Bruno (XIV)

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—He visto el mapa —indicó Giorno—. Estamos más cercanos a la ciudad suiza de Ginebra, que de Lyon. Podríamos pasar por Ginebra y ahí conseguir quién nos lleve hasta París.

—No es mala idea —habló Leone, y Bruno lo miró—. Pero no estás considerando que somos buscados, y pasar por otra frontera nos pone en peligro inminente.

—Es verdad —agregó Bruno—. Ya nos atacaron. Eso quiere decir que nos tienen identificados y que nos siguen el paso.

Todos caminaban por el camino de tierra, el único en realidad, entre las montañas de Francia. Ya habían cruzado las zonas más peligrosas de la cordillera y iban de camino al siguiente pueblo marcado en el mapa.

—¿Entonces sólo seguiremos directo hacia París? —preguntó Trish—

—Es lo más sensato —le contestó Giorno—.

—Iremos hasta Bourg-en-Bresse y ahí conseguiremos una maldita carreta y dos mulas —se quejó Leone—. Si seguimos así llegaremos a París sin pies.

Bruno rió divertido ante el comentario de Leone, y éste lo miró cuando pareció escucharlo, le dió una mirada extraña; no la reconocía para nada, luego le sonrió y continuó en lo suyo.

Era extraño. Bruno había notado ciertos comportamientos bastante curiosos en Leone los últimos días del viaje. No le molestaban en lo absoluto, sólo eran nuevos; muy curiosos, debía destacar, pues, a estas alturas de conocerse, creía ya saberlo todo del mayor. Eso lo alegraba por otro lado. Era feliz apreciando las miradas y sonrisas nuevas.

Oh, Bruno. Tonto enamorado. Se burló su voz interna, haciéndolo sonrojar, miró a los árboles para que nadie lo notara, y creyó que la sonrisa que se formó en su rostro fue estúpida.

De un minuto a otro añoraba estar enterrado bajo tierra.

Cuando logró volver a respirar con normalidad miró a los demás. Mista conversaba amistosamente con Giorno, mientras que Trish técnicamente estaba colgando del brazo izquierdo de Leone, quejándose por algo para variar. Caminó hasta los dos últimos y fisgoneó sin que lo notaran.

—… oh, por favor —susurró Leone—, te escucharán los demás.

—No es nada que no hayan notado, de todas formas —susurró de vuelta Trish—.

Oh, ellos tienen secretos.

Y Bruno sintió curiosidad y celos.

No quiso entrometerse así que se quedó un par de pasos más atrás. Caminó en silencio el resto del camino, sólo contestando cuando las palabras o preguntas eran dirigidas a él.

Llegaron a Bresse durante el atardecer. Pagaron una habitación para todos, puesto que debían ahorrar el poco dinero que les quedaba, y luego bajaron para salir a la ancha y empedrada calle, donde habían variadas posadas y tabernas.

—Sé que debemos ahorrar —le habló Leone acercándose—, pero me muero por una cerveza.

—¿Bromeas? —Bruno rió— Jamás le diré que no a una cerveza.

Leone lo miró con los ojos brillantes y una amplia sonrisa.

—Demonios, eres el mejor.

Bruno solo sonrió en respuesta, a pesar de la efervescente sensación entre su estómago y su pecho.

Caminaron poco y terminaron eligiendo la segunda taberna por la que pasaron. Todos tomaron una mesa junto a una de las ventanas, estaban apretados, pues no era demasiado grande, y el lugar estaba repleto, el cantinero y sus pequeños ayudantes a penas podían desplazarse entre las sillas y hombres borrachos.

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