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Me siento en el banco. Me coloco bien la falda del vestido y me agarro al borde de hierro forjado. No sé qué hacer con mis manos.

Lo observo todo y siento cómo el corazón me da un vuelco con cada pequeño sonido. Los diez primeros minutos sigo nerviosa; los diez siguientes, inquieta, y, cuando me doy cuenta de que llevo treinta minutos esperándola, me siento total y completamente abochornada.

No va a venir y yo soy rematadamente estúpida. Estoy regresando a la parada del metro de la 42 cuando mi móvil comienza a sonar. Lo saco de mi bolso y miro la pantalla. No tengo el número registrado, pero sé que es de la centralita de la universidad.

-¿Diga?

-Lisa, soy el profesor Masterson.

-Profesor Masterson -respondo más animada-. Hoy mismo he recibido la documentación de las jornadas y ya...

-Lisa -me interrumpe. No me ha gustado nada ese Lisa.

-¿Ocurre algo? -pregunto tratando de no sonar tan preocupada como me siento.

-Lisa, me gusta mucho tu trabajo -se apresura a decir-. Eres una excelente escritora y sabes que lo creo de verdad.

El profesor Masterson hace una pequeña pausa, como si estuviera reuniendo valor. Un escalofrío helado me recorre la columna.

-La junta ha decidido sacarte de las jornadas, Lisa.

-¿Qué? ¿Por qué? No puede ser.

-Consideran que tu trabajo, hasta ahora, no es lo bastante impactante. Tu libro está en vías de publicarse en una editorial, pero ésta es demasiado pequeña. Además, no creen que la literatura romántica sea un buen emblema para las jornadas.

Cierro los ojos y cabeceo. ¡Estoy furiosa! Básicamente me está diciendo que no puedo participar porque no les gusta lo que escribo ni para quién lo hago. Sólo son estúpidos clichés. E. L. James ha vendido más de cien millones de ejemplares y decenas de editoriales pequeñas dejaron de serlo cuando sus autores noveles se convirtieron en superventas.

-He hecho todo lo posible, Lisa.

-No se preocupe, profesor Masterson.

Sé que, si hubiese sido por él, estaría en el evento.

-Lo siento de veras -se despide antes de colgar.

-Yo también lo siento.

Cuelgo y, abatida, me siento en el bordillo de la acera, pero un taxi pasa a una velocidad endemoniada y está a punto de segarme las dos piernas, provocando que me levante de un salto. No me lo puedo creer. Esas jornadas iban a ser mi gran oportunidad.

Doy un profundo resoplido y pierdo mi vista en la calle. Estoy a un paso de empezar a martirizarme cuando noto que una gota de agua aterriza en mi mejilla. Alzo la mirada y suspiro al ver que empieza a llover. Genial. El día mejora por minutos.

Por mucho que corro hasta la parada del metro y de allí a casa, llego a mi apartamento completamente empapada. Cierro la puerta sin ninguna amabilidad y voy directa a mi habitación. Tengo que cambiarme de ropa.

Me estoy recogiendo el pelo húmedo en una coleta cuando caigo en la cuenta de que he subido con tanta prisa que he olvidado recoger el correo. Resoplo por enésima vez y, aunque ya he estornudado en dos ocasiones, bajo descalza.

Recojo al menos cinco sobres y vuelvo a mi apartamento. Los dejo sobre la isla de la cocina y comienzo a revisarlos. Los dos primeros son facturas; el tercero, publicidad... y, al ver el sello de la editorial en el cuarto, frunzo el ceño. Se supone que no tengo que reunirme con ellos hasta dentro de dos semanas.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora