Leone (VIII)

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—Es hora, Bruno —indicó Leone, tomando su equipaje—. Los chicos nos esperan, y no debemos permanecer mucho tiempo en la ciudad.

—Si... dame un minuto.

Abbacchio lo dejó, mientras buscó rápidamente con la vista todo lo que pudiese estar olvidando. El barco había sido vendido y debía entregarse. Salió a cubierta, encontrando a Mista.

—¿Dónde están los otros dos?

—No lo sé, dijeron que regresarían en un unos minutos —contestó el moreno mientras se rascaba un oído—. Dijeron algo de comprar dulces.

—¿Y no los acompañaste? —sus cejas se contrajeron—

—Pues, no, hombre. No soy su niñera.

—¿Estás mal de la cabeza? ¡Claro que lo eres! —lo regañó, hablando ronco y golpeado— ¡Ése fue el motivo por el que te quedarías con nosotros, polizón! —lo señaló— Ahora vete y encuéntralos antes de que nos marchemos.

El chico chilló por la llamada de atención y se marchó corriendo. Mientras Abbacchio se masajeaba el puente de la nariz.

—¿Está todo bien? —Bruno apareció a sus espaldas—

—Giorno y Trish decidieron ir de compras sin vigilancia.

—¡¿Qué?! —Bruno lo rodeó— ¿Cómo permitiste eso, Leone?

—No me culpes, cuando salí ya no estaban, y el polizón de Mista decidió que no era su niñera... Ya lo envié a buscarlos.

—Cielos... —se acercó al borde de madera y descansó su espalda en ella— Todo esto apenas comienza y estos niños ya me causan dolor de cabeza —llevó su diestra hasta su frente, acariciándose con lentitud—.

Abbacchio no quiso responder a eso, ambos sabían que todo era una mala idea, no se lo restregaría en la cara. En cambio, buscó algo en sus bolsillos, recordaba haber guardado algo que sabía alegraría a Bruno en el momento que fuese; al toparse con la pequeña bolsa la tomó, la abrió rápidamente y tomó una pequeña esfera, amarilla y opaca, y se la ofreció en su palma derecha. Bruno parpadeó al verlo, confundido.

—¿Qué es? —preguntó con una sonrisa débil pero emocionada—

—¿Recuerdas cuando paramos en un puerto de Genoa? —el pelinegro asiente— ¿Recuerdas también toda la miel con la que llegué? —el otro volvió a asentir— Después de notar lo débiles que son Trish y Giorno por ella, decidí tomar precauciones. Usé un poco de menta y hojas de eucalipto para hacer estas golosinas; sabía que servirían para algo.

—Oh... —Bruno suspiró y volvió a mirar la esfera irregular— Eso es muy inteligente de tu parte —le dedicó una sonrisa amplia y tomó el dulce ofrecido, luego lo llevó a su boca—. Dios, y sabe muy bien.

Leone frunció el ceño y apartó la mirada tras ver a Bruno cerrar los ojos y sonrojarse, sintiendo incomodidad por un momento. Los cumplidos de Bruno siempre lo alteraban, pues eran dados por meras nimiedades, innecesarios en su mayoría. Pero ahí estaba, ocultando su rostro con su capucha por inercia.

—¿Señor Bucciarati? —preguntó un hombre joven, poco mayor que ellos, cabello castaño, ojos azules y una radiante sonrisa. Bruno y Leone voltearon a verlo—

—¿Si? —preguntaron al mismo tiempo, sorprendiendo al pelinegro, quien volteó a ver al peligris—

—Señor Bucciarati —se dirigió cordial a Abbacchio—, he venido aquí por nuestro previo acuerdo.

—Oh, si —Leone se le acercó—. Tonio ¿no es así? —el hombre asintió— El barco está listo ¿Tienes lo acordado? —el hombre se encogió levemente, parecía tiritar esporádicamente; ahí recordó que aún se cubría la mayor parte de su cabeza, tiró de la tela hacia atrás y despejó su rostro, no su cabello—

Four SeasonsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora