Leone (XIV)

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—Entonces, papá gritó por ayuda —Bruno narraba—, Sorbet fue el único que estaba cerca; yo y Gelato estábamos tirando de unas redes con una enorme pesca. Él ayudó a mi padre a tirar de su caña, batallaron un buen rato, hasta que vi saltar el pez espada más grande que hubiera visto jamás sobre el agua. Yo solté la red en cuanto supe que no caería de regreso al mar, Gelato me gritó que fuera por el arpón, eso hice, corrí con el metal en mis manos y, cuando llegué a la baranda esperé a que la caña fuera jalada para que el animal se mostrara.

La oscuridad era densa por las sombras de los árboles, pero, en los lados que llegaba la luz de la luna menguante, todo se apreciaba con un detalle especial. Leone creía que, por estar a una altura tan grande, se habían acercado a la luna, y que, en cualquier momento, podría llegar a ella de un salto si Bruno le daba la mano. Alternaba su mirada entre la luna y el pelinegro, mientras éste le contaba una de sus miles de historias a bordo del barco de su padre, con sus manos abrazaba la madera que contenía su bebida. Todo era tan agradable, tan simbólico, tan perfecto. Sentía que, estando así, con Bruno, no necesitaba absolutamente nada más.

—Arponeé al pez en el primer intento —extendió sus brazos, desparramando un poco de su té sobre la tierra, dándole énfasis a su exclamación— ¡Era gigante, Leone! ¡Tanto o más grande que tú! —Leone podría jurar que sus ojos irradiaban luz azul—

—¿Más grande que yo? —silbó el peligris— Eso es muy grande.

—Y que lo digas —suspiró y dejó caer sus hombros—. Comí tanto pez espada durante tanto tiempo que hasta hoy se me hace difícil comerlo.

—¿Hablas en serio? —la risa burbujeó en su estómago, sin poder contenerla— Cuando volvamos al mar te llevaré por un estofado de pez espada.

—¡Leone! —exclamó, luego se cubrió la boca con la mano libre, evidentemente avergonzado—

—Oh, vamos, no puede ser para tanto.

—Vomité sobre mi padre cuando volvió a pescar uno de esos —hizo una mueca de asco, luego sacó la lengua—. Después de eso me encargué de que nunca más hubiera uno sobre mi barco.

—Cielos... —hizo una pausa— Paolo realmente crió a un niño mimado —rió malicioso—.

Y, en ese momento, Leone dio gracias por estar vivo, tras ver un puchero jodidamente tierno en el rostro de Bruno ¿Cómo alguien podía ser tan tierno y tan ardiente al mismo tiempo? Aquello debería ser considerado un pecado.

Regresaron a la carreta sólo cuando Bruno sintió el cuerpo lo suficientemente caliente como para sentarse y dormir. Apagó la fogata con la tierra que rodeaba el fuego, así, en plena oscuridad, observó el paisaje bajo la luz lunar otra vez, tomó una gran bocanada de aire fresco y suspiró, luego se metió a la carreta.

Bruno lo esperaba sentado sobre la paja en una esquina, le hizo señas para que se sentara a su lado. Leone obedeció, se sentó y Bruno se acurrucó a su costado izquierdo, luego cubrió a ambos con una manta pesada hecha con lana de oveja. Abbacchio lo miró desconcertado, luego volteó a ver a las ratas durmientes al otro lado de la carreta, pensando que ellos la necesitarían más, pero ellos ya contaban con dos mantas y paja cubriéndolos, sin contar que mantener el calor entre tres era más abrigador que entre dos.

—¿Te molesta si permanezco así? —Bruno susurró— Tengo miedo de morir congelado.

—Uh... —Leone se volteó ligeramente hacia el otro y alzó su brazo izquierdo, luego habló en susurros— Puedes tomar todo el calor que necesites de mí, no tengo demasiados problemas con el frío. No me molesta.

—Muchas gracias, Leone —el mayor no necesitó ver a Bruno en la oscuridad para saber que éste le estaba sonriendo—.

—No es nada...

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