Volvemos a la sala tratando de buscar al jefe de Jennie, pero no hay rastro de él. Ya en el taxi de vuelta al apartamento, llamamos a la embajada estadounidense en Pristina y a todos los amigos que hicimos allí. También tratamos de localizar a Owen, pero está de patrulla y no podemos contactar con él. Toda la información que logramos reunir es que hubo una especie de atentado en un pequeño pueblo cerca de la frontera con Albania. Jennie estaba allí cubriendo una noticia con otros dos periodistas, uno de ellos de Le Monde diplomatique. Lleva dos días desaparecida.
Las horas pasan lentas y angustiosas. Nadie sabe nada de él. Está anocheciendo cuando Rosé vuelve a llamar a Owen. Aún no ha regresado y yo ya no puedo más. Me cambio de ropa y me presento en el edificio de The New York Times en plena Octava Avenida. Después de pelearme con el guardia de seguridad, consigo que avisen a Warren Stevenson-Rae y que baje a verme.
—Ya le dije todo lo que sabía —suelta serio y profesional descendiendo por una larga y metálica escalera.
—Lleva dos días desaparecida —pronuncio conteniéndome para no romper a llorar de nuevo—. He llamado a todo el mundo: la embajada, la Secretaría de Estado… Todos dicen que tengo que esperar y yo no puedo esperar. ¿Y si está herida? ¿Y si necesita ayuda?
El hombre me estudia con la mirada y tuerce el gesto. Sé que también está muy preocupado. Jennie no es una simple trabajadora para él.
—Hemos movilizado a nuestro corresponsal en Centroeuropa; llegará a Kosovo mañana. Él podrá darnos más información. Aquí tiene mi tarjeta —dice metiéndose la mano en el bolsillo de los pantalones y entregándome una—. Llámeme. La mantendré informada.
Niego con la cabeza.
—Eso no… no es suficiente —murmuro justo antes de girar sobre mis pies y marcharme.
En el taxi, las ideas se agolpan una sobre otra y no puedo pensar. Regreso a mi apartamento, pero allí tampoco sé qué hacer.
Rosé prepara algo de cenar, pero no quiero comer. Miro el teléfono cada par de segundos, reviso mi correo con el portátil, repaso las ediciones digitales de los periódicos y no me despego de la CNN. Apenas han dado noticias y, cuando por fin lo han hecho, siempre se han manejado con exquisita ambigüedad periodística. He aceptado tomar un té, pero no porque quisiera beberlo, sino para calentarme las manos; siento como si toda la calidez de mi cuerpo me hubiese abandonado.
—¿Han dicho algo nuevo? —pregunta Rosé saliendo de su habitación con la voz cansada.
No la culpo. Son las dos de la mañana.
—No, todo sigue igual.
—Prepararé café.
Asiento y entonces mi móvil suena. El corazón me da un auténtico vuelco. Es Owen.
—Owen —lo llamo acelerada, levantándome—. ¿Dón… dónde es… está Jennie?
—Lisa. —Trata de tranquilizarme—. Siento mucho lo que ha pasado.
Por inercia comienzo a caminar nerviosa y llego hasta mi habitación.
—¿Sa… sabes al… algo de ella? —inquiero desesperada. Noto pasos acercándose, pero no me vuelvo—. A… apenas ha… hay… apenas hay no… noticias.
¡Joder! Nunca había odiado tanto tartamudear.
Noto cómo una mano aprieta mi hombro para darme fuerzas al tiempo que me quitan el teléfono. Me vuelvo inmediatamente y suspiro sorprendida, casi atónita. ¿Qué hace ella aquí?
—Mi hermana fue a cubrir una noticia y hubo una especie de atentado. No sabemos más.
Jisoo se separa el teléfono de la oreja y pulsa el botón del altavoz. De inmediato, un grueso ruido de fondo resuena por toda la habitación.
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Color Naranja - Jenlisa
FanfictionLalisa Manoban es una chica normal que lleva una vida de lo más normal. Trabaja como camarera, pero su ilusión es ver publicada su primera novela. Lo más emocionante de su día a día lo protagoniza su amiga Rosé, quien acaba de recibir una beca de pe...