Bruno (XII & XIII)

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Bien, esto comenzaba a sentirse incómodo.

Bruno miró la cama y la habitación alrededor, luego la espalda de Leone. Sus hombros tiritaban débilmente, y él mismo no pudo evitar tensarse; no se imaginaba compartiendo ése tipo de lecho con Leone. Y eso era malo, malo para Bruno, porque su mente se perdió imaginando cosas que no correspondían.

Sacudió su cabeza con fuerza, evitando sonrojarse, entonces llevó sus manos hasta los hombros de Leone y lo empujó despacio dentro del cuarto.

—Deprisa, quiero ver cómo son las aguas termales —suspiró con delicadeza para recuperar la compostura; Leone no habló. Cada uno se dirigió a un costado de la cama—.

El pelinegro instaló sus cosas y tomó un pantalón de lino color arena, era lo más cómodo y delgado que tenía consigo. Después de alistarse se quitó la capa y la dejó sobre una silla de madera que estaba en la esquina de la pared más cercana, observó discretamente lo que Leone hacía al otro lado de la cama, preguntándose por qué había tenido esa reacción antes de entrar al cuarto.

Bruno comenzó a pensar que Leone podría estar incómodo con su cercanía… Y eso hizo que le doliera el corazón.

Se apresuró a tomar sus cosas y se cubrió la boca con su mano derecha, salió rápido hasta el pasillo, donde se encontró con Giorno.

—Oh, Bucciarati ¿vas a tomar un baño? —el menor volteó todo su cuerpo hacia él, estaba sereno, hasta que se acercó un poco— ¿Estás bien?

—¿Q-qué? —descubrió su boca y miró hacia otro lado— Si. No es nada.

—Está bien —Bruno sintió la mirada del rubio se clavarse en él como decenas de agujas sobre su piel—.

Bucciarati lo vio voltear y caminar sin titubeos. Lo siguió, suponiendo que también iba por un baño debido a las cosas que llevaba bajo su brazo izquierdo, llegando hasta una puerta a unos cuatro metros de las chimeneas de la sala de estar. Al cruzar por el umbral el fuerte y gélido frío lo golpeó en el rostro, haciéndolo temblar de la cabeza a los pies, buscó con la mirada dónde estaban las aguas, pero ya era de noche y estaba casi todo en penumbras, excepto por un camino de antorchas que los guiaban atrás de la gran casona.

Al doblar la esquina no pudo contener su asombro.

Se trataba de una piscina hecha sólo de piedras, era grande, y el agua en ella tenía una nube de vapor que no desaparecía pese a las fuertes ráfagas de viento.

—Escuché de unos inquilinos que el agua emergía hirviendo desde el centro de la tierra —Giorno le contó tras voltear a verlo, tenía los ojos bien abiertos, parecía muy emocionado; no recordaba haberlo visto así muchas veces—. Decían que el agua tenía propiedades curativas.

—¿Ah, si? —Bruno le sonrió— Comprobémoslo.

Junto al camino hecho de piedras se encontraban dos cubículos, primero entró Giorno, quien salió vestido con un pantalón oscuro de lino; luego entró Bruno y se cambió. Al llegar a la estructura de piedra, hundió su pierna izquierda y comprobar la temperatura del agua; estaba perfectamente caliente. Iba a decirle al menor cómo estaba el agua, pero no logró articular una palabra tras ver al niño pasar corriendo frente él, cayendo al agua.

—¿Qué tal está? —le preguntó cuando el rubio asomó la cabeza sobre la superficie—

—¡Genial! —exclamó—

Entonces, Bruno saltó al agua también.

El calor lo rodeó en un parpadeo, y fue agradable. Sacó la cabeza a la superficie y miró a Giorno a su lado, se veía relajado; no serio, como la mayor parte del tiempo. A los pocos segundos apareció Mista, vestido igual que Bruno y Giorno; el moreno no perdió el tiempo y se arrojó al agua sin miramientos.

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