Leone (XX)

97 16 17
                                    

Bajó las escaleras lentamente, cuidando de no meter demasiado ruido, no deseaba quejas de otros inquilinos o los dueños. Aprovechó para reflexionar un poco todo lo que pasó durante el día, haciéndolo suspirar; en efecto, había sido un día condenadamente largo. Y ahora estaba ahí, con un brazo herido y dos niños nuevos a cuestas, sin mencionar las críticas de Giorno.

Frunció el ceño, yendo hacia donde Bruno acompañaba a los niños nuevos. Se detuvo antes de ser visto, escondiéndose al notar que Bruno les estaba hablando.

—¿Qué tal está la comida? —Bruno les preguntó—

—Está bien —dijo Narancia, llevándose otro bocado de pastel de carne a la boca—.

—He comido mejores —dijo Fugo mientras masticaba— ¿Qué hay de ti? ¿No comes?

—No tengo apetito —se excusó levantando una mano—, esperaré a los demás para comer juntos.

—¿Qué se traen entre manos? —preguntó en tono serio. A Leone le daban ganas de golpearlo cada vez que hablaba con ese maldito tono, como si lo supiera absolutamente todo— ¿Sus cabezas tienen precio o algo?

—¿Por eso ese sujeto los atacó? —preguntó Narancia con la boca llena de comida— ¡Genial! ¿Son prófugos? —Leone sonrió de lado, creyendo que podría terminar llevándose bien con ese niño—

—Uh... se podría decir que algo similar —sonrió nervioso; Leone lo entendió, todo era demasiado complicado de explicar—. Es muy complicado para una noche, pero creo que puedo contestar algunas preguntas.

—Bien —el rubio continuó— ¿Por qué los atacó ese hombre?

—Venganza, al parecer, no lo tengo del todo claro todavía —en efecto, Bruno estaba siendo sincero con él—.

—¿Por qué quería vengarse?

—Pues...

Bien, esa era su llamada para entrar en escena. Salió detrás de la pared de madera en la que se escondía y le sonrió al pelinegro, éste se cambió de silla, cediéndole el espacio para que se sentara a su lado. Leone caminó hasta los niños y les cubrió las espaldas a ambos lo más rápido que pudo, provocando que ambos voltearan a verlo.

—¿Qué haces, viejo? —le preguntó Narancia—

—Deja de llamarme viejo, niño —le dijo gruñendo—. No tengo más de veintidós veranos.

—Asombroso —al niño se le iluminó su único ojo— ¿por qué tu cabello es como el de un anciano, entonces?

—Siempre ha sido así —dijo sentándose al lado de Bruno—. En fin —miró a los niños—. Usen las mantas hasta que les consigamos ropa adecuada.

Los niños voltearon a mirarse entre ellos, luego a Leone, evidentemente confundidos.

—¿Por qué harían eso? —preguntó Narancia; él parecía ser el más curioso en cuanto a las acciones de Leone y Bruno, mientras que Fugo parecía ser más curioso en cuanto a sus identidades. Sinceramente, hacían una buena dupla—

—Nos han ayudado —contestó Bruno—, es nuestra forma de decir gracias.

—Pero tú nos ayudaste primero —Narancia lo apuntó, con las manos cubiertas de comida por no usar un tenedor—.

—Dijeron que iban a Paris ¿no es así? —intervino Leone, con tal de no desviar demasiado la conversación—

—Así es —contestó Fugo inmediatamente—.

—Nosotros también nos dirigimos en esa dirección —lo miró con seriedad—, íbamos a darles una mula, pero en vista de todo lo que pasó —le dio una rápida mirada a Bruno—. Lo mejor sería invitarlos a que viajen con nosotros, sería mucho más cómodo para ustedes, y nuestra deuda por ayudar a que no maten a Bruno estaría saldada.

Four SeasonsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora