Era el siglo XVIII, y los problemas y disputas por la corona de un país terminan por afectar directamente a un errante que no tiene absolutamente nada que ver ni ofrecer.
Leone teme por su apariencia en un mundo que odia y destruye lo que no entiend...
—Estamos en buena fecha para navegar, los vientos que descienden del norte nos ayudarán a llegar a prisa —sugirió Paolo Bucciarati desde su lecho—.
—Es cierto, padre —la voz de Bruno era suave—, pero no sabemos en qué estado está la ruta ¿Y si nos emboscan en el camino? Los navíos que llegaron venían desde el Cabo Passaro, eso está bastante lejos…
—No solo eso —Leone tenía un arrugado mapa sobre la mesa; la cartografía no era su fuerte, pero, aún así lograba comprenderla—. Escuché en el mercado que la mayoría de los muelles de la costa oeste están en el mismo estado, Nápoles está más cerca de la isla de Sicilia, donde está el Cabo Passaro; mientras más nos acerquemos, más difícil será arribar.
—Ya veo… —su voz sonaba cansada— Es una muy mala idea…
—En efecto —el peligris afirmó—.
—Me pregunto cuál habrá sido el motivo de la batalla… —Bruno preguntó al aire, mientras su cabeza descansaba sobre una de sus manos, estaba apoyado en la mesa, junto al mapa—
—Escuché que fue una disputa entre España y Gran Bretaña —Leone volteó a mirarlo—. Hubo una alianza en contra de España, algo así, fue lo único que escuché.
—Eso es malo… —Paolo volteó a mirarlos, mientras su pecho se elevaba a ratos, muy pesadamente— Si mis largos años de vida me han enseñado algo, es que, cuando hay problemas entre gobiernos, una batalla así no es la única.
—No podemos arriesgarnos a caer en otra —indicó Bruno—. No contigo así.
—Bruno —habló Paolo con firmeza, como si intentara darle una lección a su hijo—, en mi estado, lo único que soy es una carga; física y emocional. No te preocupes más por mí.
—En ese caso… —Leone regresó la vista al mapa— Podríamos hacer viajes cortos, relativamente cerca de tierra firme —indicó con un dedo, que era seguido por la atenta mirada de Bruno—. Nuestra primera parada podría ser el puerto de Leghorn*, en la Toscana.
—No es mala idea, pero… —Bruno centró su mirada en leone y le miró el rostro, terminando en sus ojos— con los ataques, es posible que la guardia revise las embarcaciones en cada puerto ¿Eso no te traería problemas, Leone?
—¿Por qué lo dices, hijo? —Paolo se acomodó y observó al invitado, reparando en su color de piel, cabellos y ojos, eso, sin mencionar sus labios— Oh… es verdad. Por muy buen hombre que seas, la mayoría sólo se fijará en cómo te ves.
Era cierto, los tres lo sabían.
—Y… ¿si te cambias el color? —propuso Bruno— O usas una peluca, no sé —intentó relajar el ambiente, contando una banalidad—. El otro día, paseando por la ciudad, vi a un grupo de chicas, con peinados muy extravagantes —hizo un gesto en forma de ese sobre su cabeza—, sin hablar de los colores —se estaba emocionando—. Alcancé a escuchar que la última moda en Francia eran los caballeros con pelucas blancas.
—Eso se escucha increíble —Paolo se quejó— ...y estúpido ¿Quién carajos usaría una peluca por gusto sin ser un juez? —el hombre lo hacía sonar como un auténtico disparate—
—No sabes nada sobre moda, padre —Bruno rió, luego volteó a ver a Abbacchio—. Pero estoy seguro de que podremos hacer algo para que no te discriminen —le sonrió—.
—¿De v-verdad lo crees? —preguntó desconfiado— Suena descabellado.
—Lo sé, pero, después de lo que vi, no lo creo tanto.
—Vives en otro mundo, hijo mío…
Leone se levantó después del último comentario de Paolo, se acercó a él y lo ayudó a acomodarse, había cambiado los vendajes hace poco, estaría bien bastantes horas; tomó un trozo de tela junto a la cama y lo hundió en la pequeña cubeta de madera, estrujó el agua y acomodó la compresa sobre la frente del mayor.
—La temperatura no te bajará, has perdido mucha sangre —indicó—, te recomiendo dormir un poco, así que te daré algo que calme los dolores.
—Muchas gracias, Leone.
El nombrado le dedicó una sonrisa débil y corta, la gratitud ajena era bien recibida, pero no de forma constante. Todo aquello lo incomodaba, se sentía fuera de lugar.
—¿Has dormido algo? —la voz de Bruno hizo voltear al peligris—
—La verdad, no mucho —confesó—.
—Puedes descansar, te despertaré cuando la comida esté lista.
—M-muchas gracias.
El hijo del pescador lo llevó hasta lo que parecía una pequeña bodega, en un rincón había un cajón de madera lleno de heno con un par de sacos de tela sobre él.
—Puedes usar mi lecho para descansar —le invitó—, mientras, veré si algo pica el anzuelo con todo el alboroto que hay en el mar. Después prepararé la comida.
—Muchas gracias —contestó agradecido—.
Bruno desapareció y Leone se recostó de inmediato. No había notado lo cansado que estaba hasta entonces, recordando que llevaba más de dos días sin dormir; no le costó mucho dormirse sobre la paja esponjosa. Hacía muchísimo que no tenía un descanso tan agradable.
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Curiosidades del capítulo:
–El puerto de Leghorn (más conocido como Livorno), es una ciudad ubicada en la Toscana, capital de la provincia homónima. Livorno creció durante el gobierno de Leopoldo II de Toscana en el siglo XVIII, el cual abrió la ciudad a los mercaderes y comerciantes extranjeros. Fernando I de Médici declaró la ciudad puerto franco en 1590, y esto duró hasta 1860, cuando la ciudad pasó a formar parte del Reino de Italia.
–El cabello se puso a tono con el estilo "rococó", que fue el estilo preponderante hasta casi el final del siglo. Era un estilo artístico en el que predominaban las curvas en forma de "ese" y las asimetrías, que enfatizaban el contraste. Un estilo dinámico y brillante, donde las formas juegan y se integran en un movimiento armonioso y elegante. Un estilo de acuerdo a una época de nuevas ideas filosóficas, como el Iluminismo, y a la afluencia de riquezas económicas que llegan a Europa por los viajes al nuevo continente, América.
Lo que Bruno vió e intentó recrear era algo así
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¡Hola, personas hermosas!
Ya vine con otro capítulo, esperando que haya sido de su agrado 🤙🏻
La trama a penas está comenzando a a avanzar, en los próximos capítulos comienza el desmadreeee 😆