—No… no quería decir eso —musito nerviosa—. Sólo me ha sorprendido —trato de explicarme.
Milo vuelve a tomarse unos segundos para observarme y finalmente echa a andar de nuevo.
—Olvídalo —murmura entre dientes.
Seguimos caminando en silencio. Atravesamos varias calles y nos detenemos frente a un viejo edificio de tres plantas. Milo llama a la puerta y un par de minutos después oímos el sonido de un viejo y grueso cerrojo abriéndose.
Una mujer mayor con un pañuelo en la cabeza y secándose las manos en un mandil nos recibe. Me mira de arriba abajo y, a continuación, le dice algo a Milo en serbio. Él sonríe y responde. No necesito entender su idioma para saber que a la mujer no le ha hecho la más mínima gracia que yo haya venido.
Tras un par de minutos de conversación, asiente y se hace a un lado para que podamos pasar. La casa es mucho más grande de lo que parece desde fuera, pero está prácticamente en ruinas. La mayoría de las ventanas están cubiertas con gruesas cortinas y apenas entra la luz. Sigo a la mujer y a Milo hasta una enorme estancia. Supongo que es el salón. El suelo está lleno de cojines y hay una pequeña mesa en el centro.
—Deja la caja aquí y ayúdame —me pide Milo poniendo la suya en el suelo y caminando hasta lo que parece una gran terraza.
Hago lo que me dice y ando hasta él. Entre los dos, tiramos de las cortinas moradas y de inmediato el cuarto se llena de luz. Por un momento pierdo mi mirada en las vistas y me sorprende comprobar que, más allá de los edificios ruinosos, sólo a unos kilómetros, el campo verde y frondoso se extiende hasta donde llega la vista. Es un oasis. Sonrío fugaz y vuelvo enseguida con Milo.
Casi en el mismo instante, varias mujeres entran en la habitación. Algunas llevan un pañuelo en la cabeza, otras no; algunas son jóvenes, otras no, pero todas parecen muy cansadas. Las mujeres reparan en mí, pero la mayoría de ellas rehúsan mi mirada y sólo una o dos me devuelven un tímido «hola» cuando las saludo.
—Es normal —me explica Milo—. Confiar en los desconocidos, aunque sean mujeres, es muy complicado para ellas.
Yo asiento. Es del todo comprensible.
Milo no me deja tiempo para pensar y comenzamos a trabajar. Las mujeres, de una en una, van sentándose en la única silla de todo el salón. Milo les hace algunas preguntas y, con muchísimo cuidado, paciencia y dulzura, las examina. La mayoría de ellas parecen estar bien, pero Milo le entrega a cada una un par de ibuprofenos en monodosis. No es hasta que me fijo con atención cuando me doy cuenta de que no son antiinflamatorios, sino ansiolíticos.
Alzo la cabeza dispuesta a preguntar y entonces yo sola obtengo mi respuesta y automáticamente comprendo lo prejuiciosos y, sobre todo, elitistas que podemos ser sin ni siquiera percatarnos de ello. No me sorprendería si una mujer de Manhattan se tomara medio bote de Prozac antes de desayunar porque está estresada y no puede dormir y, sin embargo, he estado a punto de preguntar por qué, a un grupo de mujeres que han vivido un infierno, Milo les entrega ansiolíticos.
Aparto esa idea de mi cabeza y continúo ayudando. Una nueva mujer se sienta en la silla. Tiene los ojos azules y bajo su pañuelo puede distinguirse un bonito cabello rubio. Es muy guapa, pero también parece muy triste. Milo le dice algo y ella responde en serbio, apenas un par de palabras murmuradas. Él asiente buscando su complicidad y la chica por último sonríe. Tiene una sonrisa preciosa y enseguida se contagia en mis labios. Sin embargo, se lleva la mano a la boca deprisa tapando su propio gesto. Imagino que avergonzada, porque le falta uno de los premolares. Casi en el mismo instante, comienza a llorar.
Recuerdo haber leído un artículo de mujeres serbias violadas durante la guerra por soldados bosnios. Los soldados les arrancaban un premolar para marcarlas. Siempre el mismo. Los ojos se me llenan de lágrimas. Milo susurra algo en serbio, la reconforta acariciándole el hombro y ella, más calmada, vuelve a asentir. No debe de tener más de veinticinco años; ¿cuántos podía tener a principios de los noventa? ¿Once? ¿Doce? Trago saliva tratando de contener las lágrimas, pero no soy capaz. Tengo un nudo en la garganta que casi no me deja respirar.
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Color Naranja - Jenlisa
FanfictionLalisa Manoban es una chica normal que lleva una vida de lo más normal. Trabaja como camarera, pero su ilusión es ver publicada su primera novela. Lo más emocionante de su día a día lo protagoniza su amiga Rosé, quien acaba de recibir una beca de pe...