Cuando llegaron a la apartada zona roja de Basses, se arrepintió de haber llevado a Bruno a un lugar tan despreciable.
Las gitanas se les habían acercado en el momento que cruzaron el umbral de salida del pueblo, ofreciéndoles lecturas de manos y encantamientos.
—¡No estamos interesados! —les siseó en francés, alejando al pelinegro de ellas, pero fue inútil, porque después de correrlas aparecieron los huérfanos— No tenemos dinero, desdichados —gritó comenzando a arrastrar a Bruno por los hombros—. Salgamos rápido de aquí, o nos robarán más de alguna cosa.
Cuando perdieron al grupo de niños se detuvieron, Leone analizó la zona, las casonas eran más grandes de lo que esperaba, pues los lugares poblados que conocía de Francia solo tenían una que otra casona y muchas casas pequeñas; aquí no era así.
—No nos conviene separarnos —le dijo al pelinegro—, pero si eso sucede, nos encontraremos en la entrada.
—Bien —respondió Bruno—.
—Sólo daremos unas vueltas, no quiero arriesgarnos a que nos asalten —miró a Bruno, luego a las personas que caminaban—. Dame un minuto —dijo y se dirigió hacia tres hombres que conversaban cerca de ellos—. Disculpen, caballeros —pronunció fuerte y claro en francés— ¿hay alguna clase de mercado por aquí cerca?
Leone llevaba su capucha, ocultando su mirada a los desconocidos, ganándose las miradas y expresiones de hostilidad por parte de dos de ellos, no obstante, había uno que parecía agradable.
—Camina río abajo, extranjero, cerca del monasterio —le dijo el hombre pelirrojo que parecía más amable, así que, en agradecimiento, Leone le tendió una pequeña bolsa de tela con un poco de su tabaco, el hombre le agradeció y el peligris se retiró—.
—Mencionó el monasterio río abajo —le hizo saber al pelinegro para comenzar a caminar en esa dirección—.
No caminaban demasiado rápido, la tierra a sus pies levantaba nubes de polvo con cada paso, no había mucha gente a su alrededor, pero tampoco escaseaba. Leone observaba sin detenerse en todas direcciones, buscando alguna oportunidad de ganar dinero, deteniéndose, sin querer, en el perfil de Bruno; su rostro se calentó, mientras adoraba mentalmente su perfecta nariz. Sacudió su cabeza y volvió a mirar a su alrededor.
Terminó caminando y mirando sus pies, con sus brazos cruzados sobre sus costillas, pensando en el hombre a su lado. Arrugó su nariz en una mueca de disgusto; cada vez se le hacía más difícil controlar esa clase de pensamientos, sin hablar de las reacciones físicas que manifestaba su cuerpo ante los mismos pensamientos. Tal vez ya era hora de... hablar con el pelinegro.
No, imposible.
—Oye, Leone —el menor lo llamó— Si no podemos vender las joyas hoy, intentaremos mañana —Abbacchio juntó sus cejas—, y si no podemos mañana, siempre podemos continuar caminando.
—Lo sé, pero estoy harto de caminar.
La risa de Bruno lo hizo extrañamente feliz, le dió esperanzas, ya que, después de todo, en todas las opciones estaría a su lado.
Un grito de un comerciante lo trajo de vuelta a la realidad. Observó todo lo que su visión le permitió, sintiendo un escalofrío al reconocer ciertas... mercancías; estaban en el mercado negro.
—Bien —tomó a Bruno de un brazo y lo acercó—. Mantente a mi lado en todo momento, no queremos que nos roben.
El pelinegro asintió y afiló la mirada.
Había muchísima variedad de cosas en el mercado, Leone se detuvo a preguntar precios en cada puesto de hierbas que encontró, hasta que hubo una especie en particular que llamó su atención.

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Four Seasons
Fiksyen PeminatEra el siglo XVIII, y los problemas y disputas por la corona de un país terminan por afectar directamente a un errante que no tiene absolutamente nada que ver ni ofrecer. Leone teme por su apariencia en un mundo que odia y destruye lo que no entiend...