, invitando a la pelirosa a acurrucarse en su regazo; ella aceptó sin titubeos, siendo abrazada por los brazos y piernas del enano— ¿Mejor? —la rata rosa asintió—

Intentó pensar en otras cosas después de eso, llevaban unas cinco horas de viaje, juzgando por la posición del sol; deberían encontrar un lugar para pasar la noche pronto.

No podía sacarse a los enanos de la cabeza ¿por qué eran tan jodidamente cariñosos? Por su jodida culpa no podía alejar de su mente lo que había pasado la noche anterior con Bruno. Joder. Había besado su condenada mano.

¿Por qué había hecho eso?

Nada tenía sentido en su cabeza. Hasta que resonaron en sus oídos las odiosas palabras que Trish le pronunció en el bosque ¿De verdad estaba enamorado? ¡Demonios, no! Cómo podía atreverse a pensar así de alguien que consideraba familia. Sentía que le faltaba el respeto a Bruno.

Joder, le urgía un poco de vino, ahí y ahora.

—¡Oye, viejo! —le gritó al anciano, sentado adelante y en un nivel más abajo, que dirigía a los seis bueyes que los tiraban— ¿Tienes algo de alcohol por ahí?

—¿Tienes cómo pagarlo? —la voz rasposa del hombre le preguntó en respuesta—

—¿Te interesa fumar algo?

—Claro.

Entonces, ahí estaban, sentados en la madera de una vieja carreta, rodeados de heno y paja, cubiertos con un techo de tela amarillenta y agujereada. Leone descansaba su espalda contra un fardo de paja, Bruno a su izquierda abrazaba sus rodillas, la rata rubia abrazaba a Trish mientras ésta dormía, al mismo tiempo que Mista le conversaba animosamente sobre alguna mierda al rubio.

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