Bruno (XVII)

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Cuando salieron de la posada la oscuridad cubría el cielo, había pocas personas caminando por las calles, las ventanas de las casas y casonas, ya cerradas, eran iluminadas con velas o lámparas de grasa, y el frío comenzaba a volverse molesto debido al viento.

Bruno suspiró derrotado.

Prosciutto les había informado que el hombre que compraría sus joyas atendía exclusivamente durante el día, mientras hubiera luz natural; especificó.

—Bien, volvamos a la posada —habló Leone, comenzando a caminar—. Nuestras ratas deben tener hambre.

Bruno rió, asintió y se encaminó a su lado, escondiendo sus manos en las largas mangas de su túnica al cruzar los brazos, de la misma manera que solía hacer Leone. Daba miradas en dirección al mayor, de vez en cuando, agradecido de poder contemplarle, mientras que su estómago comenzaba a hervir por dentro, sin saber si era hambre o algo de verdad andaba mal.

Después de avanzar un par de manzanas, se distrajo mirando hacia el río Reyssouze, tampoco quería exponerse demasiado, ya tenía suficiente con el revoltijo en su estómago, así que se concentró en las luces de los botes pequeños que surcaban el agua.

Escuchaba los pasos de Leone a su lado, por lo que no se preocupó por dejarse perder en sus pensamientos. La bruma en su mente lo estaba afectando, y peor, no podía dejar de ser tan estúpidamente obvio. 

Tal vez debía hablarlo con él, de algún modo, sin ser demasiado invasivo ni muy disperso, pues lo que menos deseaba era alejarlo con conductas extrañas.

Suspiró otra vez.

Y otra ola de pensamientos lo atacó en silencio, perdiéndose por más tiempo.

—Oh, mira —Leone dijo, adelantándolo unos pasos—. Espera, vengo enseguida.

Bruno quedó de pie en su lugar, desconcertado ante lo que hacía el mayor, pero curioso a la vez, mientras lo veía correr hasta una anciana que gritaba palabras en francés, que no entendía, agitando una campana con una mano y sujetando una canasta de madera con la otra. Esperó como le dijeron, mirando, sin dejar escapar ningún detalle, de todo lo que el peligris hacía, dos minutos después regresó a su lado, sosteniendo un abultado trozo de tela clara.

—¿Qué es conseguiste? —preguntó Bruno, llevando una mano a la tela para inspeccionarla, pero Leone no se lo permitió— ¿Uh?

—No espíes, será una pequeña sorpresa para ti y los enanos, por no lograr nuestro objetivo —se encogió de hombros—, ya sabes.

—Eso es muy lindo y considerado de tu parte, Leone —le sonrió— ¿Continuamos?

—U-uh… —se aclaró la garganta— Si, si, continuemos.

Al regresar a la posada, ninguno de los chicos estaba en la habitación, causando que Leone gruñera de rabia.

—¡A la mierda, que se jodan las ratas si las matan por andar escabulléndose! —gritó tras azotar la puerta de madera— ¡Y que se sigan jodiendo, porque no pienso dejarles ni un solo brioche!

—¿Uh, qué? —Bruno preguntó sin entender, mientras encendía la lámpara de aceite de la habitación con la vela que le había dado la encargada de la posada al entrar; Leone se cubrió la boca, pero luego la bajó y suspiró— ¿Qué pasa, Leone?

—Esto —levantó la mano en la que traía lo que había comprado en la calle, descubriendo bollos de masa debajo de la tela—. Son brioches, un pan francés dulce… Creí que a Trish le gustaría.

—Eso es tan considerado de tu parte, Leone —el menor le sonrió—, claro que le gustará, le gustan mucho los dulces.

—¿Crees que estén bien? —dejó la tela con los brioches sobre la mesita de noche y se sentó en la cama, sus piernas separadas creaban una carpa con su capa— Creo que hemos sido demasiado confiados con ellos.

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